19/04/2021, 12:56
¿Cuánto tardaron en llegar? Ayame no había sido muy consciente del tiempo que había pasado desde que habían abandonado la aldea, pero desde luego se le hizo tortuosamente lento. Estaba empapada y cubierta de barro hasta las orejas, y arrastraba los pies con cansancio acumulado. Todo lo contrario a Yui, que parecía una niña pequeña estrenando sus nuevas botas en un día de lluvia.
Ya en la estación del ferrocarril, la gente se apartaba al paso de la Tormenta entre gritos ahogados y exclamaciones de sorpresa. No era de extrañar, pues era muy extraño ver a Amekoro Yui fuera de sus jurisdicciones en Amegakure. Pero Ayame torció el gesto, algo preocupada por la alarma que estaban despertando a su alrededor. Ella prefería un perfil más bajo, pasar desapercibida, ¿pero cómo podía pasar desapercibida una Tormenta? Era como pedir a un huracán que fuese silencioso.
Se subieron al aparato de hojalata que no dejaba de silbar y traquetear, como si estuviese impaciente por iniciar la marcha, y ocuparon uno de los compartimentos cerrados. Ayame se dejó caer con todo su peso en uno de los asientos frente a Yui, pero tuvo que hacerse a un lado cuando la mujer, haciendo gala de su escaso sentido del decoro, apoyó los pies embarrados en el asiento que quedaba justo frente a ella.
—¡Ayame! ¿Pero qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Has pillado algo?
—¿Eh? —preguntó ella, con un ligero respingo. Fue entonces consciente de que, junto a su gesto de malas pulgas y su apariencia sucia y embarrada, aún resollaba ligeramente y tenía la frente perlada de sudor. Desde luego, la intensa caminata le había pasado factura—. ¡No, no, estoy bien! —exclamó, agitando una mano en el aire para restarle importancia. Se acomodó en su sitio y apoyó los brazos en las rodillas para inclinarse ligeramente sobre Yui—. Yui... ¿De verdad... esto está bien? —preguntó con cierta preocupación, sacudiendo la cabeza hacia la ventanilla. A través del cristal, aún había personas cuchicheando y señalando donde se encontraban ellas—. Quizás deberíamos intentar... pasar un poco más desapercibidas.
Sobre todo según se fueran acercando a Yukio. Una cosa era que civiles normales y corrientes conocieran de su presencia, ¿pero y si los cuchicheos y las voces terminaban llegando antes de tiempo a los oídos de los Generales y, por ende, a los de Kurama?
Ya en la estación del ferrocarril, la gente se apartaba al paso de la Tormenta entre gritos ahogados y exclamaciones de sorpresa. No era de extrañar, pues era muy extraño ver a Amekoro Yui fuera de sus jurisdicciones en Amegakure. Pero Ayame torció el gesto, algo preocupada por la alarma que estaban despertando a su alrededor. Ella prefería un perfil más bajo, pasar desapercibida, ¿pero cómo podía pasar desapercibida una Tormenta? Era como pedir a un huracán que fuese silencioso.
Se subieron al aparato de hojalata que no dejaba de silbar y traquetear, como si estuviese impaciente por iniciar la marcha, y ocuparon uno de los compartimentos cerrados. Ayame se dejó caer con todo su peso en uno de los asientos frente a Yui, pero tuvo que hacerse a un lado cuando la mujer, haciendo gala de su escaso sentido del decoro, apoyó los pies embarrados en el asiento que quedaba justo frente a ella.
—¡Ayame! ¿Pero qué te pasa? ¿Estás bien? ¿Has pillado algo?
—¿Eh? —preguntó ella, con un ligero respingo. Fue entonces consciente de que, junto a su gesto de malas pulgas y su apariencia sucia y embarrada, aún resollaba ligeramente y tenía la frente perlada de sudor. Desde luego, la intensa caminata le había pasado factura—. ¡No, no, estoy bien! —exclamó, agitando una mano en el aire para restarle importancia. Se acomodó en su sitio y apoyó los brazos en las rodillas para inclinarse ligeramente sobre Yui—. Yui... ¿De verdad... esto está bien? —preguntó con cierta preocupación, sacudiendo la cabeza hacia la ventanilla. A través del cristal, aún había personas cuchicheando y señalando donde se encontraban ellas—. Quizás deberíamos intentar... pasar un poco más desapercibidas.
Sobre todo según se fueran acercando a Yukio. Una cosa era que civiles normales y corrientes conocieran de su presencia, ¿pero y si los cuchicheos y las voces terminaban llegando antes de tiempo a los oídos de los Generales y, por ende, a los de Kurama?