16/05/2021, 18:45
El rostro de Kuroyuki se fue volviendo más sombrío a medida que Ayame hablaba y hablaba. Sus iris y sus pupilas se transformaban de vez en cuando, del negro al rojo con aquellas rendijas amenazadoras. Pero si Ayame hubiese juzgado cual de los dos rostros estaba más enfadado, no habría encontrado diferencia alguna. Finalmente, el rojo imperó sobre el negro, y Kurama, en el cuerpo de Kuroyuki, se levantó de la silla, estampándola contra la pared de atrás. Una solitaria pata se desmontó e hizo volcar el asiento. Rodó hasta los pies de Ayame.
—¡Insolente ser inferior! —bramó—. ¡Los bijū estamos destinados a gobernar a los humanos! ¡No os es tan difícil aceptar la herencia de los Señores Feudales! ¿¡Verdad!? ¿¡Qué puta diferencia hay, eh!? —Kurama abofeteó a Ayame tan fuerte que volvió a tumbarla en el suelo—. ¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre! ¿¡Quién tiene más derecho de sangre que los HIJOS de Rikudō!? —Kurama abrió la palma de la mano. Ayame vio como la apuntaba hacia la cabeza de Yui—. Desafortunadamente para ti, Ayame, ¡también trato a mis enemigos de la misma forma que vosotros a los vuestros! Oh, y para vosotras reservaré un trato especial, no os preocupéis. No será tan rápido como con ella.
Una mezcla de energía blanca y negra comenzó a acumularse cerca de la mano de Kuroyuki, emitiendo un sonido terrorífico. Un sonido que Ayame conocía muy bien. El bijū señaló con el dedo índice de la otra mano a la cara de Ayame. No, más allá.
»¡Y tú, Kokuō, eres una traidora! ¡Todos sois unos putos traidores! ¡El gran mal que acecharía a Oonindo era este sistema de mierda de señores, aldeas y shinobi! ¡Ya casi se extinguen una vez, manipulándonos, haciéndonos luchar entre nosotros! ¡Y lo van a volver a hacer! ¡LO ESTÁN VOLVIENDO A HACER! ¡Padre dijo que tendríamos que colaborar con los humanos, pero no dijo que tendríamos que apoyarlos en todas sus demencias! ¡En la repetición de sus mayores errores! ¡¡Nosotros somos una especie superior, Kokuō!! ¡¡Nosotros seremos sus líderes, los faros que les guiarán hacia un nuevo mundo!! ¡¡Uno mejor!!
»Quería que lo hiciéramos juntos. Pero si no vais a ayudarme, tendré que hacerlo solo.
—Kurama. ¿No hace demasiado frí...?
A Ayame la invadió una sensación de frío terrible justo en el instante en el que Kurama disparó su bijūdama-láser hacia Yui. Toda la estancia se cristalizó, como si la misma humedad del ambiente se hubiese transformado en hielo, que hizo contacto con su mejilla. Ardía. Dolía. Una fuerza de impacto brutal había entonces empujado al dúo Emperador-General hacia el fondo de la habitación, junto a la puerta, totalmente congelada, y un buen cristal helado. El láser se abrió paso a través del cemento y horadó un túnel, que atravesó Kuroyuki. Trató de levantarse, pero la nieve le cayó encima, sepultándola.
Toda la estancia se había llenado de luz, y ahora Ayame no veía nada. El ruido finalmente acabó por despertar a Yui, que había caído también de la silla y ahora gimoteaba algo inintelegible. Y entonces los oyó.
—¡¡Suelta a mi hija, monstruo!!
Una voz al lado de Ayame, una voz familiar, fría pero cálida, se preocupó por ella mientras la levantaba del suelo y cortaba las cuerdas que sujetaban sus piernas.
—Ayame, estamos aquí. ¿Estás bien? —Kōri congeló las esposas y las partió con un golpe seco de kunai.
—La próxima vez, consúltelo primero, Señora Yui. —Zetsuo se acercó a Yui, con una mezcla entre la más absoluta disconformidad con su existencia y el más absoluto respeto. Con sus propias manos, trituró la cadena que mantenía sus muñecas atadas gracias al Okashō. Luego cortó las cuerdas—. Nos vamos. Toda la ciudad está controlada por el Kyūbi.
—¡Insolente ser inferior! —bramó—. ¡Los bijū estamos destinados a gobernar a los humanos! ¡No os es tan difícil aceptar la herencia de los Señores Feudales! ¿¡Verdad!? ¿¡Qué puta diferencia hay, eh!? —Kurama abofeteó a Ayame tan fuerte que volvió a tumbarla en el suelo—. ¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre! ¿¡Quién tiene más derecho de sangre que los HIJOS de Rikudō!? —Kurama abrió la palma de la mano. Ayame vio como la apuntaba hacia la cabeza de Yui—. Desafortunadamente para ti, Ayame, ¡también trato a mis enemigos de la misma forma que vosotros a los vuestros! Oh, y para vosotras reservaré un trato especial, no os preocupéis. No será tan rápido como con ella.
Una mezcla de energía blanca y negra comenzó a acumularse cerca de la mano de Kuroyuki, emitiendo un sonido terrorífico. Un sonido que Ayame conocía muy bien. El bijū señaló con el dedo índice de la otra mano a la cara de Ayame. No, más allá.
»¡Y tú, Kokuō, eres una traidora! ¡Todos sois unos putos traidores! ¡El gran mal que acecharía a Oonindo era este sistema de mierda de señores, aldeas y shinobi! ¡Ya casi se extinguen una vez, manipulándonos, haciéndonos luchar entre nosotros! ¡Y lo van a volver a hacer! ¡LO ESTÁN VOLVIENDO A HACER! ¡Padre dijo que tendríamos que colaborar con los humanos, pero no dijo que tendríamos que apoyarlos en todas sus demencias! ¡En la repetición de sus mayores errores! ¡¡Nosotros somos una especie superior, Kokuō!! ¡¡Nosotros seremos sus líderes, los faros que les guiarán hacia un nuevo mundo!! ¡¡Uno mejor!!
»Quería que lo hiciéramos juntos. Pero si no vais a ayudarme, tendré que hacerlo solo.
—Kurama. ¿No hace demasiado frí...?
¡¡CRRRRRSSSSSSSSSSS
HHHHHHH-ZBOOM!!
¡¡BAAAAAOOOOUMMMM!!
HHHHHHH-ZBOOM!!
¡¡BAAAAAOOOOUMMMM!!
A Ayame la invadió una sensación de frío terrible justo en el instante en el que Kurama disparó su bijūdama-láser hacia Yui. Toda la estancia se cristalizó, como si la misma humedad del ambiente se hubiese transformado en hielo, que hizo contacto con su mejilla. Ardía. Dolía. Una fuerza de impacto brutal había entonces empujado al dúo Emperador-General hacia el fondo de la habitación, junto a la puerta, totalmente congelada, y un buen cristal helado. El láser se abrió paso a través del cemento y horadó un túnel, que atravesó Kuroyuki. Trató de levantarse, pero la nieve le cayó encima, sepultándola.
Toda la estancia se había llenado de luz, y ahora Ayame no veía nada. El ruido finalmente acabó por despertar a Yui, que había caído también de la silla y ahora gimoteaba algo inintelegible. Y entonces los oyó.
—¡¡Suelta a mi hija, monstruo!!
Una voz al lado de Ayame, una voz familiar, fría pero cálida, se preocupó por ella mientras la levantaba del suelo y cortaba las cuerdas que sujetaban sus piernas.
—Ayame, estamos aquí. ¿Estás bien? —Kōri congeló las esposas y las partió con un golpe seco de kunai.
—La próxima vez, consúltelo primero, Señora Yui. —Zetsuo se acercó a Yui, con una mezcla entre la más absoluta disconformidad con su existencia y el más absoluto respeto. Con sus propias manos, trituró la cadena que mantenía sus muñecas atadas gracias al Okashō. Luego cortó las cuerdas—. Nos vamos. Toda la ciudad está controlada por el Kyūbi.
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