3/02/2021, 01:20
No había pasado ni si quiera un año desde que se había ido. Sin embargo, Juro no pudo evitar sentir algo mientras caminaba por el lugar que había transitado en sus horas más bajas, cuando había tomado el desierto como su cobijo tras ser expulsado del bosque en el que se había criado. Puede que el desierto fuera un padre mucho más áspero y exigente en comparación con las cálidas y húmedas ramas que había escalado desde su niñez. La arena no te daba nada hecho: o vivías por ti mismo, o acababas muerto entre sus dunas.
Pero aun así, un hogar era un hogar. Y la sensación cálida que embargó a Juro, durante unos momentos, le dio a entender que en el fondo, sí que había considerado aquel lugar como un segundo hogar, por muy provisional que fuera.
«Ya te lo he dicho. Quiero ver como esta todo, recuperar fuerzas, regresar a nuestro lugar de origen. Conozco la mayoría de escondrijos de este lugar y quizá desde aquí podamos encontrar pistas sobre Kurama.»
«¡Como no cierres la boca te juro que entro en la primera tienda que encuentre y compro insecticida!»
Lamentablemente, su acompañante tenía razón. Había girado mal, luego se había torcido... y de alguna manera, ahí estaba otra vez, en la casilla de salida. No había duda de por qué, tras más de un año, aún nadie había sido capaz de darle caza como exiliado. ¿Cómo diablos iban a hacerlo? Ni si quiera él tenía ni puñetera idea de hacia donde se estaba dirigiendo. La suerte del tonto se podría decir, pero no quiso decir eso en voz alta o Chōmei se volvería a poner pesado.
Su objetivo era buscar e informarse sobre Kurama, en todas las partes del mundo si fuera necesario. Ponerse a investigar en el lugar donde se había pasado más de un año escondiéndose no era el mejor de los planes, pero... ¿Por qué no? El desierto era enorme, y un lugar perfecto para ocultarse, como él mismo había comprobado. No podía lanzarse a buscarlo a lo loco, pero quizá, alguien hubiera escuchado algo. Los lugareños tenían la lengua muy suelta en las tabernas, tras una jarra de alcohol. ¿Una persona que desentona del resto quizá? ¿Alguien que no parece de por ahí? Eran sus temas favoritos de conversación. Tras meses y meses de estancia, se había habituado a sus costumbres, a su aspecto, a las ropas que llevaban. Camuflarse durante un tiempo no debería ser tan dificil.
Sin embargo, sus objetivos tendrían que esperar. El viaje había sido demasiado largo y la noche caía sobre la arena. Mañana, al amanecer, bajaría a la ciudad y trataría de obtener todo lo que pudiera, pero por ahora, tendría que descansar.
Ante él, se alzaba una enorme explanada vacía, llena de arena y de dunas. Cerca, se encontraba el Oasis de la Luna, un lugar emblemático que guardaba un significado especial para él. Se había planteado varias veces si su razón para regresar había sido volver a contemplarlo. Pero no lo hizo. Era consciente de que por la noche se abarrotaba de turistas a determinadas horas y el acercarse suponía un peligro innecesario.
Aun así, era incapaz de dormir. Su mente aun seguia activa y sus piernas pedían un poco de acción. Por eso, decidió caminar justo en dirección contraria, hacia la inmensidad de la arena. Solo un poco, se repitió, consciente de que si se adentraba demasiado y se perdía, podría no encontrar el camino de vuelta.
Arrebujado tras unas enorme tela negra, Juro se había transformado, gracias al henge, en un muchacho ligeramente más alto, de una edad parecida. Su pelo, sin embargo, era ligeramente rubio y su tono de piel, mucho más moreno. La tela, a modo de capa, cubría la mayor parte del cuerpo, para protegerse de los vendavales que traía el desierto. Caminaba despreocupadamente por el lugar, como si de verdad aquel fuera su hogar.
Pero aun así, un hogar era un hogar. Y la sensación cálida que embargó a Juro, durante unos momentos, le dio a entender que en el fondo, sí que había considerado aquel lugar como un segundo hogar, por muy provisional que fuera.
«Oye, Juro. ¿Por qué hemos vuelto?»
«Ya te lo he dicho. Quiero ver como esta todo, recuperar fuerzas, regresar a nuestro lugar de origen. Conozco la mayoría de escondrijos de este lugar y quizá desde aquí podamos encontrar pistas sobre Kurama.»
«Te has perdido y no quieres admitirlo, ¿Verdad?
Menuda suerte tenemos. Ni si quiera la fortuna del gran Chōmei puede ayudar a alguien tan desgraciado como tú.»
Menuda suerte tenemos. Ni si quiera la fortuna del gran Chōmei puede ayudar a alguien tan desgraciado como tú.»
«¡Como no cierres la boca te juro que entro en la primera tienda que encuentre y compro insecticida!»
Lamentablemente, su acompañante tenía razón. Había girado mal, luego se había torcido... y de alguna manera, ahí estaba otra vez, en la casilla de salida. No había duda de por qué, tras más de un año, aún nadie había sido capaz de darle caza como exiliado. ¿Cómo diablos iban a hacerlo? Ni si quiera él tenía ni puñetera idea de hacia donde se estaba dirigiendo. La suerte del tonto se podría decir, pero no quiso decir eso en voz alta o Chōmei se volvería a poner pesado.
Su objetivo era buscar e informarse sobre Kurama, en todas las partes del mundo si fuera necesario. Ponerse a investigar en el lugar donde se había pasado más de un año escondiéndose no era el mejor de los planes, pero... ¿Por qué no? El desierto era enorme, y un lugar perfecto para ocultarse, como él mismo había comprobado. No podía lanzarse a buscarlo a lo loco, pero quizá, alguien hubiera escuchado algo. Los lugareños tenían la lengua muy suelta en las tabernas, tras una jarra de alcohol. ¿Una persona que desentona del resto quizá? ¿Alguien que no parece de por ahí? Eran sus temas favoritos de conversación. Tras meses y meses de estancia, se había habituado a sus costumbres, a su aspecto, a las ropas que llevaban. Camuflarse durante un tiempo no debería ser tan dificil.
Sin embargo, sus objetivos tendrían que esperar. El viaje había sido demasiado largo y la noche caía sobre la arena. Mañana, al amanecer, bajaría a la ciudad y trataría de obtener todo lo que pudiera, pero por ahora, tendría que descansar.
Ante él, se alzaba una enorme explanada vacía, llena de arena y de dunas. Cerca, se encontraba el Oasis de la Luna, un lugar emblemático que guardaba un significado especial para él. Se había planteado varias veces si su razón para regresar había sido volver a contemplarlo. Pero no lo hizo. Era consciente de que por la noche se abarrotaba de turistas a determinadas horas y el acercarse suponía un peligro innecesario.
Aun así, era incapaz de dormir. Su mente aun seguia activa y sus piernas pedían un poco de acción. Por eso, decidió caminar justo en dirección contraria, hacia la inmensidad de la arena. Solo un poco, se repitió, consciente de que si se adentraba demasiado y se perdía, podría no encontrar el camino de vuelta.
Arrebujado tras unas enorme tela negra, Juro se había transformado, gracias al henge, en un muchacho ligeramente más alto, de una edad parecida. Su pelo, sin embargo, era ligeramente rubio y su tono de piel, mucho más moreno. La tela, a modo de capa, cubría la mayor parte del cuerpo, para protegerse de los vendavales que traía el desierto. Caminaba despreocupadamente por el lugar, como si de verdad aquel fuera su hogar.
Hablo / Pienso
Avatar hecho por la increible Eri-sama.
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Sellos implantados: Hermandad intrepida
- Juro y Datsue : Aliento nevado, 218. Poder:60