29/03/2021, 15:52
Érase una vez una mujer, de pelo largo y recogido en rastas, que caminaba con la tranquilidad de una pantera paseando por su territorio. Vestía un chaleco oscuro que le terminaba por encima del ombligo, unos pantalones largos y de color beis y unas botas negras.
De pie, pero apoyado junto a un árbol, encontró a un hombre. Tenía la piel negra, el pelo corto y era tan alto que ella ni siquiera tenía necesidad de inclinarse hacia abajo para mirarle a la cara. Sus ojos eran verdes, poseía una mandíbula que asemejaba a un yunque de acero y la mera sombra que proyectaba sobre el suelo daría miedo a la mayoría.
Mas no a ella. ¿Por qué iba a tenerlo? Todos aquellos atributos no los había heredado de su padre, precisamente.
—Así que eres tú.
No fue una pregunta, así que no le culpó por no responder.
—Imagino que el pequeño espectáculo de fuego de anoche te lo debo a ti. ¿De qué sirve esconderse, si alguien se pone a tu lado y empieza a gritar? Ingenioso —le concedió. Su hijo sabía que estaba obligada a salir a averiguar lo que había sucedido antes de que otros ojos menos convenientes viniesen a hacerlo y encontrasen otra cosa por el camino.
Él tampoco respondió a aquello. Con lo mucho que había berreado para mamar de su teta, y ahora no abría ni la boca.
—¿Cuántos años han pasado desde la última vez? Dioses, no me llegabas ni por la cintura, y mira lo mucho que has crecido. —Le miró de arriba abajo, con ternura—. ¿Cómo te haces llamar ahora? Antes era Ryūnosuke, el Heraldo del Dragón. Luego fue solo Ryū, el Dragón. ¿Vuelves a ser Ryūnosuke? Tendrás que perdonarme, pero es que ya me pierdo con tanto cambio. Aunque no es como si fuese a llamarte por otro nombre que el que te di cuando te parí, ¿hmm? Suficiente trabajo pasé aquel día como para no ganarme el derecho de al menos eso.
De pie, pero apoyado junto a un árbol, encontró a un hombre. Tenía la piel negra, el pelo corto y era tan alto que ella ni siquiera tenía necesidad de inclinarse hacia abajo para mirarle a la cara. Sus ojos eran verdes, poseía una mandíbula que asemejaba a un yunque de acero y la mera sombra que proyectaba sobre el suelo daría miedo a la mayoría.
Mas no a ella. ¿Por qué iba a tenerlo? Todos aquellos atributos no los había heredado de su padre, precisamente.
—Así que eres tú.
No fue una pregunta, así que no le culpó por no responder.
—Imagino que el pequeño espectáculo de fuego de anoche te lo debo a ti. ¿De qué sirve esconderse, si alguien se pone a tu lado y empieza a gritar? Ingenioso —le concedió. Su hijo sabía que estaba obligada a salir a averiguar lo que había sucedido antes de que otros ojos menos convenientes viniesen a hacerlo y encontrasen otra cosa por el camino.
Él tampoco respondió a aquello. Con lo mucho que había berreado para mamar de su teta, y ahora no abría ni la boca.
—¿Cuántos años han pasado desde la última vez? Dioses, no me llegabas ni por la cintura, y mira lo mucho que has crecido. —Le miró de arriba abajo, con ternura—. ¿Cómo te haces llamar ahora? Antes era Ryūnosuke, el Heraldo del Dragón. Luego fue solo Ryū, el Dragón. ¿Vuelves a ser Ryūnosuke? Tendrás que perdonarme, pero es que ya me pierdo con tanto cambio. Aunque no es como si fuese a llamarte por otro nombre que el que te di cuando te parí, ¿hmm? Suficiente trabajo pasé aquel día como para no ganarme el derecho de al menos eso.