26/07/2020, 22:58
—Llámame Yui, Ayame —respondió la Tormenta.
—P... Pero... —objetó Ayame.
Lo que le estaba pidiendo Yui era un sacrilegio para ella. Aquella mujer había sido la líder de Amegakure desde su mismo nacimiento, una figura a respetar y tener al mismo tiempo. Y ahora había escalado aún más en el escalafón, se había situado al mismo nivel que un Daimyō y había creado un nuevo rango para ella misma. ¿Cómo iba a llamarla por su nombre como si fueran... amigas de toda la vida?
—No hay nadie más que tú que se haya ganado tanto tratarme de tú a tú. ¡Somos compañeras, coño! ¡Que viva Amegakure! —exclamó, alzando un puño al cielo—. Dejadme disfrutar de mi retiro como Kage un momento. Quiero... quiero ver mi aldea. Mi hogar.
Yui se retiró hacia el enorme ventanal que daba al resto de la villa, y tanto Shanise como Ayame la dejaron marchar tras una breve inclinación de cabeza. Iba a necesitar un tiempo a solas para asimilar su pérdida.
Mientras tanto, Shanise se acercó a Ayame y le apoyó la mano en el hombro.
—Ayame, tú también puedes llamarme por mi nombre. Tienes mi total confianza.
—Bueno, lo intentaré... —sonrió, nerviosa. Si se lo pedía Shanise le resultaba más fácil que con Yui, siempre se había sentido más familiarizada con ella, pero habiendo ascendido a Arashikage...
—Has dicho que juras servirme con lealtad —añadió—. Bien. Quiero que seas la más leal de mis compañeras, Ayame. Sé mi mano derecha. Como yo lo he sido todos estos años.
La inesperada petición cayó como una sartén sobre su cabeza. Shanise, la nueva Arashikage, le estaba pidiendo que fuera su mano derecha, como ella había sido la de Amekoro Yui.
Su mano derecha.
La mano derecha de la Arashikage.
Ella.
Aotsuki Ayame.
Aturdida como se había quedado, necesitó de algunos segundos para terminar de asimilar lo que Shanise le estaba ofreciendo. Y aún así seguía sin creérselo. Pero un extraño hormigueo comenzó a aletear en su pecho. Un extraño hormigueo que le hacía querer gritar, reír y llorar al mismo tiempo.
—Y... ¿Yo? —preguntó, sintiéndose estúpida—. Por Amenokami esto es... ¡Es un honor para mí! Pero... ¿Pero está... estás segura de ello? Hay... Hay candidatos mucho mejores que yo para ese puesto... —su hermano o su padre—. Más fuertes... —Daruu—. Más... Más...
De hecho, si se ponía a pensarlo, ella era de los peores candidatos que podría haber escogido: había repetido el examen de genin, se había metido en mil y un líos con Yui y seguramente debía de ser una de las kunoichi de la aldea que más veces había pasado por el calabozo, había fallado el examen de chūnin, les había ocultado información de importancia con relación a Kokuō. Por fallarles, les había fallado hasta como Guardián.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al pensar en todo aquello.
Entonces, ¿por qué ella?
—P... Pero... —objetó Ayame.
Lo que le estaba pidiendo Yui era un sacrilegio para ella. Aquella mujer había sido la líder de Amegakure desde su mismo nacimiento, una figura a respetar y tener al mismo tiempo. Y ahora había escalado aún más en el escalafón, se había situado al mismo nivel que un Daimyō y había creado un nuevo rango para ella misma. ¿Cómo iba a llamarla por su nombre como si fueran... amigas de toda la vida?
—No hay nadie más que tú que se haya ganado tanto tratarme de tú a tú. ¡Somos compañeras, coño! ¡Que viva Amegakure! —exclamó, alzando un puño al cielo—. Dejadme disfrutar de mi retiro como Kage un momento. Quiero... quiero ver mi aldea. Mi hogar.
Yui se retiró hacia el enorme ventanal que daba al resto de la villa, y tanto Shanise como Ayame la dejaron marchar tras una breve inclinación de cabeza. Iba a necesitar un tiempo a solas para asimilar su pérdida.
Mientras tanto, Shanise se acercó a Ayame y le apoyó la mano en el hombro.
—Ayame, tú también puedes llamarme por mi nombre. Tienes mi total confianza.
—Bueno, lo intentaré... —sonrió, nerviosa. Si se lo pedía Shanise le resultaba más fácil que con Yui, siempre se había sentido más familiarizada con ella, pero habiendo ascendido a Arashikage...
—Has dicho que juras servirme con lealtad —añadió—. Bien. Quiero que seas la más leal de mis compañeras, Ayame. Sé mi mano derecha. Como yo lo he sido todos estos años.
La inesperada petición cayó como una sartén sobre su cabeza. Shanise, la nueva Arashikage, le estaba pidiendo que fuera su mano derecha, como ella había sido la de Amekoro Yui.
Su mano derecha.
La mano derecha de la Arashikage.
Ella.
Aotsuki Ayame.
Aturdida como se había quedado, necesitó de algunos segundos para terminar de asimilar lo que Shanise le estaba ofreciendo. Y aún así seguía sin creérselo. Pero un extraño hormigueo comenzó a aletear en su pecho. Un extraño hormigueo que le hacía querer gritar, reír y llorar al mismo tiempo.
—Y... ¿Yo? —preguntó, sintiéndose estúpida—. Por Amenokami esto es... ¡Es un honor para mí! Pero... ¿Pero está... estás segura de ello? Hay... Hay candidatos mucho mejores que yo para ese puesto... —su hermano o su padre—. Más fuertes... —Daruu—. Más... Más...
De hecho, si se ponía a pensarlo, ella era de los peores candidatos que podría haber escogido: había repetido el examen de genin, se había metido en mil y un líos con Yui y seguramente debía de ser una de las kunoichi de la aldea que más veces había pasado por el calabozo, había fallado el examen de chūnin, les había ocultado información de importancia con relación a Kokuō. Por fallarles, les había fallado hasta como Guardián.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al pensar en todo aquello.
Entonces, ¿por qué ella?