30/08/2020, 19:19
Había algo en aquella habitación que no le había gustado desde que despertase allí. Creía saber que era, aunque se le escapa el porqué: el techo y la decoración monótonas parecían buscar una serenidad austera, casi antiséptica de ideas. Además, estaba aquella sensación surreal de un tiempo que parecía estático, al punto de casi percibir las partículas de polvo suspendidas en una caída eterna. La única constancia de la sucesión de hechos cotidianos era el ir y venir puntual y exacto de los médicos y las enfermeras, como si fueran las manecillas de un reloj de piezas humanas.
«Quizá sea la medicación, esos dopa…», pensó sin poder conseguir la palabra de aquello que le administraban.
Sabía que algo le daban de beber cuando el dolor y las náuseas eran demasiado fuertes, algo que le adormecía el cuerpo y le embotaba la mente; algo casi macabro, por el efecto que la medicina tenía en su estado de ánimo, suprimiendo cualquier elevación o descenso en el fluir del mismo. Sin embargo, aquello era mejor que el dolor. Se decía a si mismo que de tratarse de una pierna rota o de una puñalada podría soportarlo mejor, que podría alejar sus pensamientos; pero no encontraba manera de pensar en otra cosa cuando todo el dolor se concentraba en su cabeza, pulsando ininterrumpidamente como la danza de una abeja furiosa.
Mientras se levantaba y mientras la niebla sedante que le ayudaba a dormir comenzaba a disiparse, escucho que llamaban a la puerta.
—Si… —comenzó, pero se detuvo porque las palabras se le extraviaron—. Digo, se puede pasar…
«Quizá sea la medicación, esos dopa…», pensó sin poder conseguir la palabra de aquello que le administraban.
Sabía que algo le daban de beber cuando el dolor y las náuseas eran demasiado fuertes, algo que le adormecía el cuerpo y le embotaba la mente; algo casi macabro, por el efecto que la medicina tenía en su estado de ánimo, suprimiendo cualquier elevación o descenso en el fluir del mismo. Sin embargo, aquello era mejor que el dolor. Se decía a si mismo que de tratarse de una pierna rota o de una puñalada podría soportarlo mejor, que podría alejar sus pensamientos; pero no encontraba manera de pensar en otra cosa cuando todo el dolor se concentraba en su cabeza, pulsando ininterrumpidamente como la danza de una abeja furiosa.
Mientras se levantaba y mientras la niebla sedante que le ayudaba a dormir comenzaba a disiparse, escucho que llamaban a la puerta.
—Si… —comenzó, pero se detuvo porque las palabras se le extraviaron—. Digo, se puede pasar…