9/06/2020, 13:18
(Última modificación: 9/06/2020, 13:20 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Daigo estaba a varios metros de ella, tirado en el suelo de cualquier manera y, aparentemente, inconsciente. El público prorrumpió en gritos y aplausos, y Ayame se permitió el lujo de dejar caer la cabeza sobre el suelo con un suspiro cargado de cansancio que le nació del alma. El combate había terminado.
«No. No he terminado.» Se dijo, sacudiendo la cabeza.
Puede que le doliera todo el cuerpo como pocas veces lo había hecho, puede que se sintiera como si le hubiese pasado un bijū por encima, pero era su deber acabar con aquello. Por ello, apretando los dientes y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, Ayame extendió un brazo, clavó los dedos en la madera astillada del campo de batalla y se arrastró a duras penas hacia el cuerpo de su oponente, haciendo caso omiso de los murmullos de sorpresa y de las exclamaciones alarmadas de las gradas de Kusagakure. A medio camino consiguió erguirse sobre sus rodillas lo suficiente como para gatear, y aún así tardó varios largos segundos en llegar hasta Daigo. Y para cuando lo hizo, resollaba con fuerza. Con la adrenalina del combate evaporada de sus venas y las ganas de combatir desaparecidas, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no desplomarse de nuevo. Pero tenía que culminar con ello como correspondía. Por eso, alzó su mano hacia él y...
Entrelazó sus dedos con los de él en el Sello de la Reconciliación. Y sonrió.
Un nuevo mensaje hacia Kusagakure. Pese a su odio, ella seguía tendiéndoles la mano.
—Al final lo hemos hecho. Hemos cumplido nuestra promesa de dar lo mejor de nosotros —le dijo, aunque él ya no podía oírla.
La sonrisa desapareció de sus labios cuando todo a su alrededor se emborronó de golpe y su cuerpo hizo el peligroso amago de desplomarse. Pero alguien la sujetó en el último momento para evitar que sucediera, y varias sombras se cruzaron en el campo de visión de Ayame. Los médicos que de ahora en adelante debían encargarse de la salud de los dos combatientes. Y la kunoichi se dejó arrastrar hacia la enfermería.
Ayame no sabía cuándo volvería a cruzarse de nuevo con Daigo, pero salía de aquel combate con un buen sabor de boca. No sólo por haber ganado todos sus combates después de su derrota frente a Daruu, no sólo por haberse asegurado el quinto puesto en el Torneo de los Dojos, sino por haberse cruzado con un contrincante tan formidable como había sido Tsukiyama Daigo.
«No. No he terminado.» Se dijo, sacudiendo la cabeza.
Puede que le doliera todo el cuerpo como pocas veces lo había hecho, puede que se sintiera como si le hubiese pasado un bijū por encima, pero era su deber acabar con aquello. Por ello, apretando los dientes y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, Ayame extendió un brazo, clavó los dedos en la madera astillada del campo de batalla y se arrastró a duras penas hacia el cuerpo de su oponente, haciendo caso omiso de los murmullos de sorpresa y de las exclamaciones alarmadas de las gradas de Kusagakure. A medio camino consiguió erguirse sobre sus rodillas lo suficiente como para gatear, y aún así tardó varios largos segundos en llegar hasta Daigo. Y para cuando lo hizo, resollaba con fuerza. Con la adrenalina del combate evaporada de sus venas y las ganas de combatir desaparecidas, tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para no desplomarse de nuevo. Pero tenía que culminar con ello como correspondía. Por eso, alzó su mano hacia él y...
Entrelazó sus dedos con los de él en el Sello de la Reconciliación. Y sonrió.
Un nuevo mensaje hacia Kusagakure. Pese a su odio, ella seguía tendiéndoles la mano.
—Al final lo hemos hecho. Hemos cumplido nuestra promesa de dar lo mejor de nosotros —le dijo, aunque él ya no podía oírla.
La sonrisa desapareció de sus labios cuando todo a su alrededor se emborronó de golpe y su cuerpo hizo el peligroso amago de desplomarse. Pero alguien la sujetó en el último momento para evitar que sucediera, y varias sombras se cruzaron en el campo de visión de Ayame. Los médicos que de ahora en adelante debían encargarse de la salud de los dos combatientes. Y la kunoichi se dejó arrastrar hacia la enfermería.
Ayame no sabía cuándo volvería a cruzarse de nuevo con Daigo, pero salía de aquel combate con un buen sabor de boca. No sólo por haber ganado todos sus combates después de su derrota frente a Daruu, no sólo por haberse asegurado el quinto puesto en el Torneo de los Dojos, sino por haberse cruzado con un contrincante tan formidable como había sido Tsukiyama Daigo.