17/10/2020, 18:22
Eri fue la primera en presentarse, mostrando a su vez el pergamino que la autorizaba para aquella misión. Uno de los guardias, ahora más relajado, se adelantó para tomar los pergaminos de la de Uzushiogakure y el de Kusagakure y los inspeccionó cuidadosamente de arriba a abajo.
—Todo en orden... Por parte de ella y de él. ¿Tú no tienes pergamino? —le preguntó directamente al Amejin, alzando una ceja con cierta suspicacia.
Pero, a su lado, su compañera había comenzado a dar saltitos en el sitio.
—¡Natsu, Natsu! ¡Es él, mírale bien! —exclamaba, colgándose del brazo de su compañero con las mejillas encendidas de la emoción—. ¡Es Amedama Daruu! ¡El campeón del torneo del Valle de los Dojos!
—¡Ya sé quién es! —protestó él, sacudiéndose a su compañera de encima de un brusco movimiento—. ¡Pero ya conoces las normas, Mai! ¡Sin la debida acreditación, nadie puede p...!
—¿Qué está ocurriendo aquí? —La voz de una mujer les interrumpió súbitamente. Era algo más bajita que los dos guardias que custodiaban las puertas, pero algo en su presencia hizo que ambos abandonaran su anterior discusión y se cuadraran en sus posiciones. Debía tener entre cuarenta y cincuenta años y tenía el cabello oscuro (aunque algo cano) y liso, con una graciosa horquilla con forma de calabaza sujetando uno de los laterales. Un par de gafas cubría parcialmente sus ojos, de un color casi acaramelado.
—Señora, estos chicos dicen que vienen a hablar con usted. Son shinobi de las tres aldeas —Señaló con la mano a Yota y a Eri—. Ellos dos ya han presentado sus acreditaciones pero él...
—¡Eso no importa ahora! ¿Crees que podemos permitirnos el lujo de perder el tiempo con ese tipo de frivolidades? ¡Te dije que los hicieras pasar en cuanto se presentaran, Natsu!
—Mis disculpas, señora.
La alcaldesa dejó escapar un ronco gruñido y, después de que sus guardias retiraran las naginata, les invitó a pasar. Daruu aún tenía la mirada de Mai clavada en la nuca cuando los dejaron atrás. El jardín que habían visto desde el exterior se amplió ante sus ojos en cuanto pusieron un pie en su interior. El césped estaba cuidadosamente cortado, y multitud de calabazas iluminadas se espacían aquí y allá, entre los parches de flores. Cerca de uno de los laterales del muro, bajo un arce japonés había un estanque de kois.
—Adelante, por favor, os estaba esperando. Disculpad los modales de mis guardias, a veces se ponen muy pesados con los protocolos y eso —les dijo, sacudiendo una mano en el aire, mientras caminaban por el camino central que les habría de llevar hasta la puerta principal—. Yo soy Nankin Hada, la alcaldesa de este modesto pueblo. ¿Cuáles son vuestros nombres, shinobi?
—Todo en orden... Por parte de ella y de él. ¿Tú no tienes pergamino? —le preguntó directamente al Amejin, alzando una ceja con cierta suspicacia.
Pero, a su lado, su compañera había comenzado a dar saltitos en el sitio.
—¡Natsu, Natsu! ¡Es él, mírale bien! —exclamaba, colgándose del brazo de su compañero con las mejillas encendidas de la emoción—. ¡Es Amedama Daruu! ¡El campeón del torneo del Valle de los Dojos!
—¡Ya sé quién es! —protestó él, sacudiéndose a su compañera de encima de un brusco movimiento—. ¡Pero ya conoces las normas, Mai! ¡Sin la debida acreditación, nadie puede p...!
—¿Qué está ocurriendo aquí? —La voz de una mujer les interrumpió súbitamente. Era algo más bajita que los dos guardias que custodiaban las puertas, pero algo en su presencia hizo que ambos abandonaran su anterior discusión y se cuadraran en sus posiciones. Debía tener entre cuarenta y cincuenta años y tenía el cabello oscuro (aunque algo cano) y liso, con una graciosa horquilla con forma de calabaza sujetando uno de los laterales. Un par de gafas cubría parcialmente sus ojos, de un color casi acaramelado.
—Señora, estos chicos dicen que vienen a hablar con usted. Son shinobi de las tres aldeas —Señaló con la mano a Yota y a Eri—. Ellos dos ya han presentado sus acreditaciones pero él...
—¡Eso no importa ahora! ¿Crees que podemos permitirnos el lujo de perder el tiempo con ese tipo de frivolidades? ¡Te dije que los hicieras pasar en cuanto se presentaran, Natsu!
—Mis disculpas, señora.
La alcaldesa dejó escapar un ronco gruñido y, después de que sus guardias retiraran las naginata, les invitó a pasar. Daruu aún tenía la mirada de Mai clavada en la nuca cuando los dejaron atrás. El jardín que habían visto desde el exterior se amplió ante sus ojos en cuanto pusieron un pie en su interior. El césped estaba cuidadosamente cortado, y multitud de calabazas iluminadas se espacían aquí y allá, entre los parches de flores. Cerca de uno de los laterales del muro, bajo un arce japonés había un estanque de kois.
—Adelante, por favor, os estaba esperando. Disculpad los modales de mis guardias, a veces se ponen muy pesados con los protocolos y eso —les dijo, sacudiendo una mano en el aire, mientras caminaban por el camino central que les habría de llevar hasta la puerta principal—. Yo soy Nankin Hada, la alcaldesa de este modesto pueblo. ¿Cuáles son vuestros nombres, shinobi?
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