19/04/2021, 20:36
(Última modificación: 19/04/2021, 20:39 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
—¿Pasar desapercibidas? —La sonrisa de Yui desapareció de su gesto, y fue reemplazada por una profunda mueca de desagrado. Ayame se estremeció para sus adentros, temiendo haber ido demasiado lejos. Los chispeantes ojos de la antigua Arashikage se desviaron hacia el andén, donde un grupo de chiquillos se escondía detrás de las piernas de sus padres—. Míralos. Hay que ejercer la autoridad, Ayame. —pronunció, con una nueva y amplia sonrisa. Pero Ayame la miró largamente. Si algo rondaba su cabeza, desde luego no lo expresó abiertamente.
»Hay que mostrar la presencia de una en su propio territorio. ¿Por qué iba a querer pasar desapercibida en mi puto país, eh? Se supone que fuera de los muros de Amegakure, soy la Señora Feudal. ¿Vamos a desaprovechar el POLVO que levantan mis BOTAS y el TEMBLOR del suelo que PISO cuando lleguemos a Yukio? Ahh, no. Yo y el gobernador vamos a tener una buena charla, y te garantizo que le extraeré una provechosísima información.
—Lo único que digo, si me lo permite, Yui-sama, es que quizás deberíamos estudiar el terreno antes de hacer nada. No sabemos cómo está Yukio, o si hay alguien esperándonos allí... como usted dijo,los dos shinobi que enviaron han desaparecido sin dejar rastro...
Ayame lanzó un profundo suspiro y se reclinó hacia atrás, reposando la espalda en el respaldo de su asiento. Estaba nerviosa. Nerviosa y preocupada. Iban a lanzarse de cabeza al mismo epicentro de la tormenta, a las fauces abiertas de un zorro que estaba esperando al mejor momento para devorarlas. Y ellas estaban acudiendo a él voluntariamente.
Ayame no lo había olvidado. No podía hacerlo. Lo veía en sus sueños una y otra vez: la amenazadora mano de Kuroyuki cerniéndose sobre ella, aquellos ojos naranjas perforando su alma y aquella desgarradora voz... Pero, sobre todo, aquel cegador destello de luz que en sus sueños la atravesaba, la fulminaba, apagaba su vida de un soplido. No podía olvidarlo, porque aunque no le había contado nada a nadie, vivía con el terror anidado en su pecho.
»Hay que mostrar la presencia de una en su propio territorio. ¿Por qué iba a querer pasar desapercibida en mi puto país, eh? Se supone que fuera de los muros de Amegakure, soy la Señora Feudal. ¿Vamos a desaprovechar el POLVO que levantan mis BOTAS y el TEMBLOR del suelo que PISO cuando lleguemos a Yukio? Ahh, no. Yo y el gobernador vamos a tener una buena charla, y te garantizo que le extraeré una provechosísima información.
—Lo único que digo, si me lo permite, Yui-sama, es que quizás deberíamos estudiar el terreno antes de hacer nada. No sabemos cómo está Yukio, o si hay alguien esperándonos allí... como usted dijo,los dos shinobi que enviaron han desaparecido sin dejar rastro...
Ayame lanzó un profundo suspiro y se reclinó hacia atrás, reposando la espalda en el respaldo de su asiento. Estaba nerviosa. Nerviosa y preocupada. Iban a lanzarse de cabeza al mismo epicentro de la tormenta, a las fauces abiertas de un zorro que estaba esperando al mejor momento para devorarlas. Y ellas estaban acudiendo a él voluntariamente.
Ayame no lo había olvidado. No podía hacerlo. Lo veía en sus sueños una y otra vez: la amenazadora mano de Kuroyuki cerniéndose sobre ella, aquellos ojos naranjas perforando su alma y aquella desgarradora voz... Pero, sobre todo, aquel cegador destello de luz que en sus sueños la atravesaba, la fulminaba, apagaba su vida de un soplido. No podía olvidarlo, porque aunque no le había contado nada a nadie, vivía con el terror anidado en su pecho.