9/04/2021, 12:53
Yui resopló y deshizo la transformación para volver a su forma original tras verse envuelta momentáneamente en una ligera nube de humo. Vestía una capa de viaje, impermeable, de color negro y cubría sus manos y pies con sendos guantes y botas de color marrón. Sobre la cabeza, y para protegerse de la lluvia, llevaba un cónico kasa de bambú.
—Bah. Los tengo fichados a todos y cada uno de ellos. Trabajaron muy cerca de mí. Sé cómo hablan, cómo visten, cómo se mueven... imposible que me reconociesen. No a mí. Y son ninjas muy buenos, ¿eh? Pero yo soy mejor —agregó, encogiéndose de hombros con aquella confianza que la caracterizaba.
«Por supuesto, Yui-sama.» Pensó Ayame, sonriendo para sus adentros.
La líder apretó el paso, y Ayame se vio obligada a hacer lo mismo. En aquellos momentos recorrían las orillas del Gran Lago bajo la constante lluvia de Amenokami y sus pasos resonaban chapoteantes contra la húmeda tierra cubierta por aquella permanente alfombra de hierba. La antigua Arashikage seguía adelante sin detenerse en ningún momento. Ella misma se definía como una tormenta, y, como tal, atravesaba los charcos de barro sin molestarse en rodearlos o caminar sobre ellos haciendo uso de su chakra. Ayame, por su parte, sí que se aseguraba de exhalar de forma constante chakra desde la planta de los pies. No le molestaba mojarse, pero el barro era otra cosa. Además, lo último que quería era acabar resbalándose y terminar cubierta de lodo hasta las orejas.
—Yui-sama. —La llamó al cabo de un buen rato, cuando o bien consiguió reunir el valor para ello o bien la hartura del frío y el barro había terminado por sobrepasarla—. ¿Piensa ir a pie hasta Yukio? No es que me importe —Mentira. Claro que le importaba—, pero podría llamar a Takeshi. Él podría llevarnos volando en un pispás allí y ahorrarnos todo... esto.
—Bah. Los tengo fichados a todos y cada uno de ellos. Trabajaron muy cerca de mí. Sé cómo hablan, cómo visten, cómo se mueven... imposible que me reconociesen. No a mí. Y son ninjas muy buenos, ¿eh? Pero yo soy mejor —agregó, encogiéndose de hombros con aquella confianza que la caracterizaba.
«Por supuesto, Yui-sama.» Pensó Ayame, sonriendo para sus adentros.
La líder apretó el paso, y Ayame se vio obligada a hacer lo mismo. En aquellos momentos recorrían las orillas del Gran Lago bajo la constante lluvia de Amenokami y sus pasos resonaban chapoteantes contra la húmeda tierra cubierta por aquella permanente alfombra de hierba. La antigua Arashikage seguía adelante sin detenerse en ningún momento. Ella misma se definía como una tormenta, y, como tal, atravesaba los charcos de barro sin molestarse en rodearlos o caminar sobre ellos haciendo uso de su chakra. Ayame, por su parte, sí que se aseguraba de exhalar de forma constante chakra desde la planta de los pies. No le molestaba mojarse, pero el barro era otra cosa. Además, lo último que quería era acabar resbalándose y terminar cubierta de lodo hasta las orejas.
—Yui-sama. —La llamó al cabo de un buen rato, cuando o bien consiguió reunir el valor para ello o bien la hartura del frío y el barro había terminado por sobrepasarla—. ¿Piensa ir a pie hasta Yukio? No es que me importe —Mentira. Claro que le importaba—, pero podría llamar a Takeshi. Él podría llevarnos volando en un pispás allí y ahorrarnos todo... esto.