1/12/2020, 21:03
Yota, asustado ante la súbita presencia de aquella sombra que avanzaba hacia él con un peculiar cliqueo de sus patas contra el suelo, adoptó una posición defensiva y alzó la mano hacia la empuñadora de su ninjato, a su espalda. Al verlo, la sombra se detuvo en seco, alzando dos patas delgadas y alargadas en el aire.
—¡Pero, tronco! ¿Qué haces? ¡Que soy yo!
La inconfundible voz de Kumopansa llegó a los oídos del shinobi de Kusagakure. Su leal araña volvía a él, siguiendo el sonido de su voz.
Eri, en el parque, se había encontrado con una escena de lo más rocambolesca: uno de los columpios había caído al suelo y ahora estaba allí tirado de cualquier manera, con las serpenteantes cadenas aún unidas a las ramas que lo habían sostenido hasta el momento de su caída. Lo más normal habría sido que la rama se hubiese partido al no poder soportar el peso de un niño demasiado grande que hubiese intentado columpiarse, pero no parecía haber sido el caso. Tampoco había quemaduras, que habrían resultado del impacto de un rayo. No. Era el tronco del árbol lo que se había partido; y, a juzgar por su aspecto, había sido partido de forma transversal limpiamente. Como un cuchillo de untar atravesando la mantequilla.
No había muchas más pistas. En el caso de que hubiese habido huellas, el tiempo ya se había encargado de borrarlas.
Daruu decidió acercarse a la casa. Subió la colina con solo el suave ulular de un búho como acompañante de sus pasos y utilizó sus técnicas de shinobi para colarse dentro. No hubo necesidad de forzar ninguna cerradura; de hecho, si se hubiese fijado a tiempo se habría dado cuenta de que la puerta sólo estaba ligeramente entrecerrada. Quizás habiéndolo aprendido de su compañera, utilizó el mismo agua para escurrirse por debajo de la puerta de forma absolutamente sigilosa. Ahora se encontraba ante un pequeño recibidor adornado con varios jarrones de flores ya secas por el paso del tiempo sin ser cuidadas y muebles llenos de polvo. Decidido a encontrar más pruebas sobre la desaparición de la anciana, Daruu registró toda la casa a fondo: cajones, el interior de los jarrones... No encontró nada destacable. Como mucho, montones de latas de comida para gato en una de las alacenas.
Era como si aquella mujer hubiese desaparecido de su casa sin más.
Mientras tanto, Yuki se acercó al grupo de gatos callejeros. Este le recibieron entre siseos, arqueando el lomo y erizando todos y cada uno de los pelos de su cuerpo. Lo consideraban un posible competidor, un invasor de su territorio.
"¿Qué quieres de Negoba? ¡Nunca te hemos visto por aquí! ¡Ella sólo nos da de comer a NOSOTROS!" Maulló uno de ellos, de color pardo y de los que peor aspecto tenía. Su pelaje no estaba tan limpio y pulcro como el de Yuki, y una cicatriz le recorría el ojo derecho.
—¡Pero, tronco! ¿Qué haces? ¡Que soy yo!
La inconfundible voz de Kumopansa llegó a los oídos del shinobi de Kusagakure. Su leal araña volvía a él, siguiendo el sonido de su voz.
Eri, en el parque, se había encontrado con una escena de lo más rocambolesca: uno de los columpios había caído al suelo y ahora estaba allí tirado de cualquier manera, con las serpenteantes cadenas aún unidas a las ramas que lo habían sostenido hasta el momento de su caída. Lo más normal habría sido que la rama se hubiese partido al no poder soportar el peso de un niño demasiado grande que hubiese intentado columpiarse, pero no parecía haber sido el caso. Tampoco había quemaduras, que habrían resultado del impacto de un rayo. No. Era el tronco del árbol lo que se había partido; y, a juzgar por su aspecto, había sido partido de forma transversal limpiamente. Como un cuchillo de untar atravesando la mantequilla.
No había muchas más pistas. En el caso de que hubiese habido huellas, el tiempo ya se había encargado de borrarlas.
Daruu decidió acercarse a la casa. Subió la colina con solo el suave ulular de un búho como acompañante de sus pasos y utilizó sus técnicas de shinobi para colarse dentro. No hubo necesidad de forzar ninguna cerradura; de hecho, si se hubiese fijado a tiempo se habría dado cuenta de que la puerta sólo estaba ligeramente entrecerrada. Quizás habiéndolo aprendido de su compañera, utilizó el mismo agua para escurrirse por debajo de la puerta de forma absolutamente sigilosa. Ahora se encontraba ante un pequeño recibidor adornado con varios jarrones de flores ya secas por el paso del tiempo sin ser cuidadas y muebles llenos de polvo. Decidido a encontrar más pruebas sobre la desaparición de la anciana, Daruu registró toda la casa a fondo: cajones, el interior de los jarrones... No encontró nada destacable. Como mucho, montones de latas de comida para gato en una de las alacenas.
Era como si aquella mujer hubiese desaparecido de su casa sin más.
Mientras tanto, Yuki se acercó al grupo de gatos callejeros. Este le recibieron entre siseos, arqueando el lomo y erizando todos y cada uno de los pelos de su cuerpo. Lo consideraban un posible competidor, un invasor de su territorio.
"¿Qué quieres de Negoba? ¡Nunca te hemos visto por aquí! ¡Ella sólo nos da de comer a NOSOTROS!" Maulló uno de ellos, de color pardo y de los que peor aspecto tenía. Su pelaje no estaba tan limpio y pulcro como el de Yuki, y una cicatriz le recorría el ojo derecho.
Esta cuenta representa a la totalidad de los administradores de NinjaWorld.es