6/05/2021, 14:54
Ayame recobró la consciencia de la misma manera en la que alguien hubiera despertado si se le arrojase un jarro de agua encima. Estaba en una sala oscura, sólo iluminada por la luz parpadeante de un tubo de fluorescente cuyo compañero había muerto ya hacía mucho tiempo. Si trataba de moverse, comprobaría de inmediato que tenía las manos atadas a la espalda. Si trataba de zafarse, no podría hacerlo. Esposas supresoras, el viejo truco.
Estaba sentada en una silla de madera, amordazada, atada de pies y manos junto a Yui, en otra silla, todavía profundamente dormida. El silencio era abrumador: no se oía ni el zumbar de una mosca. Tan solo el maldito fluorescente, parpadeando.
Era suficiente como para poner de los nervios a cualquiera.
Pero Ayame no estaba a solas con Yui. Había algo en su fuero interno que trataba de advertirla de un peligro inminente. Entonces su embotado cerebro comenzaría a advertirle, o más bien a dejarle escuchar... escuchar la voz de Kokuō, que había visto todo, que sabía dónde estaba: en Yukio. Que sabía quién estaba allí, no muy lejos:
Kurama.
Estaba sentada en una silla de madera, amordazada, atada de pies y manos junto a Yui, en otra silla, todavía profundamente dormida. El silencio era abrumador: no se oía ni el zumbar de una mosca. Tan solo el maldito fluorescente, parpadeando.
Era suficiente como para poner de los nervios a cualquiera.
Pero Ayame no estaba a solas con Yui. Había algo en su fuero interno que trataba de advertirla de un peligro inminente. Entonces su embotado cerebro comenzaría a advertirle, o más bien a dejarle escuchar... escuchar la voz de Kokuō, que había visto todo, que sabía dónde estaba: en Yukio. Que sabía quién estaba allí, no muy lejos:
Kurama.
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