8/01/2016, 23:36
Por un instante, luego de terminar de hablar, el Ishimura se encontró a si mismo sintiéndose un poco avergonzado. Después de todo le habían enseñado que aquellas eran cosas que no podía ir diciendo por ahí a cualquiera. Pero la peliazul no era cualquiera, era una ninja tal y como lo era él, consiente del camino que había escogido tal y como él.
«Creo que hable de mas» —se decía a sí mismo, mientras esperaba un posible silencio incomodo que jamás llego.
-Tus motivos... - Empezó, con una voz un poco débil-. Son motivos como los de cualquier otra persona. Si esos fueron los motivos que te motivaron a entrar en este oficio, son tan buenos o más incluso que los míos y no tienes por qué no ser sincero con ellos. Tal y como has dicho tú, no es un oficio fácil, pero es el que hemos escogido. Además, siempre puedes cambiar tu opinión...
-Y... Yo creo que no buscas quitar vidas, solo ser justo, porque la injusticia es algo que no se puede perdonar. Así que no te preocupes, cada herida, cada daño que hagas a una persona inocente, allí estaré yo para cerrarla, ¡y para darte una patada en el culo!
Las palabras de aquella jovencita hicieron que el momento fuera bastante emotivo. Siendo una persona de un carácter neutral, incluso podría decirse que gris, el chico de piel morena no estaba seguro de cómo reaccionar. Por un instante su vista se perdió en una pequeña abertura que había entre los nubarrones. Durante un momento pudo ver el infinito azul celeste, que a momentos se juntaba con el profundo gris de las nubes, mientras solitarios rayos del sol se colaban hacia la tierra. Y entonces, mientras la ligera llovizna se combinaba con la luz para forma un tenue arcoíris que iba de un extremo a otro del parque, supo que decir.
—Jajaja… —se reía, y no porque le pareciera gracioso o tonto. Se reía por la ironía, porque al fin comprendía la razón de aquella mujer que le salvo la vida hacia tanto tiempo— Gracias Mizumi Eri. De verdad… Tus palabras son... Cálidas y reconfortantes —Quizás la palabras no fueran lo suyo, pero aquella gran sonrisa, radiante y sincera que tan rara era en él, expresaba mucho mejor lo que sentía.
«De verdad que somos totalmente opuestos, como el cielo azul y las nubes grises, como la plata brillante y el acero oscuro, como la cálida primavera y el impiadoso invierno. Aun así… Creo que podremos llegar a ser grandes camaradas» —Pensó, mientras hacia un intento fallido de disimular su sonrisa.
Hubo rato en el que Kazuma quiso preguntarle a su pasajera si sabía lo que posiblemente les deparaba el camino de ambos. El de cabello blanco sabia que en algún punto tendría que ayudar a alguien y que en otro quizás tuviera que quitarle la vida a un ninja médico o acabar con la vida de alguien que fuese su amigo en otro tiempo. Pero… ¿sabía también la kunoichi que podría llegar a esas situaciones? Decidió no preguntarle. Si la chica tenía el don de expresar palabras cálidas y animantes, el joven tenía la capacidad para hablar de manera lúgubre y condenatoria.
Antes de darse cuenta habían recorrido un gran tramo de parque. Terminaron en un lugar con bastante gente, en su mayoría señoras vestidas de manera muy elegante. Todas parecían muy ocupadas en tomar el té, compartir algunos bizcochos e intercambiar chismes bajo aquel dosel que no había permitido el paso de la lluvia. Antes de darse cuenta, un montón de mujeres habían rodeado la carroza, con grandes ojos curiosos.
—Pero mira que vestido tan lindo.
—Me pregunto si me veré así de joven poniéndome uno igual.
—Conozco a la diseñadora. Todo una maestra.
—Esta como para retratarla en un cuadro.
—Parece una muñeca.
—Jovencita dime ¿Quién te diseñó este vestido?
—A mi hijo le encantaría un paseo con una joven flor como tú. Dime ¿de qué familia eres?
—¡Señoras por favor! —Dijo con una ira mal fingida—. Contrólense un poco —pero en ese momento unos dedos perfumados se engancharon a su mejilla, impidiéndole hablar.
—Pero mira qué lindo. Disfrazado de cochero y con estas mejillas tan suaves. A ver haz un puchero…
«Creo que hable de mas» —se decía a sí mismo, mientras esperaba un posible silencio incomodo que jamás llego.
-Tus motivos... - Empezó, con una voz un poco débil-. Son motivos como los de cualquier otra persona. Si esos fueron los motivos que te motivaron a entrar en este oficio, son tan buenos o más incluso que los míos y no tienes por qué no ser sincero con ellos. Tal y como has dicho tú, no es un oficio fácil, pero es el que hemos escogido. Además, siempre puedes cambiar tu opinión...
-Y... Yo creo que no buscas quitar vidas, solo ser justo, porque la injusticia es algo que no se puede perdonar. Así que no te preocupes, cada herida, cada daño que hagas a una persona inocente, allí estaré yo para cerrarla, ¡y para darte una patada en el culo!
Las palabras de aquella jovencita hicieron que el momento fuera bastante emotivo. Siendo una persona de un carácter neutral, incluso podría decirse que gris, el chico de piel morena no estaba seguro de cómo reaccionar. Por un instante su vista se perdió en una pequeña abertura que había entre los nubarrones. Durante un momento pudo ver el infinito azul celeste, que a momentos se juntaba con el profundo gris de las nubes, mientras solitarios rayos del sol se colaban hacia la tierra. Y entonces, mientras la ligera llovizna se combinaba con la luz para forma un tenue arcoíris que iba de un extremo a otro del parque, supo que decir.
—Jajaja… —se reía, y no porque le pareciera gracioso o tonto. Se reía por la ironía, porque al fin comprendía la razón de aquella mujer que le salvo la vida hacia tanto tiempo— Gracias Mizumi Eri. De verdad… Tus palabras son... Cálidas y reconfortantes —Quizás la palabras no fueran lo suyo, pero aquella gran sonrisa, radiante y sincera que tan rara era en él, expresaba mucho mejor lo que sentía.
«De verdad que somos totalmente opuestos, como el cielo azul y las nubes grises, como la plata brillante y el acero oscuro, como la cálida primavera y el impiadoso invierno. Aun así… Creo que podremos llegar a ser grandes camaradas» —Pensó, mientras hacia un intento fallido de disimular su sonrisa.
Hubo rato en el que Kazuma quiso preguntarle a su pasajera si sabía lo que posiblemente les deparaba el camino de ambos. El de cabello blanco sabia que en algún punto tendría que ayudar a alguien y que en otro quizás tuviera que quitarle la vida a un ninja médico o acabar con la vida de alguien que fuese su amigo en otro tiempo. Pero… ¿sabía también la kunoichi que podría llegar a esas situaciones? Decidió no preguntarle. Si la chica tenía el don de expresar palabras cálidas y animantes, el joven tenía la capacidad para hablar de manera lúgubre y condenatoria.
Antes de darse cuenta habían recorrido un gran tramo de parque. Terminaron en un lugar con bastante gente, en su mayoría señoras vestidas de manera muy elegante. Todas parecían muy ocupadas en tomar el té, compartir algunos bizcochos e intercambiar chismes bajo aquel dosel que no había permitido el paso de la lluvia. Antes de darse cuenta, un montón de mujeres habían rodeado la carroza, con grandes ojos curiosos.
—Pero mira que vestido tan lindo.
—Me pregunto si me veré así de joven poniéndome uno igual.
—Conozco a la diseñadora. Todo una maestra.
—Esta como para retratarla en un cuadro.
—Parece una muñeca.
—Jovencita dime ¿Quién te diseñó este vestido?
—A mi hijo le encantaría un paseo con una joven flor como tú. Dime ¿de qué familia eres?
—¡Señoras por favor! —Dijo con una ira mal fingida—. Contrólense un poco —pero en ese momento unos dedos perfumados se engancharon a su mejilla, impidiéndole hablar.
—Pero mira qué lindo. Disfrazado de cochero y con estas mejillas tan suaves. A ver haz un puchero…