15/12/2020, 13:03
Yota se dirigió hacia la casa, prácticamente en ruinas. Lo primero que le sorprendió fue el hecho de que la puerta estaba abierta, pero no parecía que nadie hubiese forzado la cerradura: dejando a un lado el paso del tiempo, estaba intacta.
Entraron sin ningún tipo de problema en el que había sido el hogar del veterano de guerra hasta desaparecer, y ambos escucharon el chillido de alguna rata que, alarmada ante la intrusión de los extraños, había salido corriendo. La escena que se presentó ante sus ojos fue muy diferente: sillas tiradas por el suelo, una mesa estampada contra la pared, la cama partida por la mitad... y una mancha oscura en medio de todo aquel desastre, en el suelo.
Si algo había en claro era que, fuera lo que fuera que hubiese pasado en aquella casa tres lunas atrás, desde luego había sido violento.
Daruu acababa de darse cuenta de que le faltaba algo bastante importante para su subsistencia como ser humano. Algo tan trivial como unos pocos pedazos de papel y unas piezas de metal dorado podían ser su salvoconducto para poder sobrevivir a cualquier adversidad: Comida, alojamiento, una cama blanda... Casi cualquier cosa estaba al alcance de Dinero-sama. ¿Cómo sobreviviría a partir de aquella noche entonces?
Después de una corta y divertida discusión con Yuki, ambos echaron a correr hacia el bosque que les habían señalado la panda de gatos callejeros: un denso pinar que se extendía sobre ellos como una cortina de árboles que tapaban la luz de la luna, impidiendo su paso hasta el sustrato del bosque. Quizás para Yuki no fuera un problema, pero Daruu pronto se dio cuenta de que estaba oscuro, demasiado oscuro para sus ojos de humano. Sus pies tropezaban una y otra vez con las raíces que sobresalían del suelo, en más de una ocasión le sorprendió el siseante sonido de los arbustos agitándose tras de él, y si no fuera porque el pelaje de Yuki era de un blanco tan puro como la nieve seguramente también le hubiese perdido de vista a él.
La pregunta era: ¿Continuaría pese a esas condiciones?
Eri se acababa de encontrar con la chiquilla que, junto a su compañero de aventuras, les había asustado poco tiempo atrás. Sujetando la pelota de cuero entre sus bracitos, la chiquilla miraba con ojos suplicantes y llenos de lágrimas a la kunoichi. Asintió temblorosa ante su pregunta.
—S... Sí... —Alzó la pelota, mostrándosela a la kunoichi—. Esta pelota es suya... Sus papás le llamaron a casa, pero después le vi venir hacia aquí. Di... dijo que se le había olvidado su pelota y que iba a buscarla, pe... pero... —La chiquilla comenzó a sollozar—. Hace poco oí a sus papás gritando en la calle, llamándole... y... y vine a buscarle... Pero no está aquí... Y su pelota sí... —La chiquilla se mordió el labio inferior y entonces se arrimó todo lo que pudo a Eri—. ¡Por favor, kunoichi, encontradle! ¡No dejéis que se vaya él también!
Entraron sin ningún tipo de problema en el que había sido el hogar del veterano de guerra hasta desaparecer, y ambos escucharon el chillido de alguna rata que, alarmada ante la intrusión de los extraños, había salido corriendo. La escena que se presentó ante sus ojos fue muy diferente: sillas tiradas por el suelo, una mesa estampada contra la pared, la cama partida por la mitad... y una mancha oscura en medio de todo aquel desastre, en el suelo.
Si algo había en claro era que, fuera lo que fuera que hubiese pasado en aquella casa tres lunas atrás, desde luego había sido violento.
Daruu acababa de darse cuenta de que le faltaba algo bastante importante para su subsistencia como ser humano. Algo tan trivial como unos pocos pedazos de papel y unas piezas de metal dorado podían ser su salvoconducto para poder sobrevivir a cualquier adversidad: Comida, alojamiento, una cama blanda... Casi cualquier cosa estaba al alcance de Dinero-sama. ¿Cómo sobreviviría a partir de aquella noche entonces?
Después de una corta y divertida discusión con Yuki, ambos echaron a correr hacia el bosque que les habían señalado la panda de gatos callejeros: un denso pinar que se extendía sobre ellos como una cortina de árboles que tapaban la luz de la luna, impidiendo su paso hasta el sustrato del bosque. Quizás para Yuki no fuera un problema, pero Daruu pronto se dio cuenta de que estaba oscuro, demasiado oscuro para sus ojos de humano. Sus pies tropezaban una y otra vez con las raíces que sobresalían del suelo, en más de una ocasión le sorprendió el siseante sonido de los arbustos agitándose tras de él, y si no fuera porque el pelaje de Yuki era de un blanco tan puro como la nieve seguramente también le hubiese perdido de vista a él.
La pregunta era: ¿Continuaría pese a esas condiciones?
Eri se acababa de encontrar con la chiquilla que, junto a su compañero de aventuras, les había asustado poco tiempo atrás. Sujetando la pelota de cuero entre sus bracitos, la chiquilla miraba con ojos suplicantes y llenos de lágrimas a la kunoichi. Asintió temblorosa ante su pregunta.
—S... Sí... —Alzó la pelota, mostrándosela a la kunoichi—. Esta pelota es suya... Sus papás le llamaron a casa, pero después le vi venir hacia aquí. Di... dijo que se le había olvidado su pelota y que iba a buscarla, pe... pero... —La chiquilla comenzó a sollozar—. Hace poco oí a sus papás gritando en la calle, llamándole... y... y vine a buscarle... Pero no está aquí... Y su pelota sí... —La chiquilla se mordió el labio inferior y entonces se arrimó todo lo que pudo a Eri—. ¡Por favor, kunoichi, encontradle! ¡No dejéis que se vaya él también!
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