15/01/2021, 13:00
Yota consiguió dejar atrás las casas de Yachi y pronto se vio engullido por las sombras que proyectaban los árboles del bosque. Se vio obligado a frenar para no tropezar con alguna raíz un poco salida o no darse de bruces con el tronco de cualquier árbol porque estaba oscuro como la boca del lobo. Tan oscuro, que no veía más allá de un par de troncos. Era el momento de buscar la cueva de la que les había hablado Daruu pero, la pregunta era:
¿Cómo lo haría? De hecho, sus oídos captaron un crujido de ramas cerca de su posición...
Kumopansa, por otra parte, decidió seguir los dos pares de huellas que había encontrado. Uno de los pares era considerablemente más grande que el segundo, pero ambos iban en la misma dirección, subiendo por la calle principal de Yachi. A juzgar por la distancia de las pisadas, o tenían las piernas bastante largas o llevaban prisa.
Las huellas le condujeron hasta una pequeña casa de aspecto tradicional, con un tejado de tejas rojas y paredes de piedra. Enfrente de la puerta, había un pequeño jardín, repleto de calabazas iluminadas con diferentes caras. Daba la impresión de que la mayoría de ellas trataban de resultar terroríficas, pero sólo conseguían ser adorables. Las pisadas se dirigían hacia una de las ventanas de la fachada, en un lateral de la casa. Allí desaparecían las huellas pequeñas y las grandes volvían a echar a andar. Esta vez hacia el este.
Eri se abalanzó sobre el niño para comprobar su estado, pero enseguida se dio cuenta de que estaba bien. Aterrorizado, tembloroso, con los ojos llorosos y abiertos como platos, pero sano y salvo, de una pieza.
Yuki mandó de vuelta al chiquillo al pueblo y este, asintiendo débilmente, obedeció y pronto se perdió entre las sombras de los árboles. Fue entonces cuando el gato reveló su verdadera apariencia y, tras encaramarse al hombro de Eri, señaló con su patita hacia abajo en el acantilado. A varios metros por debajo de su posición, Eri sería capaz de ver un estrecho sendero en la pared del acantilado que se dirigía hasta la boca de una cueva iluminada con antorchas.
Akashi soltó una risilla aguda al percibir la sorpresa y el terror en el rostro del joven de Amegakure. Daruu había evitado los rescollos de su cuchilla de viento ladeando el cuerpo a un lado. En condiciones normales no le habría servido para evitar los daños, pero pronto se dio cuenta de que aquella cuchilla había avanzado bastante distancia y ya había perdido toda su potencia, quedando como una leve brisa inofensiva. El Hyūga dio un breve salto hacia atrás, y entonces su espalda dio de nuevo con la pared de roca. Se había arrinconado él solo.
—Me ha dejado encerrado con é... —comenzó a hablar al vacío.
Pero Akashi no estaba dispuesto a perder el tiempo ni la oportunidad brindada.
La Muerte Roja lanzó una canica a los pies de Daruu, que estalló en un potente destello de luz que acuchilló sin piedad los ojos del Hyūga, cegándolo momentáneamente. Esa ceguera no le dejaría ver la sombra que se abalanzaba sobre él a toda velocidad antes de que Akashi apareciera justo frente a él, en apenas un parpadeo, y enarbolando su Ōdama para cortar en diagonal su torso.
—¡Ja! Tienes unos ojos muy bonitos, ¿sabes? —le dijo, antes de soltar una carcajada que sonó como un ladrido seco y potente—. ¡No te preocupes! ¡Los rescataré de tu cadáver después de enviarte con Shiro Shinigami!
¿Cómo lo haría? De hecho, sus oídos captaron un crujido de ramas cerca de su posición...
Kumopansa, por otra parte, decidió seguir los dos pares de huellas que había encontrado. Uno de los pares era considerablemente más grande que el segundo, pero ambos iban en la misma dirección, subiendo por la calle principal de Yachi. A juzgar por la distancia de las pisadas, o tenían las piernas bastante largas o llevaban prisa.
Las huellas le condujeron hasta una pequeña casa de aspecto tradicional, con un tejado de tejas rojas y paredes de piedra. Enfrente de la puerta, había un pequeño jardín, repleto de calabazas iluminadas con diferentes caras. Daba la impresión de que la mayoría de ellas trataban de resultar terroríficas, pero sólo conseguían ser adorables. Las pisadas se dirigían hacia una de las ventanas de la fachada, en un lateral de la casa. Allí desaparecían las huellas pequeñas y las grandes volvían a echar a andar. Esta vez hacia el este.
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Eri se abalanzó sobre el niño para comprobar su estado, pero enseguida se dio cuenta de que estaba bien. Aterrorizado, tembloroso, con los ojos llorosos y abiertos como platos, pero sano y salvo, de una pieza.
Yuki mandó de vuelta al chiquillo al pueblo y este, asintiendo débilmente, obedeció y pronto se perdió entre las sombras de los árboles. Fue entonces cuando el gato reveló su verdadera apariencia y, tras encaramarse al hombro de Eri, señaló con su patita hacia abajo en el acantilado. A varios metros por debajo de su posición, Eri sería capaz de ver un estrecho sendero en la pared del acantilado que se dirigía hasta la boca de una cueva iluminada con antorchas.
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Akashi soltó una risilla aguda al percibir la sorpresa y el terror en el rostro del joven de Amegakure. Daruu había evitado los rescollos de su cuchilla de viento ladeando el cuerpo a un lado. En condiciones normales no le habría servido para evitar los daños, pero pronto se dio cuenta de que aquella cuchilla había avanzado bastante distancia y ya había perdido toda su potencia, quedando como una leve brisa inofensiva. El Hyūga dio un breve salto hacia atrás, y entonces su espalda dio de nuevo con la pared de roca. Se había arrinconado él solo.
—Me ha dejado encerrado con é... —comenzó a hablar al vacío.
Pero Akashi no estaba dispuesto a perder el tiempo ni la oportunidad brindada.
La Muerte Roja lanzó una canica a los pies de Daruu, que estalló en un potente destello de luz que acuchilló sin piedad los ojos del Hyūga, cegándolo momentáneamente. Esa ceguera no le dejaría ver la sombra que se abalanzaba sobre él a toda velocidad antes de que Akashi apareciera justo frente a él, en apenas un parpadeo, y enarbolando su Ōdama para cortar en diagonal su torso.
—¡Ja! Tienes unos ojos muy bonitos, ¿sabes? —le dijo, antes de soltar una carcajada que sonó como un ladrido seco y potente—. ¡No te preocupes! ¡Los rescataré de tu cadáver después de enviarte con Shiro Shinigami!
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