8/04/2021, 20:32
Ōwatatsumi cerró los ojos por un momento y cuando los volvió a abrir, eran blancos como los de un Hyūga. La sangre del corte en su abdomen se evaporó, y el chakra que fluía por su cerebro corrió a raudales sin ningún tipo de presa que la limitase. La segunda de las Ocho Puertas había sido abierta. Rara vez había pasado de ahí. Aunque, considerándolo mejor, su oponente no era meramente excepcional. Había salido de sus propias entrañas, después de todo. Algo así merecía ir un paso más allá. Sonriendo, abrió la puerta de la médula espinal, y su piel se volvió tan roja como la sangre que estaba a punto de derramar.
Flexionó las rodillas, contrajo los músculos de las piernas y sus pies se hundieron en la roca, agrietándola como si no fuese más que barro seco. Justo un instante después su cuerpo salió disparado como la bala de un cañón. En el aire, extendió un codo como pico de lanza para atravesar la mandíbula de su hijo. Él, no obstante, se apartó un instante antes, y fue el pilar quien recibió el golpe en su lugar.
Se oyó un pequeño ruido, como el de una katana al cortar el aire, cuando su codo atravesó la roca. Aquel pilar medía al menos veinte metros de diámetro, pero se dibujó una línea en toda su circunferencia por la que salió propulsada restos de polvo y roca aniquilada. A los pocos segundos se oyó un segundo estruendo, esta vez más grave y profundo, cuando el pilar se resquebrajó a la altura de la línea, haciendo que la gran masa de roca de encima se separase y deslizase sobre la de abajo hasta desplomarse sobre el lago, provocando un tercer estruendo al colisionar contra el agua del fondo.
Fue justo en ese momento cuando consideró que el nombre con el que habían bautizado a aquella técnica en la antigua Konoha, el Ascenso Destructor de Rocas de la Hoja, no podía ser más apropiado.
—Hmm.
Por el rabillo del ojo, vio a su hijo formando sellos. Lanzó una patada a su antebrazo y le cortó la tanda, al mismo tiempo que le empujaba al vacío. Él aprovechó la circunstancia para volver a formar sellos en el aire, pero ella se impulsó en el pilar y saltó tras él, lanzándole una segunda patada al estómago que vació sus pulmones de cualquier Fūton que estuviese cargando.
—¡Hmmmgggppfff…!
Ambos empezaron a caer al vacío. Mientras descendían vertiginosamente, Ōwatatsumi le lanzó un puñetazo a la mandíbula y otro a la sien, pero él los desvió con el canto de las manos. Sabía manejarse mejor que antaño, eso tenía que reconocérselo. Al tercer desvío, percibió un brillo en los dedos índice y corazón de su hijo que…
Flexionó las rodillas, contrajo los músculos de las piernas y sus pies se hundieron en la roca, agrietándola como si no fuese más que barro seco. Justo un instante después su cuerpo salió disparado como la bala de un cañón. En el aire, extendió un codo como pico de lanza para atravesar la mandíbula de su hijo. Él, no obstante, se apartó un instante antes, y fue el pilar quien recibió el golpe en su lugar.
Se oyó un pequeño ruido, como el de una katana al cortar el aire, cuando su codo atravesó la roca. Aquel pilar medía al menos veinte metros de diámetro, pero se dibujó una línea en toda su circunferencia por la que salió propulsada restos de polvo y roca aniquilada. A los pocos segundos se oyó un segundo estruendo, esta vez más grave y profundo, cuando el pilar se resquebrajó a la altura de la línea, haciendo que la gran masa de roca de encima se separase y deslizase sobre la de abajo hasta desplomarse sobre el lago, provocando un tercer estruendo al colisionar contra el agua del fondo.
Fue justo en ese momento cuando consideró que el nombre con el que habían bautizado a aquella técnica en la antigua Konoha, el Ascenso Destructor de Rocas de la Hoja, no podía ser más apropiado.
—Hmm.
Por el rabillo del ojo, vio a su hijo formando sellos. Lanzó una patada a su antebrazo y le cortó la tanda, al mismo tiempo que le empujaba al vacío. Él aprovechó la circunstancia para volver a formar sellos en el aire, pero ella se impulsó en el pilar y saltó tras él, lanzándole una segunda patada al estómago que vació sus pulmones de cualquier Fūton que estuviese cargando.
—¡Hmmmgggppfff…!
Ambos empezaron a caer al vacío. Mientras descendían vertiginosamente, Ōwatatsumi le lanzó un puñetazo a la mandíbula y otro a la sien, pero él los desvió con el canto de las manos. Sabía manejarse mejor que antaño, eso tenía que reconocérselo. Al tercer desvío, percibió un brillo en los dedos índice y corazón de su hijo que…