5/09/2020, 23:17
Yota tomó carrerilla de verdad. Si hasta el momento había estado soltando la información prácticamente con cuentagotas, en aquel instante prácticamente se desbordó.
Aquel Monstruo (no podía llamarlo de otra manera) había asesinado a uno de los trabajadores del hángar. Yota había saltado para detenerle, y en el proceso había creado un clon para advertir a la aldea de lo que estaba ocurriendo mientras él se enfrentaba con el susodicho General. Sin embargo, aquel tipo parecía ser un hueso duro de roer, y las cosas se pusieron aún más feas cuando decidió utilizar aquel monstruoso poder que llevaba en su interior. Yota se había visto acorralado, y tuvo que hacer la probablemente sería una de las decisiones más difíciles: salvar su vida sacrificando su dedo, o perder ambos.
—No tienes que disculparte, Yota. Te viste obligado a tomar una decisión muy valiente ese día. Sigues vivo, que es lo importante, y algún día ese Monstruo pagará con sangre todos sus crímenes —sentenció Kintsugi, férrea. La mujer dejó escapar un largo suspiro, se reincorporó y se acercó con pasos lentos al ventanal que había tras su escritorio—. Pero no termino de entenderlo. ¿Qué hacía un General de esos en nuestro país? Según las otras dos aldeas, ese Nueve Colas está buscando al resto de Bijū para que le juren lealtad en su estúpida utopía de Imperio, o algo así. Pero nosotros ya no tenemos a ninguno de esos monstruos, ni de esos jarrones.
El único que habían tenido, Eikyuu Juro, había salido huyendo después de intentar arrasar la aldea con uno de aquellos terroríficos láseres y después de llevarse la vida del anterior Morikage en el proceso.
—Entonces, ¿por qué? ¿Qué ha venido a buscar aquí...? —Meditaba en voz alta, con la mirada perdida en la villa que se extendía en toda su plenitud bajo sus pies, entremezclada en aquel océano de árboles que la conformaban.
Aquel Monstruo (no podía llamarlo de otra manera) había asesinado a uno de los trabajadores del hángar. Yota había saltado para detenerle, y en el proceso había creado un clon para advertir a la aldea de lo que estaba ocurriendo mientras él se enfrentaba con el susodicho General. Sin embargo, aquel tipo parecía ser un hueso duro de roer, y las cosas se pusieron aún más feas cuando decidió utilizar aquel monstruoso poder que llevaba en su interior. Yota se había visto acorralado, y tuvo que hacer la probablemente sería una de las decisiones más difíciles: salvar su vida sacrificando su dedo, o perder ambos.
—No tienes que disculparte, Yota. Te viste obligado a tomar una decisión muy valiente ese día. Sigues vivo, que es lo importante, y algún día ese Monstruo pagará con sangre todos sus crímenes —sentenció Kintsugi, férrea. La mujer dejó escapar un largo suspiro, se reincorporó y se acercó con pasos lentos al ventanal que había tras su escritorio—. Pero no termino de entenderlo. ¿Qué hacía un General de esos en nuestro país? Según las otras dos aldeas, ese Nueve Colas está buscando al resto de Bijū para que le juren lealtad en su estúpida utopía de Imperio, o algo así. Pero nosotros ya no tenemos a ninguno de esos monstruos, ni de esos jarrones.
El único que habían tenido, Eikyuu Juro, había salido huyendo después de intentar arrasar la aldea con uno de aquellos terroríficos láseres y después de llevarse la vida del anterior Morikage en el proceso.
—Entonces, ¿por qué? ¿Qué ha venido a buscar aquí...? —Meditaba en voz alta, con la mirada perdida en la villa que se extendía en toda su plenitud bajo sus pies, entremezclada en aquel océano de árboles que la conformaban.