1/06/2020, 18:30
(Última modificación: 1/06/2020, 18:37 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
El día había llegado: La última ronda del Torneo de los Dojos.
Uno de los grandes eventos de Ōnindo daba a su fin. Y eso se notaba en el ambiente, los murmullos del público resonaban como abejas furiosas incluso desde dentro del camerino; se notaba en la atmósfera, habían reforzado la guardia destinada a proteger a los civiles y por encima de todo a los Daimyō; pero, sobre todo, se notaba en los nervios de los participantes.
«Ya he combatido otras dos veces, ¿por qué estoy así ahora?» Se preguntaba Ayame, sentada en el banco. Estaba pálida como la cera y tamborileaba con el tobillo en el suelo a un ritmo rápido, frenético. «¡Si ni siquiera estoy en la categoría de los ganadores!» Resopló, sacudiendo la cabeza.
Sin embargo, una parte de ella conocía bien la respuesta. Por supuesto que quería ganar renombre para su aldea ante los Daimyō, como cualquier shinobi que se preciara; pero ese no era el verdadero motivo. La verdadera razón era por la gente que estaba viéndola ahí fuera, a lo que esperaba no defraudar.
Ayame pegó un buen respingo cuando las puertas volvieron a abrirse para ella. Pero se levantó de un salto, y echó a andar hacia el exterior. El sol del verano la recibió en su asfixiante abrazo, picando en su piel, y la kunoichi intentó no verse apabullada por el tsunami de ovaciones, silbidos e incluso abucheos que recibió al salir. Tal y como hizo las dos veces anteriores, caminó de la forma más resuelta que fue capaz hacia el centro del campo de batalla. Llevaba las mismas ropas veraniegas que en la ronda anterior: una camiseta sin mangas adornada con estampados de olas, unas mangas bien amplias cubriendo sus brazos que se fijaban en la mitad de estos y se extendían hasta sus muñecas y una falda violeta con tres pliegues de color morado sobre unos pantalones cortos que dejaban sus piernas al aire.
«Amegakure contra Kusagakure... Este combate va a estar caldeado para el público.» Meditó, al sentir la chirriante tensión que existía entre los dos palcos.
Una vez en su posición, le dedicó una profunda reverencia a los palcos de los tres Kage, especialmente a Kintsugi, a la que le sostuvo la mirada con vehemencia. «No pienso montar ningún numerito con esto.» Le quiso decir. Por último, se volvió hacia Daigo y le sonrió, formulando el sello de la Confrontación para él.
—Démoslo todo en este combate, Daigo —le dijo. Al menosen aquella ocasión no se le había olvidado su nombre.
«Tal y como nos prometimos hacer.» Completó su mente.
Uno de los grandes eventos de Ōnindo daba a su fin. Y eso se notaba en el ambiente, los murmullos del público resonaban como abejas furiosas incluso desde dentro del camerino; se notaba en la atmósfera, habían reforzado la guardia destinada a proteger a los civiles y por encima de todo a los Daimyō; pero, sobre todo, se notaba en los nervios de los participantes.
«Ya he combatido otras dos veces, ¿por qué estoy así ahora?» Se preguntaba Ayame, sentada en el banco. Estaba pálida como la cera y tamborileaba con el tobillo en el suelo a un ritmo rápido, frenético. «¡Si ni siquiera estoy en la categoría de los ganadores!» Resopló, sacudiendo la cabeza.
Sin embargo, una parte de ella conocía bien la respuesta. Por supuesto que quería ganar renombre para su aldea ante los Daimyō, como cualquier shinobi que se preciara; pero ese no era el verdadero motivo. La verdadera razón era por la gente que estaba viéndola ahí fuera, a lo que esperaba no defraudar.
Ayame pegó un buen respingo cuando las puertas volvieron a abrirse para ella. Pero se levantó de un salto, y echó a andar hacia el exterior. El sol del verano la recibió en su asfixiante abrazo, picando en su piel, y la kunoichi intentó no verse apabullada por el tsunami de ovaciones, silbidos e incluso abucheos que recibió al salir. Tal y como hizo las dos veces anteriores, caminó de la forma más resuelta que fue capaz hacia el centro del campo de batalla. Llevaba las mismas ropas veraniegas que en la ronda anterior: una camiseta sin mangas adornada con estampados de olas, unas mangas bien amplias cubriendo sus brazos que se fijaban en la mitad de estos y se extendían hasta sus muñecas y una falda violeta con tres pliegues de color morado sobre unos pantalones cortos que dejaban sus piernas al aire.
«Amegakure contra Kusagakure... Este combate va a estar caldeado para el público.» Meditó, al sentir la chirriante tensión que existía entre los dos palcos.
Una vez en su posición, le dedicó una profunda reverencia a los palcos de los tres Kage, especialmente a Kintsugi, a la que le sostuvo la mirada con vehemencia. «No pienso montar ningún numerito con esto.» Le quiso decir. Por último, se volvió hacia Daigo y le sonrió, formulando el sello de la Confrontación para él.
—Démoslo todo en este combate, Daigo —le dijo. Al menosen aquella ocasión no se le había olvidado su nombre.
«Tal y como nos prometimos hacer.» Completó su mente.