4/08/2020, 19:27
— Claro que lo soy, Kinumi-chan. Pero hasta que llegue el día en el que me enfrente a un gran dilema moral, prefiero concentrarme en cosas más simples, como esta misión.
— No confies demasiado en la simplicidad de este misión. Nunca se sabe. — hizo una breve pausa y justo un olor a comida recién hecha entró en la estancia. — ¿Crees que es el vagón restaurante?
Y vaya si lo era, en cuanto abrieron las puertas del siguiente vagón verían a un lado, un montón de mesas y al otro, una enorme cocina que iba de punta a punta del vagón. Había un mostrador donde se podía pedir comida para llevar, porque la mayoría de mesas estaban ocupadas.
Kinumi pediría su segundo desayuno, pues el dinero no era problema para ella. En cuanto Toshio hubiese pedido lo suyo se afianzarían una mesa, un sitio más comodo para sentarse que sus camas. El restaurante cerraba a las nueve y para estar en una mesa tenían que pedir algo cada media hora aproximadamente.
Así se pasaron la mitad del viaje, hasta que les echasen, sentados uno enfrente del otro compartiendo más anecdotas o sueños estúpidos. Kinumi se abrió lo suficiente para contarle a Toshio que era su padre quien la forzaba a ser kunoichi y era su madre la que por detrás le decía que no hacía falta que se forzase, que si algún día quería dejarlo, ella lidiaría con él. Pero no le disgustaba ser ninja, pero sí que le disgustaba la superioridad con la que hablaba siempre su padre solo por tener un kekkei genkai.
Volvieron rápidamente a las anecdotas de la academia antes de que el ambiente se volviese demasiado frío e intransitable. La Uchiha se durmió en cuanto se tumbó en la cama, fruto de toda la comida que habían ingerido tanto ella como Toshio, a quien no le había quedado más remedio que aceptar cuando la morena no podía más.
Como si tuviese un sensor, en cuanto el tren se paró de madrugada, Kinumi ya estaba dandole palmadas a Toshio en la cara. En su defensa, desde abajo no veía donde estaba qué del pelirrojo y no iba a arriesgarse a palmear de cuello para abajo, así que fue bajando de arriba a abajo hasta encontrar su cabeza.
— ¡Despierta! ¡Toshio! ¡Hemos llegado, va!
Cabe añadir, que fuera no era precisamente de día y que la estación de los arrozales no era ni la mitad de magnanime que la de Kusagakure. Era prácticamente un anden y ya. No le recibiría ningún sol radiante cuando Kinumi lo arrastrase fuera del tren, ni una luna perlada. Estaba todo... como muy oscuro.
Solo los faroles que iluminaban el andén le dejarían ver donde pisaba, mientras la Uchiha se iba directa a un mapa que había clavado en la pared.
— No confies demasiado en la simplicidad de este misión. Nunca se sabe. — hizo una breve pausa y justo un olor a comida recién hecha entró en la estancia. — ¿Crees que es el vagón restaurante?
Y vaya si lo era, en cuanto abrieron las puertas del siguiente vagón verían a un lado, un montón de mesas y al otro, una enorme cocina que iba de punta a punta del vagón. Había un mostrador donde se podía pedir comida para llevar, porque la mayoría de mesas estaban ocupadas.
Kinumi pediría su segundo desayuno, pues el dinero no era problema para ella. En cuanto Toshio hubiese pedido lo suyo se afianzarían una mesa, un sitio más comodo para sentarse que sus camas. El restaurante cerraba a las nueve y para estar en una mesa tenían que pedir algo cada media hora aproximadamente.
Así se pasaron la mitad del viaje, hasta que les echasen, sentados uno enfrente del otro compartiendo más anecdotas o sueños estúpidos. Kinumi se abrió lo suficiente para contarle a Toshio que era su padre quien la forzaba a ser kunoichi y era su madre la que por detrás le decía que no hacía falta que se forzase, que si algún día quería dejarlo, ella lidiaría con él. Pero no le disgustaba ser ninja, pero sí que le disgustaba la superioridad con la que hablaba siempre su padre solo por tener un kekkei genkai.
Volvieron rápidamente a las anecdotas de la academia antes de que el ambiente se volviese demasiado frío e intransitable. La Uchiha se durmió en cuanto se tumbó en la cama, fruto de toda la comida que habían ingerido tanto ella como Toshio, a quien no le había quedado más remedio que aceptar cuando la morena no podía más.
Como si tuviese un sensor, en cuanto el tren se paró de madrugada, Kinumi ya estaba dandole palmadas a Toshio en la cara. En su defensa, desde abajo no veía donde estaba qué del pelirrojo y no iba a arriesgarse a palmear de cuello para abajo, así que fue bajando de arriba a abajo hasta encontrar su cabeza.
— ¡Despierta! ¡Toshio! ¡Hemos llegado, va!
Cabe añadir, que fuera no era precisamente de día y que la estación de los arrozales no era ni la mitad de magnanime que la de Kusagakure. Era prácticamente un anden y ya. No le recibiría ningún sol radiante cuando Kinumi lo arrastrase fuera del tren, ni una luna perlada. Estaba todo... como muy oscuro.
Solo los faroles que iluminaban el andén le dejarían ver donde pisaba, mientras la Uchiha se iba directa a un mapa que había clavado en la pared.