10/03/2021, 12:44
Tres terrones de azúcar. El gesto en el rostro de Zetsuo no varió ni un ápice, pero la decepción pasó por sus ojos aguamarina como una ominosa sombra.
—Por supuesto, Yui-sama —musitó, dándose la vuelta para ir a coger el azúcar solicitado. Y sus dedos apenas habían rozado el cartón de la caja cuando la voz de Yui volvió a alzarse, solicitante:
—Oh, Zetsuo, tráeme un poco de leche, también. ¿Tienes unas galletitas?
Las manos del médico temblaron violentamente, airadas. Azúcar, leche y galletas. ¿De cuántas maneras diferentes iba a profanar el café aquella mujer? Zetsuo apretó las mandíbulas, pero de su garganta apenas salió un profundo gruñido. Cogió un paquete de galletas y el brick de leche de la nevera y lo dejó todo sobre la mesa, frente a Yui.
—La misión es para Ayame.
Zetsuo frunció ligeramente el ceño. Las misiones eran una parte fundamental del sistema shinobi por el que se regían las aldeas, y una parte de ella se debían al secretismo de esas misiones. Pero estaban hablando de su hija, una hija que se había estado jugando el pellejo a cada oportunidad que se le presentaba. ¿No podría estirarse un poco al respecto?
—Entiendo... —musitó, con tono formal. Zetsuo miró fijamente a los ojos a Yui, pero se encontró con una muralla de voluntad. Pero, tras un instante de vacilación, el médico osó intentar dar un paso adelante e ir más allá, adentrarse en su mente y captar aunque fuera una mínima esencia de sus pensamientos al respecto de la misión...
—¿Y... Yui-sama? —preguntó una confundida Ayame, desde el marco de la puerta. Llevaba el pelo completamente empapado y suelto sobre la espalda, pero eso no parecía preocuparle.
Al contrario que a su padre.
—Joder, ¿pero cuántas veces te he dicho que te seques el pelo al salir de la ducha, niña?
—¡Pero no me gusta el secador! —protestó ella, irritada.
—Por supuesto, Yui-sama —musitó, dándose la vuelta para ir a coger el azúcar solicitado. Y sus dedos apenas habían rozado el cartón de la caja cuando la voz de Yui volvió a alzarse, solicitante:
—Oh, Zetsuo, tráeme un poco de leche, también. ¿Tienes unas galletitas?
Las manos del médico temblaron violentamente, airadas. Azúcar, leche y galletas. ¿De cuántas maneras diferentes iba a profanar el café aquella mujer? Zetsuo apretó las mandíbulas, pero de su garganta apenas salió un profundo gruñido. Cogió un paquete de galletas y el brick de leche de la nevera y lo dejó todo sobre la mesa, frente a Yui.
—La misión es para Ayame.
Zetsuo frunció ligeramente el ceño. Las misiones eran una parte fundamental del sistema shinobi por el que se regían las aldeas, y una parte de ella se debían al secretismo de esas misiones. Pero estaban hablando de su hija, una hija que se había estado jugando el pellejo a cada oportunidad que se le presentaba. ¿No podría estirarse un poco al respecto?
—Entiendo... —musitó, con tono formal. Zetsuo miró fijamente a los ojos a Yui, pero se encontró con una muralla de voluntad. Pero, tras un instante de vacilación, el médico osó intentar dar un paso adelante e ir más allá, adentrarse en su mente y captar aunque fuera una mínima esencia de sus pensamientos al respecto de la misión...
—¿Y... Yui-sama? —preguntó una confundida Ayame, desde el marco de la puerta. Llevaba el pelo completamente empapado y suelto sobre la espalda, pero eso no parecía preocuparle.
Al contrario que a su padre.
—Joder, ¿pero cuántas veces te he dicho que te seques el pelo al salir de la ducha, niña?
—¡Pero no me gusta el secador! —protestó ella, irritada.