24/01/2021, 13:44
Aquel escalofriante alarido condujo a Yota al borde de un profundo acantilado donde no parecía haber nadie. En un perfecto corte vertical, el precipicio caía durante varias decenas de metros, hasta una nueva alfombra de árboles que se perdía en la oscuridad de la noche. Una caída desde allí no sería, para nada, algo bonito de ver. Pero sus ojos no estaban adaptados a ver en aquellas condiciones, y no fue capaz de atravesar el manto de la noche. Bastante suerte había tenido de no terminar despeñándose. Quizás si tuviera algo para alumbrarse...
Pero entonces un recuerdo cruzó su mente como una dolorosa flecha, un detalle crucial en el que no había reparado, en su desesperación por seguir el sonido de aquel grito y ayudar a sus compañeros:
Justo en ese momento llegó Kumopansa hasta su posición. Un arácnido como aquel no debería tener ningún problema para ver en la oscuridad. De hecho, si se asomaba al borde, vería aquel delgado sendero de piedra que conducía hasta la entrada de la caverna, de donde parecían brotar los sonidos de una encarnizada batalla.
Daruu, sobrepasado por el poder de la Muerte Sangrienta, terminó desplomándose en el suelo, con la estridente risa de Akashi resonando en sus oídos como el eco de una lejana pesadilla. Sobre su propia sangre por la herida aún abierta de su torso, aún podía correr peligro si nadie hacía nada por auxiliarle.
Mientras tanto, Akashi seguía sangrando de manera similar a como lo hacía Daruu. Pero, de alguna manera, era como si no le afectara. Aquel monstruoso hombre seguía riendo a carcajada batiente, y sólo se detuvo cuando escuchó el sonido del metal cayendo al suelo y vio a Eri moverse. Sus manos se entrelazaban con celeridad y, tras apoyar una de ellas en el suelo, una hilera de símbolos se dibujó en la roca y se abalanzó sobre él.
—Je —Akashi aferró con fuerza su Ōgama, dio un paso a un lado y, antes de que los símbolos del fūinjutsu llegaran hasta él, se impulsó con sus piernas y se abalanzó sobre Eri, girando aquella monstruosa guadaña en el aire, tratando de alcanzar a la kunoichi con su colmillo—. ¡Muy previsible, niña! ¡TÚ SERÁS LA SIGUIENTE!
Pero entonces un recuerdo cruzó su mente como una dolorosa flecha, un detalle crucial en el que no había reparado, en su desesperación por seguir el sonido de aquel grito y ayudar a sus compañeros:
Se había olvidado su ninjatō tirado en el bosque.
Justo en ese momento llegó Kumopansa hasta su posición. Un arácnido como aquel no debería tener ningún problema para ver en la oscuridad. De hecho, si se asomaba al borde, vería aquel delgado sendero de piedra que conducía hasta la entrada de la caverna, de donde parecían brotar los sonidos de una encarnizada batalla.
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Daruu, sobrepasado por el poder de la Muerte Sangrienta, terminó desplomándose en el suelo, con la estridente risa de Akashi resonando en sus oídos como el eco de una lejana pesadilla. Sobre su propia sangre por la herida aún abierta de su torso, aún podía correr peligro si nadie hacía nada por auxiliarle.
Mientras tanto, Akashi seguía sangrando de manera similar a como lo hacía Daruu. Pero, de alguna manera, era como si no le afectara. Aquel monstruoso hombre seguía riendo a carcajada batiente, y sólo se detuvo cuando escuchó el sonido del metal cayendo al suelo y vio a Eri moverse. Sus manos se entrelazaban con celeridad y, tras apoyar una de ellas en el suelo, una hilera de símbolos se dibujó en la roca y se abalanzó sobre él.
—Je —Akashi aferró con fuerza su Ōgama, dio un paso a un lado y, antes de que los símbolos del fūinjutsu llegaran hasta él, se impulsó con sus piernas y se abalanzó sobre Eri, girando aquella monstruosa guadaña en el aire, tratando de alcanzar a la kunoichi con su colmillo—. ¡Muy previsible, niña! ¡TÚ SERÁS LA SIGUIENTE!
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