11/01/2016, 01:59
(Última modificación: 11/01/2016, 02:10 por Umikiba Kaido.)
Era tarde, muy tarde. Tarde para estar despierto, tarde para comerse la cabeza con la incesante pregunta que había estado haciéndole a su tutor durante todo el viaje: ¿Cuándo cojones volveremos a casa?
Pero allí se encontraba el Gyojin, con los ojos abiertos de par en par. De vez en cuando soltaba un sonoro bufido para tratar de interrumpir el sueño de Yarou-sama —aunque el letargo del viejo era demasiado profundo como para ser perturbado— y no dejaba de moverse de lado a lado intentando acomodarse cómodamente sobre la hierba en la cual yacía recostado. Se podía decir que estaba aburrido, bastante extenuado, en realidad. Llevaba alrededor de un mes viajando por todo el país, visitando tantas locaciones que sus ojos habían sido testigo de tantas personas y culturas tan poco interesantes que habría deseado nunca salir de Amegakure.
Él siempre se mostró como un férreo opositor de la rutina. Y ahora, con ironía, la extrañaba. La simplicidad de las calles de su aldea, de la gente que la transitaba. Patear traseros conocidos y llevarse a casa unos cuantos moretones.
No obstante, el semblante de aventura no dejaba de estar presente durante sus viajes. Claro que había tenido buenas experiencias durante ese tiempo, unas más emocionantes que otras desde luego, pero buenas al fin y al cabo. Y si algo usaba Yarou-sama para calmar en lo posible su quejosa actitud era concediéndole un abre bocas de lo que podrían hacer al día siguiente. Así pues, la voz del viejo quebró el silencio fortuito de la noche y se dirigió directamente a su pupilo, quien parecía inquieto ante su incapacidad de conciliar el sueño.
—Será mejor que descanses. Estamos cerca del Bosque de Azur y apenas termines con los encargos de mañana, dejaré que lo visites.
Como dulce para un niño. ¿Un bosque extremadamente conocido por los peligros que deambulan en sus alrededores?... el tiburón te lo compraba. Y como escuchó, se quedó dormido, a la espera de la aventura que le deparaba el día siguiente.
La húmeda pradera que precedía a la entrada del famoso Bosque de Azur mostraba la dicotomía existente entre ambos lugares. Un claro que mostraba en su horizonte una inmensidad frondosa de árboles le recibía con las puertas abiertas, a través del cual Kaido se adentró con la decisión de quien no le teme a lo desconocido. Y así, la poca claridad que se atrevía a escabullirse de las cargadas nubes del cielo se hacía más y más tenue conforme aceleraba su paso. Pronto se encontraría con un buen número de pasadizos, puentes replegados y coloridas vegetaciones que convertirían en un confuso rompecabezas. Así que puso todo su esfuerzo en encontrar la ruta hacia un lugar especial al que, a diferencia de él, todos evitaban por encontrar.
La isla misteriosa, un lugar inexplorado por los vivos; hogar de los olvidados. Pero la ruta era larga y debía encontrar el puente correcto, así que se detuvo en el tercero que encontró.
Lo hizo para revisar un pequeño bosquejo que un mercader le había dibujado por unos cuantos ryo. Se ubicó en el mismo e intentó encontrar la vía a tomar a continuación. Pero le tomaría un buen tiempo, dado el rudimentario mapa que tenía en sus manos.
Pero allí se encontraba el Gyojin, con los ojos abiertos de par en par. De vez en cuando soltaba un sonoro bufido para tratar de interrumpir el sueño de Yarou-sama —aunque el letargo del viejo era demasiado profundo como para ser perturbado— y no dejaba de moverse de lado a lado intentando acomodarse cómodamente sobre la hierba en la cual yacía recostado. Se podía decir que estaba aburrido, bastante extenuado, en realidad. Llevaba alrededor de un mes viajando por todo el país, visitando tantas locaciones que sus ojos habían sido testigo de tantas personas y culturas tan poco interesantes que habría deseado nunca salir de Amegakure.
Él siempre se mostró como un férreo opositor de la rutina. Y ahora, con ironía, la extrañaba. La simplicidad de las calles de su aldea, de la gente que la transitaba. Patear traseros conocidos y llevarse a casa unos cuantos moretones.
No obstante, el semblante de aventura no dejaba de estar presente durante sus viajes. Claro que había tenido buenas experiencias durante ese tiempo, unas más emocionantes que otras desde luego, pero buenas al fin y al cabo. Y si algo usaba Yarou-sama para calmar en lo posible su quejosa actitud era concediéndole un abre bocas de lo que podrían hacer al día siguiente. Así pues, la voz del viejo quebró el silencio fortuito de la noche y se dirigió directamente a su pupilo, quien parecía inquieto ante su incapacidad de conciliar el sueño.
—Será mejor que descanses. Estamos cerca del Bosque de Azur y apenas termines con los encargos de mañana, dejaré que lo visites.
Como dulce para un niño. ¿Un bosque extremadamente conocido por los peligros que deambulan en sus alrededores?... el tiburón te lo compraba. Y como escuchó, se quedó dormido, a la espera de la aventura que le deparaba el día siguiente.
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La húmeda pradera que precedía a la entrada del famoso Bosque de Azur mostraba la dicotomía existente entre ambos lugares. Un claro que mostraba en su horizonte una inmensidad frondosa de árboles le recibía con las puertas abiertas, a través del cual Kaido se adentró con la decisión de quien no le teme a lo desconocido. Y así, la poca claridad que se atrevía a escabullirse de las cargadas nubes del cielo se hacía más y más tenue conforme aceleraba su paso. Pronto se encontraría con un buen número de pasadizos, puentes replegados y coloridas vegetaciones que convertirían en un confuso rompecabezas. Así que puso todo su esfuerzo en encontrar la ruta hacia un lugar especial al que, a diferencia de él, todos evitaban por encontrar.
La isla misteriosa, un lugar inexplorado por los vivos; hogar de los olvidados. Pero la ruta era larga y debía encontrar el puente correcto, así que se detuvo en el tercero que encontró.
Lo hizo para revisar un pequeño bosquejo que un mercader le había dibujado por unos cuantos ryo. Se ubicó en el mismo e intentó encontrar la vía a tomar a continuación. Pero le tomaría un buen tiempo, dado el rudimentario mapa que tenía en sus manos.