10/05/2021, 12:03
Torpemente, Ayame trató de levantarse. Pero solo consiguió darse un tremendo golpe en la cabeza. Se le emborronó la vista.
—Lástima. —Kurama deslizó el filo de la katana de hielo de parte a parte y con la hoja en firme contacto contra el cuello de Amekoro Yui...
Era un día extraordinariamente frío en Yukio. Dos hombres, embutidos de blanco hasta las orejas. se frotaban las manos mientras paseaban por una de las céntricas calles de la ciudad.
—¿A quién se le ocurre? —dijo uno de ellos—. En Amegakure deben de tener unos estrategas pésimos. ¿Enviar a la Señora Feudal y a la Carcelera a la boca del lobo? Estúpidos...
—No tengo claro que haya sido cuestión de estrategia —declaró el otro—. Esa mujer está loca. ¿Recuerdas que te dije que fui de Amegakure antes de unirme a Kurama-sama? Un día me colgó de un pie desde una puta torre durante una hora.
El otro rió.
—¿Qué hiciste?
—Romper su jarrón favorito. —El hombre negó con la cabeza—. En comparación con ella, los arranques de ira del Emperador son muchísimo más justos.
—¡A mí me invitó a cenar después de que casi me descubrieran en una misión! —exclamó su compañero con alegría—. Me estuvo dando un sermón que te cagas durante la cena, pero el caso es que fue un detalle que no me esperaba.
—El Señor Kurama es generoso y paciente, pero firme. Todo lo que necesita un líder. No me extraña que haya conseguido reclutar a tal ejército.
—¿Cuánto crees que saben las Aldeas sobre nosotros? ¿Crees que se esperan la que se les viene?
—¡Ja! —rio el otro—. Ni se las ven venir. Pero como Kurama-sama dice siempre, tenemos que ir pasito a pasito. No hay que subestimarlos. Nunca hay que subestimarlos.
»El Emperador sabe lo que hace. No da puntada sin hilo. Confiemos en él.
—Sí, si yo confío, ¿pero no crees que está un poco obsesionado con los otros Dioses?
—Sin duda, lo de Kokuō y Shukaku le afecta, y mucho. ¿Y a quién no?
La hoja estaba limpia. El suelo estaba limpio. El cuello de Amekoro Yui... intacto. Kurama miró a Ayame a los ojos, y deslizó lo que debía haber sido el filo por su propia garganta. La espada no cortó: estaba roma.
—Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Así que considera con cuidado nuestra propuesta, Carcelera. —espetó. Su sonrisa fue desvaneciéndose poco a poco. La espada se derritió y cayó al suelo, licuándose. Los ojos de la mujer volvieron a un color negro como dos pozos.
Kuroyuki suspiró, casi aliviada, y se acercó lentamente a Ayame. Se agachó a su lado, y empujando con fuerza, consiguió levantar la silla y colocarla bien, al lado de la de Yui. Rodeó a la Hōzuki y sujetó su mordaza por la parte del nudo. Ayame sintió la presión en su boca.
—Ahora, si no te importa, tú y yo vamos a hablar, de manera relajada —dijo, tratando de transmitir algo de tranquilidad—. No os va a pasar nada, ni a ti ni a la Señora Feudal. Pero solo si colaboras, empezando por no gritar, no armar un espectáculo, ni patalear. Ni insultar. ¿Está todo claro? Asiente con la cabeza y te quitaré esta mordaza. Rebélate y me llevaré a Amekoro Yui, apagaré las luces y cerraré la puerta con llave unas horas para que te relajes.
—Lástima. —Kurama deslizó el filo de la katana de hielo de parte a parte y con la hoja en firme contacto contra el cuello de Amekoro Yui...
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Era un día extraordinariamente frío en Yukio. Dos hombres, embutidos de blanco hasta las orejas. se frotaban las manos mientras paseaban por una de las céntricas calles de la ciudad.
—¿A quién se le ocurre? —dijo uno de ellos—. En Amegakure deben de tener unos estrategas pésimos. ¿Enviar a la Señora Feudal y a la Carcelera a la boca del lobo? Estúpidos...
—No tengo claro que haya sido cuestión de estrategia —declaró el otro—. Esa mujer está loca. ¿Recuerdas que te dije que fui de Amegakure antes de unirme a Kurama-sama? Un día me colgó de un pie desde una puta torre durante una hora.
El otro rió.
—¿Qué hiciste?
—Romper su jarrón favorito. —El hombre negó con la cabeza—. En comparación con ella, los arranques de ira del Emperador son muchísimo más justos.
—¡A mí me invitó a cenar después de que casi me descubrieran en una misión! —exclamó su compañero con alegría—. Me estuvo dando un sermón que te cagas durante la cena, pero el caso es que fue un detalle que no me esperaba.
—El Señor Kurama es generoso y paciente, pero firme. Todo lo que necesita un líder. No me extraña que haya conseguido reclutar a tal ejército.
—¿Cuánto crees que saben las Aldeas sobre nosotros? ¿Crees que se esperan la que se les viene?
—¡Ja! —rio el otro—. Ni se las ven venir. Pero como Kurama-sama dice siempre, tenemos que ir pasito a pasito. No hay que subestimarlos. Nunca hay que subestimarlos.
»El Emperador sabe lo que hace. No da puntada sin hilo. Confiemos en él.
—Sí, si yo confío, ¿pero no crees que está un poco obsesionado con los otros Dioses?
—Sin duda, lo de Kokuō y Shukaku le afecta, y mucho. ¿Y a quién no?
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La hoja estaba limpia. El suelo estaba limpio. El cuello de Amekoro Yui... intacto. Kurama miró a Ayame a los ojos, y deslizó lo que debía haber sido el filo por su propia garganta. La espada no cortó: estaba roma.
—Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo. Así que considera con cuidado nuestra propuesta, Carcelera. —espetó. Su sonrisa fue desvaneciéndose poco a poco. La espada se derritió y cayó al suelo, licuándose. Los ojos de la mujer volvieron a un color negro como dos pozos.
Kuroyuki suspiró, casi aliviada, y se acercó lentamente a Ayame. Se agachó a su lado, y empujando con fuerza, consiguió levantar la silla y colocarla bien, al lado de la de Yui. Rodeó a la Hōzuki y sujetó su mordaza por la parte del nudo. Ayame sintió la presión en su boca.
—Ahora, si no te importa, tú y yo vamos a hablar, de manera relajada —dijo, tratando de transmitir algo de tranquilidad—. No os va a pasar nada, ni a ti ni a la Señora Feudal. Pero solo si colaboras, empezando por no gritar, no armar un espectáculo, ni patalear. Ni insultar. ¿Está todo claro? Asiente con la cabeza y te quitaré esta mordaza. Rebélate y me llevaré a Amekoro Yui, apagaré las luces y cerraré la puerta con llave unas horas para que te relajes.