18/01/2016, 01:09
(Última modificación: 18/01/2016, 01:10 por Aotsuki Ayame.)
—No falta mucho para eso —aseguró Datsue, mirando al cielo encapotado. De todas formas, la tormenta se había encargado de cubrir cualquier haz proveniente del sol, facilitando su propósito en el pueblo—. Escucha, creo que ya sé qué haremos.
Ayame ladeó la cabeza hacia Datsue. El chico pareció meditar durante unos instantes, pero finalmente se agachó, tomó una ramita y dibujó una línea recta sobre el barro. Completamente empapado, la tierra constituía la perfecta pizarra para trazar planes.
—Primero, me conducirás a la posada de la que me hablabas y buscaremos a Tormenta —dijo, formando un círculo al final de la línea—. ¿Recuerdas si la posada tenía alguna especia de cuadra o caballeriza? —añadió, haciendo otro pequeño círculo al lado del primero.
Ayame se lo pensó durante unos instantes, antes de responder.
—No recuerdo haber llegado a verla, pero sí escuché el relincho de algún caballo durante la noche que pasé allí.
—Si es así, intentaremos rescatarla sin que nadie nos vea… —continuó, señalando con la ramita el círculo pequeño—. Si no podemos acceder a ella, entraremos en la taberna —La rama pasó a agujerear el interior de la circunferencia mayor—. Recolectaremos información y trazaremos un nuevo plan —Datsue levantó la mirada y sonrió, orgulloso de sí mismo—. Parezco todo un ninja, ¿eh?
Ayame le devolvió una sonrisa nerviosa.
—Sí, es un buen plan —le concedió—. Pero para que no nos reconozcan tendremos que disfr...
—Ah, y yo sí sé disfrazarme. De hecho, me sorprende que no sepas hacerlo, siendo una kunoichi… —dijo con un cierto tono irónico, y Ayame se ruborizó visiblemente, herida en su orgullo. Para la completa estupefacción de la muchacha, su acompañante comenzó a entrelazar las manos en una serie de gestos que ella conocía muy bien—. ¡Perro, jabalí, carnero! —exclamó, Datuse.
En cualquier momento podría haber pensado que le estaba tomando el pelo. En cualquier otro momento podría haber imaginado que estaba reproduciendo los sellos que debía de haber visto hacer a algún ninja en algún momento. Sin embargo, sus manos se habían movido sin vacilar, con la certeza de quien lo ha hecho cientos de veces. Y efectivamente, cuando terminó, una nube de humo envolvió el cuerpo del muchacho. Para cuando aquella se desvaneció, no era Datsue quien la miraba con aquellos ojos cargados de picardía. O, al menos, no parecía él. En su lugar se encontraba un hombre de apariencia intimidante, barba densa y oscura y cabello largo y seco como la paja, recogido en una serie de trenzas.
—¿Qué tal? —preguntó, con una voz más grave y profunda—. ¿Me ha salido bien?
Pero Ayame no respondió enseguida. Se había quedado boquiabierta ante la revelación. Y poco le faltó para caerse de culo al suelo.
—Eres... ¡Eres un ninja! —exclamó al final, señalándole de manera acusadora. ¡Con razón había podido aguantar aquella locura de carrera durante tanto tiempo!—. ¿Por qué no habías dicho nada hasta ahora?
Ayame ladeó la cabeza hacia Datsue. El chico pareció meditar durante unos instantes, pero finalmente se agachó, tomó una ramita y dibujó una línea recta sobre el barro. Completamente empapado, la tierra constituía la perfecta pizarra para trazar planes.
—Primero, me conducirás a la posada de la que me hablabas y buscaremos a Tormenta —dijo, formando un círculo al final de la línea—. ¿Recuerdas si la posada tenía alguna especia de cuadra o caballeriza? —añadió, haciendo otro pequeño círculo al lado del primero.
Ayame se lo pensó durante unos instantes, antes de responder.
—No recuerdo haber llegado a verla, pero sí escuché el relincho de algún caballo durante la noche que pasé allí.
—Si es así, intentaremos rescatarla sin que nadie nos vea… —continuó, señalando con la ramita el círculo pequeño—. Si no podemos acceder a ella, entraremos en la taberna —La rama pasó a agujerear el interior de la circunferencia mayor—. Recolectaremos información y trazaremos un nuevo plan —Datsue levantó la mirada y sonrió, orgulloso de sí mismo—. Parezco todo un ninja, ¿eh?
Ayame le devolvió una sonrisa nerviosa.
—Sí, es un buen plan —le concedió—. Pero para que no nos reconozcan tendremos que disfr...
—Ah, y yo sí sé disfrazarme. De hecho, me sorprende que no sepas hacerlo, siendo una kunoichi… —dijo con un cierto tono irónico, y Ayame se ruborizó visiblemente, herida en su orgullo. Para la completa estupefacción de la muchacha, su acompañante comenzó a entrelazar las manos en una serie de gestos que ella conocía muy bien—. ¡Perro, jabalí, carnero! —exclamó, Datuse.
En cualquier momento podría haber pensado que le estaba tomando el pelo. En cualquier otro momento podría haber imaginado que estaba reproduciendo los sellos que debía de haber visto hacer a algún ninja en algún momento. Sin embargo, sus manos se habían movido sin vacilar, con la certeza de quien lo ha hecho cientos de veces. Y efectivamente, cuando terminó, una nube de humo envolvió el cuerpo del muchacho. Para cuando aquella se desvaneció, no era Datsue quien la miraba con aquellos ojos cargados de picardía. O, al menos, no parecía él. En su lugar se encontraba un hombre de apariencia intimidante, barba densa y oscura y cabello largo y seco como la paja, recogido en una serie de trenzas.
—¿Qué tal? —preguntó, con una voz más grave y profunda—. ¿Me ha salido bien?
Pero Ayame no respondió enseguida. Se había quedado boquiabierta ante la revelación. Y poco le faltó para caerse de culo al suelo.
—Eres... ¡Eres un ninja! —exclamó al final, señalándole de manera acusadora. ¡Con razón había podido aguantar aquella locura de carrera durante tanto tiempo!—. ¿Por qué no habías dicho nada hasta ahora?