12/04/2021, 19:47
—¡No, claro que no, tonta! —Se rio Yui, dándole una patada a una piedra que se cruzó en su camino. El canto salió volando con el impacto y chocó varias veces contra las aguas del lago antes de hundirse—. Iremos en el ferrocarril. ¡Para qué pagamos el maldito cacharro ese si no es para que nos lleve a cualquier parte reposando el culo, eh!
—Ya... el ferrocarril... —murmuró Ayame de mala gana, entrecerrando los ojos. En su corta vida, la kunoichi había tenido suficientes experiencias con aquel armatoste de hierro como para querer subirse a él por voluntad propia.
—¿Takeshi? ¿Quién coño es Take...? ¡Aahh, un halcón!
—S... Sí, uno de mis halcones —resopló Ayame, con el sudor perlándole la frente.
—Sí, Shanise me contó que ahora puedes invocarlos. Muy bien, muy bien. Pero allí arriba hace mucho frío, y más conforme nos acerquemos al norte. Lo siento, pero no quiero congelarme los pezones. En Yukio hace tanto frío que podríamos rayar los cristales de las ventanas.
Ella murmuró algo ininteligible para sus adentros que sonó a algo parecido a una maldición. Y es que Yui seguía avanzando, tan decidida como a la tormenta a la que representaba, y a ella no le quedaba otra que seguir sus férreos pasos. Cada vez le costaba más y más seguirle el paso. Y no era cuestión de velocidad, si fuera por eso Ayame estaba convencida de que podría seguir el paso (e incluso adelantar) a cualquier persona. Pero por mucho que acumulara el chakra para caminar, la tierra húmeda absorbía sus pisadas, sus pies se veían atrapados por el barro, y cada vez le costaba más y más volver a levantar los pies para seguir caminando. Así, pronto comenzó a resollar y a tambalearse para seguirle el ritmo a su líder.
Por primera vez, y esperaba que no volviera a repetirse nunca más, algo dentro de ella estaba rogando por llegar pronto a la estación del ferrocarril.
—Ya... el ferrocarril... —murmuró Ayame de mala gana, entrecerrando los ojos. En su corta vida, la kunoichi había tenido suficientes experiencias con aquel armatoste de hierro como para querer subirse a él por voluntad propia.
—¿Takeshi? ¿Quién coño es Take...? ¡Aahh, un halcón!
—S... Sí, uno de mis halcones —resopló Ayame, con el sudor perlándole la frente.
—Sí, Shanise me contó que ahora puedes invocarlos. Muy bien, muy bien. Pero allí arriba hace mucho frío, y más conforme nos acerquemos al norte. Lo siento, pero no quiero congelarme los pezones. En Yukio hace tanto frío que podríamos rayar los cristales de las ventanas.
Ella murmuró algo ininteligible para sus adentros que sonó a algo parecido a una maldición. Y es que Yui seguía avanzando, tan decidida como a la tormenta a la que representaba, y a ella no le quedaba otra que seguir sus férreos pasos. Cada vez le costaba más y más seguirle el paso. Y no era cuestión de velocidad, si fuera por eso Ayame estaba convencida de que podría seguir el paso (e incluso adelantar) a cualquier persona. Pero por mucho que acumulara el chakra para caminar, la tierra húmeda absorbía sus pisadas, sus pies se veían atrapados por el barro, y cada vez le costaba más y más volver a levantar los pies para seguir caminando. Así, pronto comenzó a resollar y a tambalearse para seguirle el ritmo a su líder.
Por primera vez, y esperaba que no volviera a repetirse nunca más, algo dentro de ella estaba rogando por llegar pronto a la estación del ferrocarril.