20/08/2020, 20:29
(Última modificación: 20/08/2020, 20:30 por Morikawa Hokoji. Editado 1 vez en total.)
«Que la Madre Creadora bendiga este día...»
Hokoji estaba ansioso, sintiendo tal vez que comenzaba una nueva vida en la tierra fertilizada por las cenizas de su mentor. Esta era su primera misión como soldado de Kusagakure no Sato, por lo menos de manera oficial. El día era caluroso como acostumbraba en la temporada, razón ante la cual vestía una ligera yukata blanca con un patrón de flores rojas. Para la flor lucida al costado derecho de su cabello, como un estudio del hanakotoba o lenguaje de las flores, había seleccionado una azalea en señal de modestia y humildad, entendiendo que esta era la postura correcta para iniciar su carrera shinobi, más al tenerse que presentar ante una persona desconocida. Nadie se toma bien presentaciones pretenciosas o carentes de tacto.
Le habían informado que tenía que averiguar el paradero de algún cerdo perdido. Comprendía el lazo que había detrás de esta perdida y su alma cultivada por un poeta le impulsó a interiorizarse en este vínculo. No obstante... «¡Oink, oink!» ¿Qué era eso? Una cacofonía de cerdos en su cabeza, seguida por chillidos. Chillidos de miedo y de dolor. Claro, claro. Alguna vez cuando niño habrá oído la matanza de un porcino y ahora le perseguía. «¡Ayúdame...!» Le imploraba una voz bestial entre los gritos, irreconocible.
Con el pasar del tiempo le ponía nervioso seguir oyendo algo así, por lo cual apuró el paso. Finalmente, una chica. Frente a los aposentos de la Morikage, sus ojos la vieron como en un túnel donde era la única luz. «Es ella...» Le dijo un anciano cerdo en su cerebro. Puso cara de tranquilidad y se acercó lentamente, como si dudara si aquella era la persona que estaba buscando. — Buenos días, ¿eres Sagisa Ranko? — La primera pregunta de la jornada, vendrían muchas más.
Hokoji estaba ansioso, sintiendo tal vez que comenzaba una nueva vida en la tierra fertilizada por las cenizas de su mentor. Esta era su primera misión como soldado de Kusagakure no Sato, por lo menos de manera oficial. El día era caluroso como acostumbraba en la temporada, razón ante la cual vestía una ligera yukata blanca con un patrón de flores rojas. Para la flor lucida al costado derecho de su cabello, como un estudio del hanakotoba o lenguaje de las flores, había seleccionado una azalea en señal de modestia y humildad, entendiendo que esta era la postura correcta para iniciar su carrera shinobi, más al tenerse que presentar ante una persona desconocida. Nadie se toma bien presentaciones pretenciosas o carentes de tacto.
Le habían informado que tenía que averiguar el paradero de algún cerdo perdido. Comprendía el lazo que había detrás de esta perdida y su alma cultivada por un poeta le impulsó a interiorizarse en este vínculo. No obstante... «¡Oink, oink!» ¿Qué era eso? Una cacofonía de cerdos en su cabeza, seguida por chillidos. Chillidos de miedo y de dolor. Claro, claro. Alguna vez cuando niño habrá oído la matanza de un porcino y ahora le perseguía. «¡Ayúdame...!» Le imploraba una voz bestial entre los gritos, irreconocible.
Con el pasar del tiempo le ponía nervioso seguir oyendo algo así, por lo cual apuró el paso. Finalmente, una chica. Frente a los aposentos de la Morikage, sus ojos la vieron como en un túnel donde era la única luz. «Es ella...» Le dijo un anciano cerdo en su cerebro. Puso cara de tranquilidad y se acercó lentamente, como si dudara si aquella era la persona que estaba buscando. — Buenos días, ¿eres Sagisa Ranko? — La primera pregunta de la jornada, vendrían muchas más.
Hablo || Pienso