...un frío familiar, sí. Pero cuando miró y vio aquellos ojos rojos con rendijas negras, cuando vio aquella sonrisa tétrica que no pertenecía a su cuerpo, cuando vio su pálida piel y su cabello negro como el carbón, Ayame supo que estaba en aprietos. Ayame perdió cualquier esperanza de que Kōri hubiese venido en su rescate.
Kuroyuki, no: Kurama, la miró con sorna.
—Vaya, una rata intentando escapar. Qué triste. —Negó con la cabeza, y se acercó lentamente a Yui, la reina durmiente del País de la Tormenta. Pasó un brazo por detrás de sus hombros, como queriendo abrazarla, e hizo un extraño sello con una mano. Con un curioso sonido crepitante, el aire alrededor de su mano se cristalizó en una larga uchigatana de un extraño color entre el negro, el púrpura y el azul Kurama giró la vista hacia Ayame—. No me gusta hablar con gente que está tirada en el suelo, incluso si son mis prisioneros. Trato a la gente con algo de deferencia, por favor. ¡Qué menos!
»Ahora has puesto las cosas más difíciles para ti misma, Aotsuki Ayame. Trata de levantarte y volverte a poner en tu sitio. Vamos, estoy esperando. Si no lo consigues... bueno, lo interpretaré como una falta de respeto y le cortaré el cuello a tu Señora Feudal. —Hizo una pausa, mirando al techo, como intentando recordar—. Ah, es verdad. La última en la línea sucesoria, ¿no? ¡Qué interesante sería ver qué pasaría con el trono de la Tormenta! ¡Ohhh, quizás incluso me beneficie matarla! ¡Una guerra de sucesión, qué gran oportunidad para extender mis dominios hacia el sur!
Volvió a mirar a Ayame.
»Pero quién sabe, quizás me sienta generoso. Vamos, levántate, vasija.
Kuroyuki, no: Kurama, la miró con sorna.
—Vaya, una rata intentando escapar. Qué triste. —Negó con la cabeza, y se acercó lentamente a Yui, la reina durmiente del País de la Tormenta. Pasó un brazo por detrás de sus hombros, como queriendo abrazarla, e hizo un extraño sello con una mano. Con un curioso sonido crepitante, el aire alrededor de su mano se cristalizó en una larga uchigatana de un extraño color entre el negro, el púrpura y el azul Kurama giró la vista hacia Ayame—. No me gusta hablar con gente que está tirada en el suelo, incluso si son mis prisioneros. Trato a la gente con algo de deferencia, por favor. ¡Qué menos!
»Ahora has puesto las cosas más difíciles para ti misma, Aotsuki Ayame. Trata de levantarte y volverte a poner en tu sitio. Vamos, estoy esperando. Si no lo consigues... bueno, lo interpretaré como una falta de respeto y le cortaré el cuello a tu Señora Feudal. —Hizo una pausa, mirando al techo, como intentando recordar—. Ah, es verdad. La última en la línea sucesoria, ¿no? ¡Qué interesante sería ver qué pasaría con el trono de la Tormenta! ¡Ohhh, quizás incluso me beneficie matarla! ¡Una guerra de sucesión, qué gran oportunidad para extender mis dominios hacia el sur!
Volvió a mirar a Ayame.
»Pero quién sabe, quizás me sienta generoso. Vamos, levántate, vasija.