8/01/2021, 13:33
Yota, tras echar un último vistazo al que había sido el hogar de Waka, decidió acudir a toda prisa al encuentro de Daruu, donde también se dirigía Eri. Sin embargo, estando en la otra punta de Yachi él era el que más lejos estaba, y enseguida se dio cuenta de que le llevaría un valioso tiempo llegar hasta allí, pues se encontraban en direcciones opuestas.
Daruu decidió adentrarse en la boca del lobo sin esperar a sus compañeros. Aquellas dos fuentes de chakra llamaban su atención y levantaban sus sospechas sobre que la más débil de ellas pudiese ser Negoba. La otra le recordaba a un evento del pasado, a su compañera siendo consumida por el chakra de una bestia de cinco colas, pero...
Pero terminó desechando aquel sentimiento de familiaridad cuando vio aquel remolino de chakra blanco y rojo en aquella figura. No lograba discernir de qué le sonaba. Daruu se echó hacia delante, atravesando un angosto pasadizo de roca alumbrado por algunas antorchas de fuego. No tardó en encontrar a Yuki, justo a la entrada de una sala mucho más amplia e iluminada con llamas de un extraño color verdoso. Al fondo, y de espaldas a él, un hombre alto y cubierto con una túnica blanca se inclinaba sobre una mesa murmurando algo para sí y a la izquierda de Daruu, acurrucado contra la pared de roca y anclado a ella por grilletes de metal, el chiquillo que le había asustado al llegar a Yachi, tembloroso, aterrorizado. No era Negoba.
Eri accedió a acompañar a la pequeña a su casa. Sabía que aquello la retrasaría varios valiosos minutos, pero su buen corazón le impedía dejar a la chiquilla a su suerte. No tardaron mucho en llegar hasta ella, y después de que la niña utilizara como entrada la misma ventana por la que había saltado para escaparse de casa al amparo de la noche y de que se perdiera otros pocos minutos más dentro, terminó por volver a asomar su rubia cabecita por la ventana y le arrojó a Eri una pequeña linterna de mano.
—Por favor, kunoichi... salvadle —le suplicó, con lágrimas en los ojos.
Eri pensaba cumplir su palabra y una inteligente idea cruzó su mente: se envolvió en rayos y aprovechó la velocidad de sus músculos hiperactivados para recortar el tiempo que había perdido. Como una centella, atravesó Yachi a toda prisa y llegó al mismo bosque que había atravesado Daruu anteriormente. Según palabras de su compañero, debía buscar una cueva en lo más profundo del bosque, pero lo que se encontró fue el filo de un peligroso acantilado.
. . .
Daruu decidió adentrarse en la boca del lobo sin esperar a sus compañeros. Aquellas dos fuentes de chakra llamaban su atención y levantaban sus sospechas sobre que la más débil de ellas pudiese ser Negoba. La otra le recordaba a un evento del pasado, a su compañera siendo consumida por el chakra de una bestia de cinco colas, pero...
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Inteligencia de Daruu: 60 (+2)
Resultado final: +1 | Dificultad: +2
Fracaso
Inteligencia de Daruu: 60 (+2)
Resultado final: +1 | Dificultad: +2
Fracaso
Pero terminó desechando aquel sentimiento de familiaridad cuando vio aquel remolino de chakra blanco y rojo en aquella figura. No lograba discernir de qué le sonaba. Daruu se echó hacia delante, atravesando un angosto pasadizo de roca alumbrado por algunas antorchas de fuego. No tardó en encontrar a Yuki, justo a la entrada de una sala mucho más amplia e iluminada con llamas de un extraño color verdoso. Al fondo, y de espaldas a él, un hombre alto y cubierto con una túnica blanca se inclinaba sobre una mesa murmurando algo para sí y a la izquierda de Daruu, acurrucado contra la pared de roca y anclado a ella por grilletes de metal, el chiquillo que le había asustado al llegar a Yachi, tembloroso, aterrorizado. No era Negoba.
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Eri accedió a acompañar a la pequeña a su casa. Sabía que aquello la retrasaría varios valiosos minutos, pero su buen corazón le impedía dejar a la chiquilla a su suerte. No tardaron mucho en llegar hasta ella, y después de que la niña utilizara como entrada la misma ventana por la que había saltado para escaparse de casa al amparo de la noche y de que se perdiera otros pocos minutos más dentro, terminó por volver a asomar su rubia cabecita por la ventana y le arrojó a Eri una pequeña linterna de mano.
—Por favor, kunoichi... salvadle —le suplicó, con lágrimas en los ojos.
Eri pensaba cumplir su palabra y una inteligente idea cruzó su mente: se envolvió en rayos y aprovechó la velocidad de sus músculos hiperactivados para recortar el tiempo que había perdido. Como una centella, atravesó Yachi a toda prisa y llegó al mismo bosque que había atravesado Daruu anteriormente. Según palabras de su compañero, debía buscar una cueva en lo más profundo del bosque, pero lo que se encontró fue el filo de un peligroso acantilado.
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