2/01/2016, 18:44
Le parecía que llevaba siglos arrodillado y mirando al suelo.
—Levántate —Le susurro una voz apenas más audible que el pasar del viento, pero que le llegaba con la contundencia de una lluvia helada.
Percibía su cuerpo etéreo e inconsistente, como si su carne fuera niebla a punto de dispersarse. Pero también se sentía pesado y rígido, como si sus huesos se hubieran vuelto plomo. Sus sentidos parecían dispuestos a lo absurdo. En su piel un calor quemante y abrazador le acariciaba, mientras que un frio lacerante y calador atenazaba sus pulmones. Sus oídos estaban a punto de sangrar por el intenso retumbar de su propio corazón, mientras que en su exterior un silencio desolador lo cubría todo.
—Tómame —Exigió con una voz que resonaba en todo su ser y que le impedía saber si la estaba escuchando o sintiendo.
No podía apartar la vista de aquel suelo negro por un manto de cenizas, pues aquello estaba más allá de su voluntad. Percibió la luz gris que bañaba su ser y supo donde estaba. Los cuerpos quemados, la sangre derramada y el perfume de la muerte que le asfixiaba.
—Déjame ir… —Pidió con esfuerzo.
—Este eres tú —aseguro dulcemente—. Tú me has traído hasta aquí por que querías que mirara en lo profundo de tu ser —dijo con toda la razón de alguien que le comprendía—. La duda y la vergüenza son lo que te mantiene así.
—No es la manera —replico un poco más calmado.
A pesar de no poder apreciar su rostro… Lo sabía. Sabia con quien hablaba y que era lo que buscaba. Podía percibir el aura de amor y muerte que expelía. A su alrededor un mundo infinito, gris y monótono. Pero solo estaban ellos dos; él arrodillado mirando al suelo y ella tendiéndole la mano con la esperanza de que voltease a verla.
—Quiero que seamos uno… Pero temes alimentar el abismo que hay en ti —dijo con pesar—. Seguiré atendiendo a tu llamado, y así lo seguiré haciendo hasta que me aceptes en ti.
De repente el mundo a su alrededor se volvió difuso y el clamor de los gritos lo arrebataba hacia otro lugar. No pudo ver la expresión de ella, pero bien sabia que al final se despidió con una sonrisa piadosa, tal y como lo hacía siempre.
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Se despertó agitado y con el corazón desbocado, tal como lo hacía siempre que tenía aquel sueño. Quito las mantas, pues aquel sudor frio le empapaba. En su mano pudo ver a Bohimei, como solía ocurrir. Desde el día que perdió su hogar había tenido aquel viaje onírico hacia ese lugar congelado en el tiempo. Pero siempre había estado solo allí, al menos hasta poco después de haberse graduado de la academia. En ese entonces todo cambio; Al momento en que le devolvieron su espada, paso a tener una compañera de sueños.
«Otra vez… Bueno, al menos creo que pude dormir un par de horas —aseguro mientras bostezaba—. No sé que resulta peor. El seguir teniendo esa pesadilla, el sentir cierto alivio por no estar solo en ella o que se aproxime el amanecer»
Kazuma se levanto tambaleante hacia le ventana. Necesitaba calmarse y respirar un poco de aire fresco. Extrañamente en ningún momento soltó su katana, pero poco le preocupaba. De alguna manera podía percibir un atisbo de consideración. Pues solo tenía aquel sueño cuando estaba en contacto con Bohimei y solo una vez por noche, por lo que después de relajarse podría dormir plácidamente, al menos eso esperaba.
Para su mala suerte; no llegaría a conciliar el sueño aquella noche.
En cuanto sus sentidos se aclararon se dio cuenta de algo perturbador. Los gritos que había escuchado hacia el final no eran parte del sueño, eran lo que le había arrastrado fuera del mismo. Eran claros y fuerte y provenían de fuera. Inmediatamente supo lo que pasaba, pues demasiado bien conocía la diferencia entre los alaridos de una pelea o un accidente y los aullidos de terror que hay en medio de una masacre.
Ni siquiera se dio tiempo a pensar. Se vistió como pudo, tomo su equipo y a toda prisa se dirigió a la entrada de la casa. Con un horrible presentimiento de lo que pudiera estar pasando en el pueblo.
—Levántate —Le susurro una voz apenas más audible que el pasar del viento, pero que le llegaba con la contundencia de una lluvia helada.
Percibía su cuerpo etéreo e inconsistente, como si su carne fuera niebla a punto de dispersarse. Pero también se sentía pesado y rígido, como si sus huesos se hubieran vuelto plomo. Sus sentidos parecían dispuestos a lo absurdo. En su piel un calor quemante y abrazador le acariciaba, mientras que un frio lacerante y calador atenazaba sus pulmones. Sus oídos estaban a punto de sangrar por el intenso retumbar de su propio corazón, mientras que en su exterior un silencio desolador lo cubría todo.
—Tómame —Exigió con una voz que resonaba en todo su ser y que le impedía saber si la estaba escuchando o sintiendo.
No podía apartar la vista de aquel suelo negro por un manto de cenizas, pues aquello estaba más allá de su voluntad. Percibió la luz gris que bañaba su ser y supo donde estaba. Los cuerpos quemados, la sangre derramada y el perfume de la muerte que le asfixiaba.
—Déjame ir… —Pidió con esfuerzo.
—Este eres tú —aseguro dulcemente—. Tú me has traído hasta aquí por que querías que mirara en lo profundo de tu ser —dijo con toda la razón de alguien que le comprendía—. La duda y la vergüenza son lo que te mantiene así.
—No es la manera —replico un poco más calmado.
A pesar de no poder apreciar su rostro… Lo sabía. Sabia con quien hablaba y que era lo que buscaba. Podía percibir el aura de amor y muerte que expelía. A su alrededor un mundo infinito, gris y monótono. Pero solo estaban ellos dos; él arrodillado mirando al suelo y ella tendiéndole la mano con la esperanza de que voltease a verla.
—Quiero que seamos uno… Pero temes alimentar el abismo que hay en ti —dijo con pesar—. Seguiré atendiendo a tu llamado, y así lo seguiré haciendo hasta que me aceptes en ti.
De repente el mundo a su alrededor se volvió difuso y el clamor de los gritos lo arrebataba hacia otro lugar. No pudo ver la expresión de ella, pero bien sabia que al final se despidió con una sonrisa piadosa, tal y como lo hacía siempre.
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Se despertó agitado y con el corazón desbocado, tal como lo hacía siempre que tenía aquel sueño. Quito las mantas, pues aquel sudor frio le empapaba. En su mano pudo ver a Bohimei, como solía ocurrir. Desde el día que perdió su hogar había tenido aquel viaje onírico hacia ese lugar congelado en el tiempo. Pero siempre había estado solo allí, al menos hasta poco después de haberse graduado de la academia. En ese entonces todo cambio; Al momento en que le devolvieron su espada, paso a tener una compañera de sueños.
«Otra vez… Bueno, al menos creo que pude dormir un par de horas —aseguro mientras bostezaba—. No sé que resulta peor. El seguir teniendo esa pesadilla, el sentir cierto alivio por no estar solo en ella o que se aproxime el amanecer»
Kazuma se levanto tambaleante hacia le ventana. Necesitaba calmarse y respirar un poco de aire fresco. Extrañamente en ningún momento soltó su katana, pero poco le preocupaba. De alguna manera podía percibir un atisbo de consideración. Pues solo tenía aquel sueño cuando estaba en contacto con Bohimei y solo una vez por noche, por lo que después de relajarse podría dormir plácidamente, al menos eso esperaba.
Para su mala suerte; no llegaría a conciliar el sueño aquella noche.
En cuanto sus sentidos se aclararon se dio cuenta de algo perturbador. Los gritos que había escuchado hacia el final no eran parte del sueño, eran lo que le había arrastrado fuera del mismo. Eran claros y fuerte y provenían de fuera. Inmediatamente supo lo que pasaba, pues demasiado bien conocía la diferencia entre los alaridos de una pelea o un accidente y los aullidos de terror que hay en medio de una masacre.
Ni siquiera se dio tiempo a pensar. Se vistió como pudo, tomo su equipo y a toda prisa se dirigió a la entrada de la casa. Con un horrible presentimiento de lo que pudiera estar pasando en el pueblo.