30/04/2021, 22:26
—Sí... sí. Me suena que sí —meditó Yui, achinando los ojos mientras se acariciaba el mentón. Y ninguna de ellas se dio cuenta de que se habían juntado dos ingredientes en un cóctel demasiado peligroso para ambas. Tan peligrosos como que podían dar al traste con su misión: la escasa memoria de Ayame para los nombres como lo despistada que podía ser Yui en cuestiones como aquella—. Está bien, pues de incógnito que iremos, tú ganas.
Ayame contuvo un suspiro de alivio y, tal y como hizo Yui, hizo vagar su mirada por el paisaje que se atisbaba al otro lado de la ventana. Aunque poco había que ver, pues la constante cortina de agua empañaba el panorama. Sin embargo, como hipnotizada por el repiqueteo de la lluvia, pronto fueron los pensamientos de Ayame los que empezaron a divagar. Pensamientos difusos, que tenían más o menos que ver con la misión, pero que, en conjunto con el traqueteo del ferrocarril, la estaban empezando a arrullar como si de una nana se tratase. La Cordillera de Tsukima comenzaba a adivinarse a través de la lluvia: picos altos cubiertos por un misterioso a la par que bello manto de nieve gélida. Yukio debía encontrarse a su pie, con casitas mucho más cálidas y acogedoras que lo que podrían ser aquellos crueles picos.
—Ahem.
Ayame pegó una ligera cabezada justo en el momento en el que alguien reclamaba su atención en la entrada del compartimento. Ligeramente aturdida, sacudió la cabeza y se volvió hacia un hombre que no conocía y que arrastraba un carrito lleno de botellas con un contenido amarillento.
—No hemos pedido na... —comenzó a decir, pero enseguida se vio interrumpida.
—Perdónenme. Pertenezco a una empresa de bebidas y estamos promocionando una limonada natural. Los mejores limones del País de la Tierra. ¿Quieren probar? Es una muestra gratuita.
Pero ni siquiera les dio tiempo a responder. Dejó un par de botellas sobre los asientos y, tras una pequeña reverencia, cerró la puerta y siguió su camino.
«¿Qué clase de empresa hace publicidad de su producto sin tan siquiera mencionar su nombre?» Se preguntó Ayame, torciendo el gesto, mientras tomaba una de las botellas y la inspeccionaba con cuidado, buscando cualquier indicio en la etiqueta de que pudieran contener alcohol.
Justo entonces Yui profirió un sonoro ronquido que le hizo dar un respingo y la despertó en el proceso. Bajo la escrutadora y acusadora mirada de Yui, Ayame fingió no haberse dado cuenta de ello, aunque era más que evidente que era algo imposible.
—¿Limormenta? —comentó Yui, súbitamente interesada por el regalo. Hizo una pedorreta con los labios—. Vaya mierda de nombre que le ponen a estas cosas últimamente. ¿Qué es, un refresco?
—Eso parece. Aunque espero que no sepa a menta, con ese nombre —bromeó, mientras Yui desenroscaba el tapón y le daba dos buenos tragos.
—Egh, sabe raro —comentó—. Es como un limón pasado por agua. Me recuerda a un suero que me tuve que tomar una vez cuando estuve cagando a chorros.
En aquella ocasión, Ayame no pudo disimular el gesto de asco que se dibujó en su cara. Quizás en un intento por esconderse, desenroscó su propia botella y le dio un pequeño sorbo, tanteando su sabor. Cualquiera que le conociera mínimamente sabía a la perfección lo especialita que podía ser para las bebidas.
—Por cierto, ¿desde cuando son famosos los limones del País de la Tierra? Es la primera noticia que tengo.
Ayame contuvo un suspiro de alivio y, tal y como hizo Yui, hizo vagar su mirada por el paisaje que se atisbaba al otro lado de la ventana. Aunque poco había que ver, pues la constante cortina de agua empañaba el panorama. Sin embargo, como hipnotizada por el repiqueteo de la lluvia, pronto fueron los pensamientos de Ayame los que empezaron a divagar. Pensamientos difusos, que tenían más o menos que ver con la misión, pero que, en conjunto con el traqueteo del ferrocarril, la estaban empezando a arrullar como si de una nana se tratase. La Cordillera de Tsukima comenzaba a adivinarse a través de la lluvia: picos altos cubiertos por un misterioso a la par que bello manto de nieve gélida. Yukio debía encontrarse a su pie, con casitas mucho más cálidas y acogedoras que lo que podrían ser aquellos crueles picos.
—Ahem.
Ayame pegó una ligera cabezada justo en el momento en el que alguien reclamaba su atención en la entrada del compartimento. Ligeramente aturdida, sacudió la cabeza y se volvió hacia un hombre que no conocía y que arrastraba un carrito lleno de botellas con un contenido amarillento.
—No hemos pedido na... —comenzó a decir, pero enseguida se vio interrumpida.
—Perdónenme. Pertenezco a una empresa de bebidas y estamos promocionando una limonada natural. Los mejores limones del País de la Tierra. ¿Quieren probar? Es una muestra gratuita.
Pero ni siquiera les dio tiempo a responder. Dejó un par de botellas sobre los asientos y, tras una pequeña reverencia, cerró la puerta y siguió su camino.
«¿Qué clase de empresa hace publicidad de su producto sin tan siquiera mencionar su nombre?» Se preguntó Ayame, torciendo el gesto, mientras tomaba una de las botellas y la inspeccionaba con cuidado, buscando cualquier indicio en la etiqueta de que pudieran contener alcohol.
Justo entonces Yui profirió un sonoro ronquido que le hizo dar un respingo y la despertó en el proceso. Bajo la escrutadora y acusadora mirada de Yui, Ayame fingió no haberse dado cuenta de ello, aunque era más que evidente que era algo imposible.
—¿Limormenta? —comentó Yui, súbitamente interesada por el regalo. Hizo una pedorreta con los labios—. Vaya mierda de nombre que le ponen a estas cosas últimamente. ¿Qué es, un refresco?
—Eso parece. Aunque espero que no sepa a menta, con ese nombre —bromeó, mientras Yui desenroscaba el tapón y le daba dos buenos tragos.
—Egh, sabe raro —comentó—. Es como un limón pasado por agua. Me recuerda a un suero que me tuve que tomar una vez cuando estuve cagando a chorros.
En aquella ocasión, Ayame no pudo disimular el gesto de asco que se dibujó en su cara. Quizás en un intento por esconderse, desenroscó su propia botella y le dio un pequeño sorbo, tanteando su sabor. Cualquiera que le conociera mínimamente sabía a la perfección lo especialita que podía ser para las bebidas.
—Por cierto, ¿desde cuando son famosos los limones del País de la Tierra? Es la primera noticia que tengo.