21/03/2021, 17:07
Pero Yui le devolvió una sonrisa como respuesta, y le dio un ligero golpecito en el hombro con el puño cerrado.
—¿Quién te has creído que soy? —le espetó, con sorna—. ¿Una nueva Señora Feudal, petulante y con el culo gordo de plantarlo en un asiento como una maceta? No, no, y no. Esos tiempos pasaron —Negó con rotundidad.
—¡Lo siento! No quería... —Ayame se apresuró a disculparse, pero Yui volvió a interrumpirla.
—Soy una kunoichi, el mando más alto de Amegakure. Déjame contarte una cosa —dijo, levantando el dedo índice. Ayame siguió su dirección y sus ojos toparon con el rascacielos más grande de toda Amegakure, la torre decorada con demonios que pertenecía a los Arashikage de Amegakure: El corazón de la aldea—. No creé este nuevo rango para convertirme en una Arashikage de más rango. Fui Arashikage durante mucho tiempo, y ese puesto le corresponde a ella ahora —agregó, refiriéndose a Shanise—. Protegeré esta villa la primera de todas si es que está en peligro, pero la guardia la tiene Shanise.
«Y yo soy ahora su mano derecha...» Meditó Ayame, volviendo a sentir aquel vértigo que la embargaba cada vez que lo recordaba. Aún no se había acostumbrado a ello, y seguía sintiendo como si se estuviera vistiendo una toga varias tallas más grandes de las que le correspondían.
—Ayame. No abandoné ese sillón para sentarme en otro, tras otra mesa, rellenando otros papeles. No. La Tormenta vuelve a los orígenes del shinobi. La Tormenta viaja, y con su fuerza, cambia las cosas a favor de la aldea. Como un Señor Feudal, representa a su país entero, pero la Tormenta no se queda ahí. Nadie le da misiones al shinobi o kunoichi que ostente este rango. Trabajo para mi país como creo conveniente y actúo cuando es necesario. Caigo como un rayo encima de los problemas. Y la Tormenta debe ser así, porque estar parado apelotona a la kunoichi, Ayame. ¡La apelotona, me cago en la puta! ¡No, Shanise es mucho mejor para gestionar esos asuntos sesudos y para dirigir a la gente! ¡Yo soy una mujer de acción!
Quizás, en otras circunstancias, Ayame habría encontrado mil y una pegas que ponerle. Pero en aquellos momentos se había quedado como hipnotizada por las palabras de la Tormenta, y la escuchaba casi con devoción, dejándose arrastrar por aquella impulsiva electricidad que empujaba a Yui. Si aquella poderosa mujer era la Tormenta, ella era la lluvia que la acompañaba, y así habría de servirla en aquella misión.
—Enviamos a dos jōnin a investigar en Yukio hace unos meses y no hemos vuelto a tener noticias de ellos —explicó, con un pesaroso suspiro—. No voy a quedarme de brazos cruzados a esperar a que ocurra de nuevo lo que pasó con Umikiba Kaido y Dragón Rojo. Así que vosotras dos vendréis conmigo.
—¿Nosotras dos? —Ayame miró con cierta extrañeza a Yui, pero ella sonrió:
—No soy muy perspicaz, pero esa información que reportaste... algo me dice que no es algo que averiguases por ti misma, Ayame. ¿Verdad?
—Oh...—Ayame esbozó una tímida sonrisa. No estaba acostumbrada a que hablasen de Kokuō como si se tratara de un ente separada de ella misma, como si fuera otra criatura que pudiera acompañarla y no se viera obligada a ello al estar sus existencias prácticamente fusionadas—. No, tiene razón, Yui-sama. Fue Kokuō quien me lo contó todo cuando me encontré con ese shinobi de Uzushiogakure.
Lo cierto era que al Bijū le había costado soltar prenda al respecto. Tal era su recelo hacia los humanos que, ni siquiera una vez la liberó de su prisión y se hicieron compañeras después del incidente con la reversión de su sello, le comentó nada acerca de lo que le contado Kurama. Quizás, una parte de ella quería seguir confiando en su Hermano perdido, pero se acumulaban los agravantes y el intento de asesinato de Datsue, el jinchūriki de Shukaku, a manos de otro de los Generales y el estado de prófugo de Gyūki habían sido las dos gotas que habían colmado el vaso.
—¿Cree que Kurama los descubrió? —preguntó, notablemente preocupada—. ¿Cree que... sabe que estamos detrás de él?
—¿Quién te has creído que soy? —le espetó, con sorna—. ¿Una nueva Señora Feudal, petulante y con el culo gordo de plantarlo en un asiento como una maceta? No, no, y no. Esos tiempos pasaron —Negó con rotundidad.
—¡Lo siento! No quería... —Ayame se apresuró a disculparse, pero Yui volvió a interrumpirla.
—Soy una kunoichi, el mando más alto de Amegakure. Déjame contarte una cosa —dijo, levantando el dedo índice. Ayame siguió su dirección y sus ojos toparon con el rascacielos más grande de toda Amegakure, la torre decorada con demonios que pertenecía a los Arashikage de Amegakure: El corazón de la aldea—. No creé este nuevo rango para convertirme en una Arashikage de más rango. Fui Arashikage durante mucho tiempo, y ese puesto le corresponde a ella ahora —agregó, refiriéndose a Shanise—. Protegeré esta villa la primera de todas si es que está en peligro, pero la guardia la tiene Shanise.
«Y yo soy ahora su mano derecha...» Meditó Ayame, volviendo a sentir aquel vértigo que la embargaba cada vez que lo recordaba. Aún no se había acostumbrado a ello, y seguía sintiendo como si se estuviera vistiendo una toga varias tallas más grandes de las que le correspondían.
—Ayame. No abandoné ese sillón para sentarme en otro, tras otra mesa, rellenando otros papeles. No. La Tormenta vuelve a los orígenes del shinobi. La Tormenta viaja, y con su fuerza, cambia las cosas a favor de la aldea. Como un Señor Feudal, representa a su país entero, pero la Tormenta no se queda ahí. Nadie le da misiones al shinobi o kunoichi que ostente este rango. Trabajo para mi país como creo conveniente y actúo cuando es necesario. Caigo como un rayo encima de los problemas. Y la Tormenta debe ser así, porque estar parado apelotona a la kunoichi, Ayame. ¡La apelotona, me cago en la puta! ¡No, Shanise es mucho mejor para gestionar esos asuntos sesudos y para dirigir a la gente! ¡Yo soy una mujer de acción!
Quizás, en otras circunstancias, Ayame habría encontrado mil y una pegas que ponerle. Pero en aquellos momentos se había quedado como hipnotizada por las palabras de la Tormenta, y la escuchaba casi con devoción, dejándose arrastrar por aquella impulsiva electricidad que empujaba a Yui. Si aquella poderosa mujer era la Tormenta, ella era la lluvia que la acompañaba, y así habría de servirla en aquella misión.
—Enviamos a dos jōnin a investigar en Yukio hace unos meses y no hemos vuelto a tener noticias de ellos —explicó, con un pesaroso suspiro—. No voy a quedarme de brazos cruzados a esperar a que ocurra de nuevo lo que pasó con Umikiba Kaido y Dragón Rojo. Así que vosotras dos vendréis conmigo.
—¿Nosotras dos? —Ayame miró con cierta extrañeza a Yui, pero ella sonrió:
—No soy muy perspicaz, pero esa información que reportaste... algo me dice que no es algo que averiguases por ti misma, Ayame. ¿Verdad?
—Oh...—Ayame esbozó una tímida sonrisa. No estaba acostumbrada a que hablasen de Kokuō como si se tratara de un ente separada de ella misma, como si fuera otra criatura que pudiera acompañarla y no se viera obligada a ello al estar sus existencias prácticamente fusionadas—. No, tiene razón, Yui-sama. Fue Kokuō quien me lo contó todo cuando me encontré con ese shinobi de Uzushiogakure.
Lo cierto era que al Bijū le había costado soltar prenda al respecto. Tal era su recelo hacia los humanos que, ni siquiera una vez la liberó de su prisión y se hicieron compañeras después del incidente con la reversión de su sello, le comentó nada acerca de lo que le contado Kurama. Quizás, una parte de ella quería seguir confiando en su Hermano perdido, pero se acumulaban los agravantes y el intento de asesinato de Datsue, el jinchūriki de Shukaku, a manos de otro de los Generales y el estado de prófugo de Gyūki habían sido las dos gotas que habían colmado el vaso.
—¿Cree que Kurama los descubrió? —preguntó, notablemente preocupada—. ¿Cree que... sabe que estamos detrás de él?