16/01/2021, 00:27
(Última modificación: 16/01/2021, 00:30 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Kaido asintió, con fervor; y mostró sus dientes de sierra. No importaba, pues los tiempos que corren ahora no necesitan del Datsue y Kaido de antaño. Aquél vínculo se rompió, pero como todo lo que se rompe, podía reconstruirse a base de esfuerzo. Uno que Kaido pensaba tomarse, no por él, sino por el bien de Datsue, y el de su...
—Me basta con eso —dijo, volteándose hacia las otras estatuas—. ahora sígueme, hablemos en un lugar más cálido. Tengo el sitio perfecto.
Acto seguido, el cuerpo de Umikiba Kaido salió arrojado al vacío, desde lo alto de la cabeza del gran Sumizu Kouta.
Kaido había guiado a Datsue a través de una pequeña bifurcación de agua y tierra, ramificada desde el propio rio que cruzaba prácticamente todo el continente. El uzujin pudo darse cuenta que se movilizaban hacia el sur como si pretendiesen sumergirse en el Bosque de la Hoja, pero antes de ir tan lejos, el gyojin se detuvo en un descampado. Allí, entre matorrales y árboles frondosos que acababan tras un sinuoso camino en el que cualquiera podía perderse fácilmente, Kaido encontró lo que estaba buscando, aunque tras una minuciosa cautela para que no fueran descubiertos en el proceso. Su brazo derecho, que aunque musculado, tenía un tamaño normal; se hinchó con agua, y fue la fuerza bruta proporcionada por el suika lo que le permitió mover un enorme obstáculo pedrusco que le sacaba tres palmos a los ninja. Bajo esta roca, un oscuro túnel se abría paso, y tras adentrarse en este, el agujero fue cubierto con vegetación que se mimetizaba con el exterior.
Una recta iluminada por lumbreras les guió a través del túnel, llevándolos finalmente hasta un pequeño salón que sirvió, alguna vez, de escondrijo para los de Dragón Rojo. Kaido se sentó en un vetusto sofá y esperó a que Datsue hiciera lo mismo. Miró a su alrededor, y se sorprendió de que aún estuviera intacto.
—Esperemos que a los súbditos del Jūchin no les de por husmear por aquí hoy. Por lo que se cuenta, se han tomado muy en serio lo de purgar el crimen en su nuevo gran territorio —dijo—. ni hablar de Tanzaku Gai. Esa jodida ciudad era un nido de ratas.
Datsue lo podía confirmar, habiendo conocido los oscuros negocios del entonces asistente del Alcalde, y otras grandilocuentes figuras de la socialité capitalina. También Kaido, que estuvo metido en el meollo de la droga, el omoide, y las distintas bandas que se debatían el territorio para la venta y distribución de la pasta azul.
—Me basta con eso —dijo, volteándose hacia las otras estatuas—. ahora sígueme, hablemos en un lugar más cálido. Tengo el sitio perfecto.
Acto seguido, el cuerpo de Umikiba Kaido salió arrojado al vacío, desde lo alto de la cabeza del gran Sumizu Kouta.
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Kaido había guiado a Datsue a través de una pequeña bifurcación de agua y tierra, ramificada desde el propio rio que cruzaba prácticamente todo el continente. El uzujin pudo darse cuenta que se movilizaban hacia el sur como si pretendiesen sumergirse en el Bosque de la Hoja, pero antes de ir tan lejos, el gyojin se detuvo en un descampado. Allí, entre matorrales y árboles frondosos que acababan tras un sinuoso camino en el que cualquiera podía perderse fácilmente, Kaido encontró lo que estaba buscando, aunque tras una minuciosa cautela para que no fueran descubiertos en el proceso. Su brazo derecho, que aunque musculado, tenía un tamaño normal; se hinchó con agua, y fue la fuerza bruta proporcionada por el suika lo que le permitió mover un enorme obstáculo pedrusco que le sacaba tres palmos a los ninja. Bajo esta roca, un oscuro túnel se abría paso, y tras adentrarse en este, el agujero fue cubierto con vegetación que se mimetizaba con el exterior.
Una recta iluminada por lumbreras les guió a través del túnel, llevándolos finalmente hasta un pequeño salón que sirvió, alguna vez, de escondrijo para los de Dragón Rojo. Kaido se sentó en un vetusto sofá y esperó a que Datsue hiciera lo mismo. Miró a su alrededor, y se sorprendió de que aún estuviera intacto.
—Esperemos que a los súbditos del Jūchin no les de por husmear por aquí hoy. Por lo que se cuenta, se han tomado muy en serio lo de purgar el crimen en su nuevo gran territorio —dijo—. ni hablar de Tanzaku Gai. Esa jodida ciudad era un nido de ratas.
Datsue lo podía confirmar, habiendo conocido los oscuros negocios del entonces asistente del Alcalde, y otras grandilocuentes figuras de la socialité capitalina. También Kaido, que estuvo metido en el meollo de la droga, el omoide, y las distintas bandas que se debatían el territorio para la venta y distribución de la pasta azul.