27/04/2021, 22:25
(Última modificación: 27/04/2021, 22:25 por Amedama Daruu.)
Yui achinó los ojos, y como Ayame, se acarició el mentón con el dedo índice. Durante unos largos diez segundos meditó en silencio, exprimiéndose al máximo.
—Sí... sí. Me suena que sí. —No. Definitivamente no. Pero el problema de Ayame con los nombres y las escasas luces de Yui para los pormenores (es decir, lo que no conllevara una patada en la puerta y posiblemente en la boca) les jugaron una mala pasada—. Está bien, pues de incógnito que iremos, tú ganas. —Sonrió. Luego miró por la ventana.
La lluvia prácticamente no les dejaba ver nada. El tiempo pasó, ellas en un profundo silencio. Al menos hasta que Yui decidió echar la cabeza hacia atrás y dormirse. La extraña posición que había adoptado le costó unos cuantos ronquidos, que se le pasaron cuando un bote del ferrocarril la despertó momentáneamente. Gruñó, bajó los pies del asiento y se colocó mejor, apoyando la cabeza en la ventana. Ayame quedó entonces en soledad, con el traqueteo mecánico de las vías y el repiqueo constante de la tormenta en el cristal. Allá al fondo podían verse los altos picos de la Cordillera Tsukima. Yukio estaba cerca de sus faldas, pero al cobijo de la nieve y la distancia, sus tejados de piedra y sus chimeneas humeantes eran, todavía, tan sólo un lejano recuerdo.
—Ahem.
»¡Ahem!
Un anodino hombre vestido con un uniforme aún más anodino aguardaba tras la puerta entreabierta. Cargaba un carro cargado hasta los topes de botellas de una bebida amarillenta.
»Perdónenme. Pertenezco a una empresa de bebidas y estamos promocionando una limonada natural. Los mejores limones del País de la Tierra. ¿Quieren probar? Es una muestra gratuita. —Le dedicó a Ayame una media sonrisa algo tímida y sin preguntar, dejó un par de botellas a ambos lados del vagón, en los asientos. Hizo una pequeña reverencia, cerró la puerta y echó a caminar, empujando su carrito.
Justo en ese momento, Yui profirió un tremendo ronquido que la sacó completamente del trance. Miró a ambos lados, luego a Ayame, con una mirada asesina, como queriendo asegurarse de que no hacía ningún comentario por haberse dado cuenta de que se había despertado a sí misma. Luego sus ojos se fijaron en la botella, que tomó con la mano.
—¿Limormenta? —Hizo una pedorreta con los labios—. Vaya mierda de nombre que le ponen a estas cosas últimamente. ¿Qué es, un refresco? —Yui desenroscó el tapón y dio dos buenos tragos—. Egh, sabe raro —comentó—. Es como un limón pasado por agua. Me recuerda a un suero que me tuve que tomar una vez cuando estuve cagando a chorros.
—Sí... sí. Me suena que sí. —No. Definitivamente no. Pero el problema de Ayame con los nombres y las escasas luces de Yui para los pormenores (es decir, lo que no conllevara una patada en la puerta y posiblemente en la boca) les jugaron una mala pasada—. Está bien, pues de incógnito que iremos, tú ganas. —Sonrió. Luego miró por la ventana.
La lluvia prácticamente no les dejaba ver nada. El tiempo pasó, ellas en un profundo silencio. Al menos hasta que Yui decidió echar la cabeza hacia atrás y dormirse. La extraña posición que había adoptado le costó unos cuantos ronquidos, que se le pasaron cuando un bote del ferrocarril la despertó momentáneamente. Gruñó, bajó los pies del asiento y se colocó mejor, apoyando la cabeza en la ventana. Ayame quedó entonces en soledad, con el traqueteo mecánico de las vías y el repiqueo constante de la tormenta en el cristal. Allá al fondo podían verse los altos picos de la Cordillera Tsukima. Yukio estaba cerca de sus faldas, pero al cobijo de la nieve y la distancia, sus tejados de piedra y sus chimeneas humeantes eran, todavía, tan sólo un lejano recuerdo.
—Ahem.
»¡Ahem!
Un anodino hombre vestido con un uniforme aún más anodino aguardaba tras la puerta entreabierta. Cargaba un carro cargado hasta los topes de botellas de una bebida amarillenta.
»Perdónenme. Pertenezco a una empresa de bebidas y estamos promocionando una limonada natural. Los mejores limones del País de la Tierra. ¿Quieren probar? Es una muestra gratuita. —Le dedicó a Ayame una media sonrisa algo tímida y sin preguntar, dejó un par de botellas a ambos lados del vagón, en los asientos. Hizo una pequeña reverencia, cerró la puerta y echó a caminar, empujando su carrito.
Justo en ese momento, Yui profirió un tremendo ronquido que la sacó completamente del trance. Miró a ambos lados, luego a Ayame, con una mirada asesina, como queriendo asegurarse de que no hacía ningún comentario por haberse dado cuenta de que se había despertado a sí misma. Luego sus ojos se fijaron en la botella, que tomó con la mano.
—¿Limormenta? —Hizo una pedorreta con los labios—. Vaya mierda de nombre que le ponen a estas cosas últimamente. ¿Qué es, un refresco? —Yui desenroscó el tapón y dio dos buenos tragos—. Egh, sabe raro —comentó—. Es como un limón pasado por agua. Me recuerda a un suero que me tuve que tomar una vez cuando estuve cagando a chorros.