5/01/2016, 00:52
(Última modificación: 5/01/2016, 00:53 por Aotsuki Ayame.)
—Es complicado… —respondió con voz quebradiza. Inmediatamente, se aclaró la garganta. Entonces se levantó, siguiendo todavía con la mirada la parte trasera del carromato, que estaba llegando al final del puente.
Ayame siguió la dirección de sus ojos, con el traqueteante sonido de los cascos del animal aún repiqueteando en sus oídos.
—Era mi yegua, en realidad. Mis padres tuvieron que endeudarse con ese… con ese… tipo —dijo finalmente, y a Ayame no le pasó desapercibido el intenso desprecio que rezumaban sus palabras—. No pudieron afrontar la deuda y se llevó la yegua como parte del pago. Así que, legalmente, no puedo hacer nada.
—Vaya... yo... lo siento... —Ayame agachó la cabeza, con sincero pesar.
Y un denso silencio invadió el ambiente como la oscura sombra de una rapaz sobre sus cabezas. Ayame era incapaz de decir nada más. Realmente habría hecho cualquier cosa que hubiera estado al alcance de su mano por ayudar a aquel animal de un cruel destino como aquel, pero parecía que Datsue estaba atado de pies y manos...
Como si le hubiese leído la mente, el vendedor giró su rostro hacia ella, buscando efusivamente sus ojos.
—¿Tú me ayudarías? —le preguntó de manera vehemente—. ¿Me ayudarías a recuperar a Tormenta de sus manos? ¿Me ayudarías a salvarla?
Ayame se estremeció involuntariamente, repentinamente asustada. Sí, haría cualquier cosa por salvar a Tormenta de un destino tan cruel como era un sacrificio como aquel. Pero era un asunto legal, un asunto legal que inmiscuía a un país en el que ella no ejercía su ejercicio como kunoichi... En el que no se había pedido sus servicios... En el que no debería meterse...
Y sin embargo...
Tormenta era un pobre animal inocente.
—S... Sí —se sorprendió a sí misma respondiendo a la suplicante mirada de Datsue.
¿En qué demonios se estaba metiendo?
—Pero esto va a ser algo... delicado. Tienes... ¿Tienes algún tipo de plan, Datsue-san?
Ayame siguió la dirección de sus ojos, con el traqueteante sonido de los cascos del animal aún repiqueteando en sus oídos.
—Era mi yegua, en realidad. Mis padres tuvieron que endeudarse con ese… con ese… tipo —dijo finalmente, y a Ayame no le pasó desapercibido el intenso desprecio que rezumaban sus palabras—. No pudieron afrontar la deuda y se llevó la yegua como parte del pago. Así que, legalmente, no puedo hacer nada.
—Vaya... yo... lo siento... —Ayame agachó la cabeza, con sincero pesar.
Y un denso silencio invadió el ambiente como la oscura sombra de una rapaz sobre sus cabezas. Ayame era incapaz de decir nada más. Realmente habría hecho cualquier cosa que hubiera estado al alcance de su mano por ayudar a aquel animal de un cruel destino como aquel, pero parecía que Datsue estaba atado de pies y manos...
Como si le hubiese leído la mente, el vendedor giró su rostro hacia ella, buscando efusivamente sus ojos.
—¿Tú me ayudarías? —le preguntó de manera vehemente—. ¿Me ayudarías a recuperar a Tormenta de sus manos? ¿Me ayudarías a salvarla?
Ayame se estremeció involuntariamente, repentinamente asustada. Sí, haría cualquier cosa por salvar a Tormenta de un destino tan cruel como era un sacrificio como aquel. Pero era un asunto legal, un asunto legal que inmiscuía a un país en el que ella no ejercía su ejercicio como kunoichi... En el que no se había pedido sus servicios... En el que no debería meterse...
Y sin embargo...
Tormenta era un pobre animal inocente.
—S... Sí —se sorprendió a sí misma respondiendo a la suplicante mirada de Datsue.
¿En qué demonios se estaba metiendo?
—Pero esto va a ser algo... delicado. Tienes... ¿Tienes algún tipo de plan, Datsue-san?