31/03/2021, 18:08
Tenían los mismos ojos, tenían la misma sangre y tenían los mismos puños. Por eso supo lo que iba a venir.
—No quieres enfrentarte a mí, hijo. Te lo aseguro.
—Entonces cierra la boca y échate a un lado.
Sintió que la vena de la frente empezaba a palpitarle. Pese a que se había ganado una fama nada merecida, ella era una mujer tranquila y sosegada. Pocas cosas la enfurecían o lograban romper su sosiego. Una de esas cosas eran las faltas de cortesía. ¿Por qué a algunos les costaba tanto mantener un mínimo de educación? Parecían estar pidiendo a gritos una buena cachetada para aprender una cosa o dos sobre el respeto, pero ella no era la madre de nadie como para ir haciendo esas cosas.
Bueno, de nadie salvo, de hecho, del hombre que tenía enfrente.
—¿Es que tu padre no te enseñó modales? Tiempo tuvo, desde luego.
—A padre lo maté, ¿recuerdas? —Ella puso los ojos en blanco. Pues claro que lo recordaba. No era una de esas cosas que se olvidaban con el tiempo, precisamente—. Fue con esta espada —continuó, tomando una espada sin vaina que llevaba colgada tras los hombros, sujetada por unas correas de cuero.
Se trataba de un gigantesco mandoble capaz de partir a un mamut por la mitad. Al menos, estaba segura, en manos de su hijo. La punta emitió un peligroso silbido cuando bajó hasta apuntarle el pecho.
Ella quedó tan impresionada como si la estuviese señalando con una aguja.
—Yo no soy tu padre.
—No quieres enfrentarte a mí, hijo. Te lo aseguro.
—Entonces cierra la boca y échate a un lado.
Sintió que la vena de la frente empezaba a palpitarle. Pese a que se había ganado una fama nada merecida, ella era una mujer tranquila y sosegada. Pocas cosas la enfurecían o lograban romper su sosiego. Una de esas cosas eran las faltas de cortesía. ¿Por qué a algunos les costaba tanto mantener un mínimo de educación? Parecían estar pidiendo a gritos una buena cachetada para aprender una cosa o dos sobre el respeto, pero ella no era la madre de nadie como para ir haciendo esas cosas.
Bueno, de nadie salvo, de hecho, del hombre que tenía enfrente.
—¿Es que tu padre no te enseñó modales? Tiempo tuvo, desde luego.
—A padre lo maté, ¿recuerdas? —Ella puso los ojos en blanco. Pues claro que lo recordaba. No era una de esas cosas que se olvidaban con el tiempo, precisamente—. Fue con esta espada —continuó, tomando una espada sin vaina que llevaba colgada tras los hombros, sujetada por unas correas de cuero.
Se trataba de un gigantesco mandoble capaz de partir a un mamut por la mitad. Al menos, estaba segura, en manos de su hijo. La punta emitió un peligroso silbido cuando bajó hasta apuntarle el pecho.
Ella quedó tan impresionada como si la estuviese señalando con una aguja.
—Yo no soy tu padre.