9/01/2016, 17:09
(Última modificación: 9/01/2016, 18:03 por Hanamura Kazuma.)
La situación se estaba tornando bastante incómoda. A pesar de que Kazuma ya tenía bastantes problemas con aquella señora que le atenazaba las mejillas, se encontraba al pendiente de Eri, puesto que como cochero debía de asegurar la comodidad de su clienta. Sin embargo la chica demostró ser capaz de lidiar bastante bien con aquella situación.
-Disculpe, pero el joven Ishimura es mi cochero por hoy, es su trabajo, ¿no lo sabía? En verano dan vueltas a todo el Jardín de Cerezos. ¿Por qué no nos dejan pasar, y así cuando termine mi pequeño paseo, ustedes pueden agenciarse un carruaje y ser la envidia de todo el jardín?
Como si de una domadora de fieras se tratara, la peliazul consiguió que las mujeres se tranquilizaran un poco. Sus palabras las llevo a alejarse del carruaje y abrir espacio, todo eso mientras mantenían sus ojos fijos en el par de jovencitos. En cuanto las hubieron dejado atrás, el de ojos grises se sintió profundamente aliviado.
«Nota mental; tener cuidado al pasar por este tramo»
—Cuanta intensidad —dijo, suspirando de tranquilidad—. Bien jugado, Eri-san, por un momento pensé que tendría que utilizar el fuete del caballo para abrirnos paso —Aunque el ya se lo había planteado. Si hubiesen llegado a tirar de un solo mechón de su blanco cabello hubiese comenzado a repetir latigazos.
—Me duele la mejilla. Creo que tanto té y galletas son demasiada azúcar para aquellas señoras.
El carruaje se desplazaba con lentitud, quizás porque al paseo ya le quedaba poco para terminar. Habiendo dejado atrás aquel tumulto curioso, se encontraron en una zona bastante tranquila donde las nubes y las lloviznas iban dejando paso a un sol cálido. Incluso aquel caballo parecía estar disfrutando de las aves que cantaban festejando el final de la lluvia.
Entonces Kazuma la vio; un ave de plumaje oscuro, que yacía con las alas extendidas contra el viento, mientras desde las alturas de su nido observaba el pasar de la gente.
—Observa —dijo el Ishimura mientras esbozaba una sonrisa hacia su pasajera.
En aquel alto árbol se encontraba un gran nido. Parte de dicho refugio estaba compuesto por una pequeña cometa de colores muy vivos, que resultaba muy familiar, esta se encontraba por encima de todo y parecía tener la función de proteger de la lluvia. Durante un segundo el ave oscura pareció reconocerlos y les graznó de forma territorial. Pero en cuanto alzó sus alas, detrás se pudo apreciar a tres pichones que ni siquiera habían perdido el plumón.
—Parece que al menos le dio un buen uso —dijo sin dejar de señalar en dirección a las aves.
-Disculpe, pero el joven Ishimura es mi cochero por hoy, es su trabajo, ¿no lo sabía? En verano dan vueltas a todo el Jardín de Cerezos. ¿Por qué no nos dejan pasar, y así cuando termine mi pequeño paseo, ustedes pueden agenciarse un carruaje y ser la envidia de todo el jardín?
Como si de una domadora de fieras se tratara, la peliazul consiguió que las mujeres se tranquilizaran un poco. Sus palabras las llevo a alejarse del carruaje y abrir espacio, todo eso mientras mantenían sus ojos fijos en el par de jovencitos. En cuanto las hubieron dejado atrás, el de ojos grises se sintió profundamente aliviado.
«Nota mental; tener cuidado al pasar por este tramo»
—Cuanta intensidad —dijo, suspirando de tranquilidad—. Bien jugado, Eri-san, por un momento pensé que tendría que utilizar el fuete del caballo para abrirnos paso —Aunque el ya se lo había planteado. Si hubiesen llegado a tirar de un solo mechón de su blanco cabello hubiese comenzado a repetir latigazos.
—Me duele la mejilla. Creo que tanto té y galletas son demasiada azúcar para aquellas señoras.
El carruaje se desplazaba con lentitud, quizás porque al paseo ya le quedaba poco para terminar. Habiendo dejado atrás aquel tumulto curioso, se encontraron en una zona bastante tranquila donde las nubes y las lloviznas iban dejando paso a un sol cálido. Incluso aquel caballo parecía estar disfrutando de las aves que cantaban festejando el final de la lluvia.
Entonces Kazuma la vio; un ave de plumaje oscuro, que yacía con las alas extendidas contra el viento, mientras desde las alturas de su nido observaba el pasar de la gente.
—Observa —dijo el Ishimura mientras esbozaba una sonrisa hacia su pasajera.
En aquel alto árbol se encontraba un gran nido. Parte de dicho refugio estaba compuesto por una pequeña cometa de colores muy vivos, que resultaba muy familiar, esta se encontraba por encima de todo y parecía tener la función de proteger de la lluvia. Durante un segundo el ave oscura pareció reconocerlos y les graznó de forma territorial. Pero en cuanto alzó sus alas, detrás se pudo apreciar a tres pichones que ni siquiera habían perdido el plumón.
—Parece que al menos le dio un buen uso —dijo sin dejar de señalar en dirección a las aves.