14/10/2020, 23:46
Tras la sugerencia de Daruu, el bicho que llevaba al hombro Yota se ofendió, claro que se ofendió. Y parecía tan malhablado como su compañero. Daruu se limitó a devolverle una peligrosa mirada con aquellos ojos blancos entrecerrados. «Te aplastaría con un zapato, cabrón.»
—No le veo el sentido a prescindir de lo que nos puede ofrecer Kumopansa, Daruu. No se trata de ninguna mascota, ella es tan ninja como tu o como yo.
El Hyūga se detuvo un momento y dejó que Eri se adelantara mientras estiraba un poco de la manga de Yota para hablarle en privado. Le señaló con el dedo.
—Está bien. Veremos lo que nos puede ofrecer, aparte de tener aterrorizada a una compañera —espetó, y se adelantó para ponerse al lado de Eri, dando por zanjada la conversación.
Continuaron caminando por las calles de Yachi. El clima de tensión era evidente: la gente se afanaba por ocultarse en sus casas cuando apenas ni caía la noche. Uno de los chiquillos que habían gastado una broma a los shinobi se tropezó con Daruu, pero apenas él pudo intercambiar una mirada ni quejarse: el chiquillo salió disparado bajo el refugio de sus padres.
La casa del alcalde resaltaba respecto al contexto, pero no era tampoco una mansión. Estaba rodeada de un jardín decorado y unas verjas, y vigilado por dos soldados, un hombre y una mujer armados con naginatas. Las cruzaron cuando ellos se plantaron delante, pidiéndoles la identificación. Eri fue la que enseñó el pergamino de la misión.
—Amedama Daruu, jōnin al servicio del País de la Tormenta. —Señaló con desgana la placa dorada—. Nos gustaría hablar con el alcalde. Necesitamos más información sobre los crímenes que se han venido produciendo últimamente.
—No le veo el sentido a prescindir de lo que nos puede ofrecer Kumopansa, Daruu. No se trata de ninguna mascota, ella es tan ninja como tu o como yo.
El Hyūga se detuvo un momento y dejó que Eri se adelantara mientras estiraba un poco de la manga de Yota para hablarle en privado. Le señaló con el dedo.
—Está bien. Veremos lo que nos puede ofrecer, aparte de tener aterrorizada a una compañera —espetó, y se adelantó para ponerse al lado de Eri, dando por zanjada la conversación.
Continuaron caminando por las calles de Yachi. El clima de tensión era evidente: la gente se afanaba por ocultarse en sus casas cuando apenas ni caía la noche. Uno de los chiquillos que habían gastado una broma a los shinobi se tropezó con Daruu, pero apenas él pudo intercambiar una mirada ni quejarse: el chiquillo salió disparado bajo el refugio de sus padres.
La casa del alcalde resaltaba respecto al contexto, pero no era tampoco una mansión. Estaba rodeada de un jardín decorado y unas verjas, y vigilado por dos soldados, un hombre y una mujer armados con naginatas. Las cruzaron cuando ellos se plantaron delante, pidiéndoles la identificación. Eri fue la que enseñó el pergamino de la misión.
—Amedama Daruu, jōnin al servicio del País de la Tormenta. —Señaló con desgana la placa dorada—. Nos gustaría hablar con el alcalde. Necesitamos más información sobre los crímenes que se han venido produciendo últimamente.
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)