20/08/2020, 18:40
Lo que pasó entre Kamisho Yuna y el grupo de jóvenes, era algo que Yota no llegaría a ver. Después de atravesar la recepción, subió las escaleras durante varios largos pisos. Los escalones crujían con pesadez por debajo de sus pies, pero él los ignoró y siguió ascendiendo hasta el último piso, antes de llegar a la azotea. Recorrió un último pasillo, iluminado por pequeños farolillos de papel, y terminó plantándose frente al portón que daba acceso al despacho de la Morikage. Yota alzó la mano y, tras tragar saliva, dio un par de toques a la puerta. La madera resonó con gravedad, y apenas pasaron un par de segundos cuando una voz femenina respondió desde el interior.
—Adelante.
Si Yota accedía al interior se encontraría con un panorama familiar. El despacho se abría ante él, amplio y tan acogedor como siempre. Los enormes ventanales que daban la vista al resto de Kusagakure estaban abiertos de par en par, seguramente en un desesperado intento por captar algo de aire fresco del exterior. A su alrededor, y cubriendo las paredes, una gran cantidad de estanterías lucían desde vetustos libros y pergaminos hasta otros objetos más curiosos y exóticos como eran aquellas macetas de flores extrañas y exuberantes entre las que danzaban varias mariposas de vistosos colores. Aburame Kintsugi le esperaba en el centro del despacho; y, como siempre, la mitad superior de su rostro estaba oculto tras un antifaz de mariposa: en aquella ocasión, de una colias blanca. En aquellos instantes parecía sumida en la lectura de unos papeles que sostenía entre las manos, pero no tardó en percibir la presencia de Yota.
—Ah, Yota, pasa, toma asiento —le invitó, con suavidad, señalando una de las dos sillas que se encontraban frente a ella. Pese al antifaz, Yota fue capaz de percibir que la Morikage le estaba estudiando cuidadosamente, y sus ojos terminaron deteniéndose durante una fracción de segundo en su mano izquierda—. ¿Dónde está Kumopansa? ¿Hoy no viene contigo? —le preguntó.
—Adelante.
Si Yota accedía al interior se encontraría con un panorama familiar. El despacho se abría ante él, amplio y tan acogedor como siempre. Los enormes ventanales que daban la vista al resto de Kusagakure estaban abiertos de par en par, seguramente en un desesperado intento por captar algo de aire fresco del exterior. A su alrededor, y cubriendo las paredes, una gran cantidad de estanterías lucían desde vetustos libros y pergaminos hasta otros objetos más curiosos y exóticos como eran aquellas macetas de flores extrañas y exuberantes entre las que danzaban varias mariposas de vistosos colores. Aburame Kintsugi le esperaba en el centro del despacho; y, como siempre, la mitad superior de su rostro estaba oculto tras un antifaz de mariposa: en aquella ocasión, de una colias blanca. En aquellos instantes parecía sumida en la lectura de unos papeles que sostenía entre las manos, pero no tardó en percibir la presencia de Yota.
—Ah, Yota, pasa, toma asiento —le invitó, con suavidad, señalando una de las dos sillas que se encontraban frente a ella. Pese al antifaz, Yota fue capaz de percibir que la Morikage le estaba estudiando cuidadosamente, y sus ojos terminaron deteniéndose durante una fracción de segundo en su mano izquierda—. ¿Dónde está Kumopansa? ¿Hoy no viene contigo? —le preguntó.