13/03/2021, 21:32
Oh, Yui vio en los ojos de Zetsuo el orgullo, la desconfianza, el miedo. Pero ciertas cosas debían respetarse. Y además, no podía contarle eso al viejo águila. No podía contárselo, porque se arriesgaba a que se negase con todas sus fuerzas. El pobre hombre había perdido a su mujer hacía muchos años, y Yui sabía que era tan protector con sus hijos que podía llegar a cualquier cosa.
Y sería un enorme desperdicio tener que encerrar a uno de sus mejores shinobi en el calabozo por desobediencia. No podía ser.
Pero los ojos de Zetsuo, inquisitivos, se habían vuelto muy hábiles. Tanto como para romper la férrea voluntad de la que fue su kage, penetrar más allá de su mirada y leer. La vocecilla de Ayame les interrumpió en el último momento, pero llegó a ver algo. Una sombra en movimiento. Las imágenes en blanco y negro y a toda velocidad de una escena.
Yui se dio la vuelta de golpe. Le dedicó una amable sonrisa a Ayame. No era una de sus sonrisas. Simplemente, una sonrisa normal. Eso era casi desconcertante, viniendo de la Tormenta.
—Buenos días, Ayame. ¿Te quieres venir de picnic? —bromeó.
—Joder, ¿pero cuántas veces te he dicho que te seques el pelo al salir de la ducha, niña?
—¡Pero no me gusta el secador! —protestó ella, irritada.
—¡Déjala, coño! —protestó Yui—. ¡Es una Hōzuki hecha y derecha, joder! ¡El agua no nos asusta! ¡Nosotras somos el agua! —Se volvió a voltear hacia Ayame, apoyándose en el sofá con los brazos. Casi parecía una niña divirtiéndose—. ¿Era así como lo decías tú, verdad? —Le guiñó el ojo—. Bueno. Que tengo una misión para ti. Conmigo. A solas. —Remarcó.
»Plan de chicas.
Y sería un enorme desperdicio tener que encerrar a uno de sus mejores shinobi en el calabozo por desobediencia. No podía ser.
Pero los ojos de Zetsuo, inquisitivos, se habían vuelto muy hábiles. Tanto como para romper la férrea voluntad de la que fue su kage, penetrar más allá de su mirada y leer. La vocecilla de Ayame les interrumpió en el último momento, pero llegó a ver algo. Una sombra en movimiento. Las imágenes en blanco y negro y a toda velocidad de una escena.
Un enorme zorro de nueve colas. Los cabellos negros de una mujer con la mirada fría y distante. Un pergamino encima de su escritorio, con la firma de su hija. El nombre: Maimai.
Yui se dio la vuelta de golpe. Le dedicó una amable sonrisa a Ayame. No era una de sus sonrisas. Simplemente, una sonrisa normal. Eso era casi desconcertante, viniendo de la Tormenta.
—Buenos días, Ayame. ¿Te quieres venir de picnic? —bromeó.
—Joder, ¿pero cuántas veces te he dicho que te seques el pelo al salir de la ducha, niña?
—¡Pero no me gusta el secador! —protestó ella, irritada.
—¡Déjala, coño! —protestó Yui—. ¡Es una Hōzuki hecha y derecha, joder! ¡El agua no nos asusta! ¡Nosotras somos el agua! —Se volvió a voltear hacia Ayame, apoyándose en el sofá con los brazos. Casi parecía una niña divirtiéndose—. ¿Era así como lo decías tú, verdad? —Le guiñó el ojo—. Bueno. Que tengo una misión para ti. Conmigo. A solas. —Remarcó.
»Plan de chicas.