8/12/2020, 21:10
Yota, que no tardó más que unos afortunados segundos en reconocer a su fiel amiga arácnida, relajó su postura enseguida y alejó la mano de la empuñadura de su ninjato. Kumopansa había regresado a él, y ahora ambos podían dirigirse hacia el oeste del pueblo.
Las casas se fueron espaciando paulatinamente, conforme los campos de calabazas iban ampliándose más y más. Hasta el punto que, donde antes podría haber encontrado cuatro residencias una junto a la otra, ahora con suerte sólo encontraba una sola. No le costó encontrar lo que estaba buscando, pues resaltaba notablemente sobre el resto: entre todos aquellos campos perfectamente cuidados y arados, una parcela había sido invadida por las malas hierbas. Unas hierbas que fácilmente sobrepasaba la altura de Sasagani Yota. Junto a esta parcela, una pequeña y humilde casita carcomida por el tiempo con un pozo cerca de ella y un pequeño puestecito que antaño debió ser donde Kuro Waka había estado vendiendo sus calabazas.
Daruu ya había terminado de registrar la casa de Negoba, sin unos resultados aceptables para él, pero decidió esperar sentado frente a la casa, esperando el regreso de su gato. Y fue en un momento que se metió las manos en los bolsillos, quizás por comodidad o quizás buscando algo de calor, cuando se dio cuenta de algo: le faltaba la cartera.
Mientras tanto, Yuki había entablado parlamento con el resto de gatos callejeros del lugar. Aún con sus loables palabras, el que le había maullado en primer lugar seguía mostrándose tan airado como al principio. Pero antes de que llegara a responder, intervino una gata de pelaje blanco, ahora grisáceo después de tanto tiempo sin un cuidado adecuado.
"¡Espera! Lo que dice este gato shinobi tiene sentido"
"¿¡Y cómo sabemos que este supuesto gato está diciendo la verdad?! ¿Cómo sabemos que no viene para quedarse con toda la comida? ¡¿Y qué bigotes es un gato shinobi?!"
"Hace por lo menos dos lunas que no vemos a la Abuela. Debe haber pasado algo..."
"¿No has oído las historias?" Maulló otro, con un desgastado lazo rojo en su cuello. Parecía algo más joven que el resto. "¡Los gatos shinobi tienen poderes mágicos otorgados por la Diosa Redonda y acompañan a humanos en sus aventuras."
"Sea como sea... Hace dos lunas que no vemos a la Abuela, Gato-Shinobi. Lo último que supimos de ella es que esa noche subió hasta aquí una figura, y la Abuela le siguió hacia el bosque de allí." Añadió, señalando con una de sus patitas a un denso bosque que se alzaba en la lejanía hacia el norte.
Eri, notablemente confundida ante el estado de aquel árbol, no sabía muy bien qué hacer. La única solución que alcanzó a meditar fue la de regresar a la mansión de Hada para preguntar por la ubicación de los amigos del pequeño Shigeru.
Pero no fue necesario.
Cuando se dispuso a darse la vuelta para desandar el camino recorrido se dio de bruces con la misma chiquilla de apenas diez años que los había asustado al llegar a Yachi. De pequeña estatura, y su cabello rubio recogido en dos coletitas, contemplaba a Eri con ojos grandes y húmedos. Entre sus manitas abrazaba la pelota de cuero abandonada.
—¿Has... Has visto a Doro...? —preguntó, con un hilo de voz.
Las casas se fueron espaciando paulatinamente, conforme los campos de calabazas iban ampliándose más y más. Hasta el punto que, donde antes podría haber encontrado cuatro residencias una junto a la otra, ahora con suerte sólo encontraba una sola. No le costó encontrar lo que estaba buscando, pues resaltaba notablemente sobre el resto: entre todos aquellos campos perfectamente cuidados y arados, una parcela había sido invadida por las malas hierbas. Unas hierbas que fácilmente sobrepasaba la altura de Sasagani Yota. Junto a esta parcela, una pequeña y humilde casita carcomida por el tiempo con un pozo cerca de ella y un pequeño puestecito que antaño debió ser donde Kuro Waka había estado vendiendo sus calabazas.
Daruu ya había terminado de registrar la casa de Negoba, sin unos resultados aceptables para él, pero decidió esperar sentado frente a la casa, esperando el regreso de su gato. Y fue en un momento que se metió las manos en los bolsillos, quizás por comodidad o quizás buscando algo de calor, cuando se dio cuenta de algo: le faltaba la cartera.
Mientras tanto, Yuki había entablado parlamento con el resto de gatos callejeros del lugar. Aún con sus loables palabras, el que le había maullado en primer lugar seguía mostrándose tan airado como al principio. Pero antes de que llegara a responder, intervino una gata de pelaje blanco, ahora grisáceo después de tanto tiempo sin un cuidado adecuado.
"¡Espera! Lo que dice este gato shinobi tiene sentido"
"¿¡Y cómo sabemos que este supuesto gato está diciendo la verdad?! ¿Cómo sabemos que no viene para quedarse con toda la comida? ¡¿Y qué bigotes es un gato shinobi?!"
"Hace por lo menos dos lunas que no vemos a la Abuela. Debe haber pasado algo..."
"¿No has oído las historias?" Maulló otro, con un desgastado lazo rojo en su cuello. Parecía algo más joven que el resto. "¡Los gatos shinobi tienen poderes mágicos otorgados por la Diosa Redonda y acompañan a humanos en sus aventuras."
"Sea como sea... Hace dos lunas que no vemos a la Abuela, Gato-Shinobi. Lo último que supimos de ella es que esa noche subió hasta aquí una figura, y la Abuela le siguió hacia el bosque de allí." Añadió, señalando con una de sus patitas a un denso bosque que se alzaba en la lejanía hacia el norte.
Eri, notablemente confundida ante el estado de aquel árbol, no sabía muy bien qué hacer. La única solución que alcanzó a meditar fue la de regresar a la mansión de Hada para preguntar por la ubicación de los amigos del pequeño Shigeru.
Pero no fue necesario.
Cuando se dispuso a darse la vuelta para desandar el camino recorrido se dio de bruces con la misma chiquilla de apenas diez años que los había asustado al llegar a Yachi. De pequeña estatura, y su cabello rubio recogido en dos coletitas, contemplaba a Eri con ojos grandes y húmedos. Entre sus manitas abrazaba la pelota de cuero abandonada.
—¿Has... Has visto a Doro...? —preguntó, con un hilo de voz.
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