16/01/2016, 21:41
En cuanto las palabras abandonaron la boca de Kazuma, toda la situación cambió. La chica que estaba al lado de Karamaru colapso con la noticia de la muerte del anciano. Entonces el Ishimura lo entendió. Aquella debía ser la nieta del líder del pueblo, y seguramente el calvo se quedó protegiéndola luego de abandonar la clínica.
La respuesta del calvo no fue la que el peliblanco esperaba… Sin embargo podía sentir que su compañero de oficio hablaba con la verdad. La temeridad no les traería nada bueno en aquel momento, menos aun si no tenían los pensamientos en su lugar. El ojos grises seguía escuchando con atención, sin duda lo que decía Karamaru tenía sentido, pero aun así pensaba lo mismo en cuanto a lo que buscaba hacer. Podía sentir que ambos tenían parte de razón, solo que uno trataba de hacer lo correcto y el otro lo justo, pero en aquel momento el joven de Uzu no pudo distinguir cuál de las dos opciones defendía.
«¿Qué debería hacer?» —se preguntó.
—Ustedes—de entre el humo se acercó a ellos un sujeto con aspecto de soldado, con una vieja armadura y algunos vendajes en su cabeza—. Necesito que vean algo. —Aseguro con un tono de urgencia imposible de ignorar por aquellos ninjas.
En cuanto lo siguieran, el sujeto los guiaría por entre la aún oscura madrugada, hasta la parte más cercana al precipicio en el que estaba el pueblo. En cuanto estuvieran allí, verían una especie de elevador, hecho de madera y con cuerdas y poleas, que parecía bajar por la cara del risco hasta llegar al agua.
—Observen —dijo mientras señalaba el horizonte. El mar era negro, pero en la superficie se pudo apreciar una figura de madera iluminada por las típicas lámparas de aceite—. Aquel barco es la guarida de los bandidos, van y vienen con el oleaje, por eso jamás hemos podido atraparlos. Pero ahora están “atrapados”. En la banda era unos treinta cuando mucho, y aquí han caído unos veinte. Por otro lado la razón de no haberse alejado ya, es que la marea es baja y no puede cruzar la parte rocosa.
Aquel sujeto se giro hacia ambos y con una cara casi suplicante les hablo.
—Como jefe de la guardia del pueblo, esto es lo más cerca que hemos estado de capturarlos, y es gracias a ustedes, pero ahora no tenemos nada, si se van la venganza será peor. Escuche lo que hablaban, y si quieren una oportunidad creo que es esta —dijo poniéndose el casco en el pecho—. Antes he visto a ninjas hacer cosas increíbles, estoy seguro de que ustedes podría hacer algo para ayudarnos.
La voz de aquel hombre sonaba rogante y desesperada, más de lo esperable en un soldado de mediana edad de aspecto tan rudo.
—Entiendo… ¿podrías traerme el barril que quedó frente a la casa del jefe?
—Se los traeré al instante.
En cuanto la silueta del hombre desapareció en medio de la noche, Kazuma volvió a dirigirse al calvo. Esta vez con una respuesta.
—¿Entiendes lo que implica el comportamiento de aquel hombre Karamaru?
—Debemos hacer algo —dijo sin esperar respuesta—. Si los piratas huyen todo acabara. No podemos quedarnos para siempre en este pueblo y nadie se ofrecerá a ayudar en un lugar tan lejano. Aquellos bandidos lo saben, y en cuanto salgamos de aquí, volverán para terminar su asalto. Por si fuera poco se han llevado todo su dinero, así que no tienen la opción de simplemente abandonar el lugar.
El peliblanco esperaba que su compañero entendiera las pocas opciones que tenían. De una forma u otra, el pueblo estaba condenado. Solo tenían dos opciones razonables, o acabar con las debilitadas fuerzas de los piratas o recuperar lo que fue robado.
La respuesta del calvo no fue la que el peliblanco esperaba… Sin embargo podía sentir que su compañero de oficio hablaba con la verdad. La temeridad no les traería nada bueno en aquel momento, menos aun si no tenían los pensamientos en su lugar. El ojos grises seguía escuchando con atención, sin duda lo que decía Karamaru tenía sentido, pero aun así pensaba lo mismo en cuanto a lo que buscaba hacer. Podía sentir que ambos tenían parte de razón, solo que uno trataba de hacer lo correcto y el otro lo justo, pero en aquel momento el joven de Uzu no pudo distinguir cuál de las dos opciones defendía.
«¿Qué debería hacer?» —se preguntó.
—Ustedes—de entre el humo se acercó a ellos un sujeto con aspecto de soldado, con una vieja armadura y algunos vendajes en su cabeza—. Necesito que vean algo. —Aseguro con un tono de urgencia imposible de ignorar por aquellos ninjas.
En cuanto lo siguieran, el sujeto los guiaría por entre la aún oscura madrugada, hasta la parte más cercana al precipicio en el que estaba el pueblo. En cuanto estuvieran allí, verían una especie de elevador, hecho de madera y con cuerdas y poleas, que parecía bajar por la cara del risco hasta llegar al agua.
—Observen —dijo mientras señalaba el horizonte. El mar era negro, pero en la superficie se pudo apreciar una figura de madera iluminada por las típicas lámparas de aceite—. Aquel barco es la guarida de los bandidos, van y vienen con el oleaje, por eso jamás hemos podido atraparlos. Pero ahora están “atrapados”. En la banda era unos treinta cuando mucho, y aquí han caído unos veinte. Por otro lado la razón de no haberse alejado ya, es que la marea es baja y no puede cruzar la parte rocosa.
Aquel sujeto se giro hacia ambos y con una cara casi suplicante les hablo.
—Como jefe de la guardia del pueblo, esto es lo más cerca que hemos estado de capturarlos, y es gracias a ustedes, pero ahora no tenemos nada, si se van la venganza será peor. Escuche lo que hablaban, y si quieren una oportunidad creo que es esta —dijo poniéndose el casco en el pecho—. Antes he visto a ninjas hacer cosas increíbles, estoy seguro de que ustedes podría hacer algo para ayudarnos.
La voz de aquel hombre sonaba rogante y desesperada, más de lo esperable en un soldado de mediana edad de aspecto tan rudo.
—Entiendo… ¿podrías traerme el barril que quedó frente a la casa del jefe?
—Se los traeré al instante.
En cuanto la silueta del hombre desapareció en medio de la noche, Kazuma volvió a dirigirse al calvo. Esta vez con una respuesta.
—¿Entiendes lo que implica el comportamiento de aquel hombre Karamaru?
—Debemos hacer algo —dijo sin esperar respuesta—. Si los piratas huyen todo acabara. No podemos quedarnos para siempre en este pueblo y nadie se ofrecerá a ayudar en un lugar tan lejano. Aquellos bandidos lo saben, y en cuanto salgamos de aquí, volverán para terminar su asalto. Por si fuera poco se han llevado todo su dinero, así que no tienen la opción de simplemente abandonar el lugar.
El peliblanco esperaba que su compañero entendiera las pocas opciones que tenían. De una forma u otra, el pueblo estaba condenado. Solo tenían dos opciones razonables, o acabar con las debilitadas fuerzas de los piratas o recuperar lo que fue robado.