19/02/2021, 16:45
La cuchilla de viento impactó en el lado izquierdo del torso de Uzumaki Eri, causando un profundo corte que liberó al aire una salpicadura de sangre. Akashi reía, emocionado, pero la de Uzushiogakure no estaba dispuesta a rendirse. Y la sonrisa se borró del rostro de la Muerte Roja cuando la vio juntar las manos de nuevo.
—¡Maldita moc...! ¡¿Qué?!
Akashi había intentado moverse, pero los brazos de caramelo de un malherido Daruu lo sostenían contra el suelo con las escasas fuerzas que le restaban y una voluntad férrea. Los dedos de Akashi se cerraron bruscamente, buscando la guadaña que le habían arrancado de las manos minutos atrás. Y entonces Eri terminó su secuencia de sellos y estampó sus manos contra el suelo. Una hilera de símbolos indescifrables surgió justo de debajo de sus manos y se extendió como una cadena, atravesando rápidamente la distancia que separaba a la kunoichi de Remolino con la Muerte Roja.
Las súplicas de tres chicos y un gato, todos ellos shinobi se unieron en una sola y parecieron impregnar con su ferviente deseo el Fūinjutsu que avanzaba por el suelo a toda velocidad, como una colonia de hormigas guerreras. Los sellos esquivaron la cabeza de Yota por ambos lados en el último momento y terminaron por converger justo debajo de los pies del inmovilizado Akashi.
—¡No! ¡No, NO, NOOOOOOO! ¡NO PODÉIS MATARME! ¡YO SOY LA MUERTE SANGRIENTA! ¡¡SHIRO SHINIGAMI ESTÁ CONMIGOOOOOOO...!!
Los alaridos de Akashi se perdieron en la distancia cuando su cuerpo se vio succionado rápidamente y de forma antinatural por el mismo suelo que hasta el momento le había estado sosteniendo. En la roca, dos círculos concéntricos con fórmulas inscritas en forma de espiral fue todo lo que quedó de la Muerte Sangrienta, y un denso silencio inundó la caverna.
Todo había terminado. Eri había conseguido su propósito.
La roca alrededor de la cabeza de Yota se ablandó y se convirtió en arena, lo suficientemente blando para poder salir sin problemas. Pero Daruu seguía allí tirado, casi al borde de la muerte sobre un peligroso charco de sangre...
—¡Maldita moc...! ¡¿Qué?!
Akashi había intentado moverse, pero los brazos de caramelo de un malherido Daruu lo sostenían contra el suelo con las escasas fuerzas que le restaban y una voluntad férrea. Los dedos de Akashi se cerraron bruscamente, buscando la guadaña que le habían arrancado de las manos minutos atrás. Y entonces Eri terminó su secuencia de sellos y estampó sus manos contra el suelo. Una hilera de símbolos indescifrables surgió justo de debajo de sus manos y se extendió como una cadena, atravesando rápidamente la distancia que separaba a la kunoichi de Remolino con la Muerte Roja.
«Por favor.»
«Por favor...»
«Por favor, no falles...»
«¡Puedes hacerlo, aguanta!»
«Por favor...»
«Por favor, no falles...»
«¡Puedes hacerlo, aguanta!»
Las súplicas de tres chicos y un gato, todos ellos shinobi se unieron en una sola y parecieron impregnar con su ferviente deseo el Fūinjutsu que avanzaba por el suelo a toda velocidad, como una colonia de hormigas guerreras. Los sellos esquivaron la cabeza de Yota por ambos lados en el último momento y terminaron por converger justo debajo de los pies del inmovilizado Akashi.
—¡No! ¡No, NO, NOOOOOOO! ¡NO PODÉIS MATARME! ¡YO SOY LA MUERTE SANGRIENTA! ¡¡SHIRO SHINIGAMI ESTÁ CONMIGOOOOOOO...!!
Los alaridos de Akashi se perdieron en la distancia cuando su cuerpo se vio succionado rápidamente y de forma antinatural por el mismo suelo que hasta el momento le había estado sosteniendo. En la roca, dos círculos concéntricos con fórmulas inscritas en forma de espiral fue todo lo que quedó de la Muerte Sangrienta, y un denso silencio inundó la caverna.
Todo había terminado. Eri había conseguido su propósito.
La roca alrededor de la cabeza de Yota se ablandó y se convirtió en arena, lo suficientemente blando para poder salir sin problemas. Pero Daruu seguía allí tirado, casi al borde de la muerte sobre un peligroso charco de sangre...
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