3/02/2021, 19:10
Despedida, Invierno del año 220
Mas si el joven Juro —ahora envuelto en su ingenioso disfraz— alzaba la vista al frente, se percataría de que a lo lejos una solitaria luz titilaba bajo el cielo nocturno. El resplandor provenía de la cara oculta de una enorme duna, tras la cual alguien parecía haber encendido una hoguera, a juzgar por la tímida columna de humo gris que escalaba desde su cénit y hacia las estrellas. A primera vista parecía un lugar especialmente bueno para resguardarse del frío viento nocturno del desierto, especialmente feroz y crudo en el Invierno; pero realmente, si no se acercaba hasta dejar la duna a su espalda, el jinchūriki nunca averiguaría quién descansaba junto a la lumbre.
Si lo hacía, por el contrario, hallarían sus ojos —todavía de lejos— una silueta envuelta en una capa color marrón arena, que dificultaba distinguirla en la distancia, pero que dada la situación podía deducirse sin temor a errar que pertenecía a una persona. Descansaba junto a la hoguera, con la espalda apoyada en la ladera de la duna que se alzaba a su espalda como un coloso de arena, y de tanto en tanto viajaba su diestra a los labios para remojarlos con el contenido de una pequeña calabaza que luego dejaba descansar en su regazo.
Su rostro estaba oculto casi por completo por un sombrero de paja que llevaba bien calado, y bajo éste apenas se podía distinguir el contorno de una barba morena y descuidada. Poco más revelaba a la vista aquel solitario viajero, cuyo único hacer en aquella noche parecía concentrarse en vaciar el contenido de la calabaza frente a la lumbre crepitante.