22/05/2021, 16:24
Que la guillotina estaba sobre su cabeza y Kuroyuki estaba a punto de soltar la cuerda, era algo que Ayame ya sabía desde que empezó a pronunciar la primera palabra. Pero el saberlo no lo hizo menos escalofriante, a medida que el rostro de su captora se tornaba más oscuro y sus ojos titilaban periódicamente del negro al rojo de la sangre. Aquella sucesión de colores terminó finalmente en el rojo, y Kurama, de nuevo invadiendo el cuerpo de Kuroyuki, se levantó de golpe. De la fuerza empleada, la silla en la que había estado sentado terminó estampándose contra la pared de atrás, y una solitaria pata, amputada con violencia, terminó rodando hasta los pies de Ayame. Como pronto haría su cabeza.
—¡Insolente ser inferior! —bramó, estallando de ira—. ¡Los bijū estamos destinados a gobernar a los humanos! ¡No os es tan difícil aceptar la herencia de los Señores Feudales! ¿¡Verdad!? ¿¡Qué puta diferencia hay, eh!?
Fue como un latigazo. La mano de Kurama se estampó con tanta fuerza en la mejilla de Ayame, que esta terminó cayendo de nuevo al suelo con un gemido de dolor. Un dolor que se vio incrementado cuando su cuerpo volvió a dar con las duras losas de piedra, reverberando desde su hombro ya magullado hasta el resto de su cuerpo. A Ayame le habría gustado decir que fue valiente, que aguantó con todo el estoicismo que fue capaz de reunir... pero ella no era así, y estaba muerta de miedo. Terminó temblando hecha un ovillo, todo lo encogida que las cuerdas le permitían, y lloró. Claro que lloró.
—¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre! ¿¡Quién tiene más derecho de sangre que los HIJOS de Rikudō!?
Kurama abrió la palma de la mano, apuntando directamente a la cabeza de Yui. Y Ayame supo lo que vendría a continuación. Se mordió el labio, llena de impotencia. Ni siquiera iba a poder defender a su líder, ¿qué tipo de kunoichi era?
—Desafortunadamente para ti, Ayame, ¡también trato a mis enemigos de la misma forma que vosotros a los vuestros! Oh, y para vosotras reservaré un trato especial, no os preocupéis. No será tan rápido como con ella.
«No... por favor...»
Un silbido supersónico resonó en sus oídos cuando pequeñas gotas de energía de color blanca y negra comenzaron a acumularse cerca de su mano. Ayame sintió que se le ponían los pelos de punta, y todo su ser reaccionó de forma instintiva. Tenía que detenerlo. Tenía que salvar a Yui.
No... Tenía que huir de allí...
—¡Y tú, Kokuō, eres una traidora! —agregó Kurama, señalando a Ayame con su mano libre. Aunque su dedo iba mucho más allá, hacia el mismo núcleo de su esencia—. ¡Todos sois unos putos traidores! ¡El gran mal que acecharía a Oonindo era este sistema de mierda de señores, aldeas y shinobi! ¡Ya casi se extinguen una vez, manipulándonos, haciéndonos luchar entre nosotros! ¡Y lo van a volver a hacer! ¡LO ESTÁN VOLVIENDO A HACER! ¡Padre dijo que tendríamos que colaborar con los humanos, pero no dijo que tendríamos que apoyarlos en todas sus demencias! ¡En la repetición de sus mayores errores! ¡¡Nosotros somos una especie superior, Kokuō!! ¡¡Nosotros seremos sus líderes, los faros que les guiarán hacia un nuevo mundo!! ¡¡Uno mejor!! Quería que lo hiciéramos juntos. Pero si no vais a ayudarme, tendré que hacerlo solo.
—Kurama. ¿No hace demasiado frí...? —comenzó a pronunciar Kuroyuki, pero fue incapaz de completar la frase.
Y lo que pasó a continuación ocurrió tan rápido que Ayame apenas tuvo tiempo de procesarlo. Se vio obligada a cerrar los ojos cuando toda la estancia se iluminó de forma cegadora en el momento en el que Kurama ejecutó la sentencia y lanzó la bijūdama. El silbido taladró sus oídos y eclipsó su última súplica en forma de grito. Pero entonces sintió un frío atroz que estremeció su cuerpo de arriba a abajo y un brutal impacto, como si un gigante estuviese aplastando los calabozos, hizo temblar el suelo bajo su cuerpo.
Y una voz familiar revivió su corazón, haciéndolo latir de forma alocada:
—¡¡Suelta a mi hija, monstruo!!
«No... No puede ser... No deberíais estar aquí...»
Alguien la levantó del suelo con delicadeza, pero a través de sus ojos aún cegados sólo vio una silueta blanca como la nieve que cortaba las cuerdas que aprisionaban sus piernas.
«Vosotros deberíais estar a salvo en Amegakure...» Las lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Ayame, estamos aquí. ¿Estás bien? —Le preguntó la voz monótona de Kōri, mientras partía las esposas supresoras de chakra después de congelarlas. Aún tan fría como siempre, jamás le había parecido tan cálida.
Ella asintió débilmente, sin palabras. Pero en realidad no lo estaba. Todo su ser gritaba de dolor y de miedo. La amenaza de Kurama aún reverberaba en su mente:
Y ahora Kurama sabía quién era su padre y su hermano.
Yui apareció entonces en su rango de visión. Parecía estar sana y salva, en perfectas condiciones, y discutía algo que no llegó a entender con su padre.
—¿Qué me he perdido? ¿Y el zorro? —preguntó entonces.
Y Ayame, de vuelta en el presente, registró la estancia con sus ojos. ¿Qué había pasado? Sólo alcanzaba a ver escombros, más escombros y un deslizamiento de nieve.
—N... no lo sé... —murmuró, con un hilo de voz—. Pero deberíamos salir de aquí cuanto antes...
Antes de que Kuroyuki volviera, porque sabía que volvería; o antes de que los encontraran el ejército de Kurama. U otro de sus Generales.
Porque en el momento en el que los encontraran, ya no habría hueco para negociaciones, chantajes o sobornos. Ya no habría más propuestas. Ayame había perdido la oportunidad con su rotunda respuesta.
La próxima vez que la encontraran, sólo cabría la muerte.
—¡Insolente ser inferior! —bramó, estallando de ira—. ¡Los bijū estamos destinados a gobernar a los humanos! ¡No os es tan difícil aceptar la herencia de los Señores Feudales! ¿¡Verdad!? ¿¡Qué puta diferencia hay, eh!?
Fue como un latigazo. La mano de Kurama se estampó con tanta fuerza en la mejilla de Ayame, que esta terminó cayendo de nuevo al suelo con un gemido de dolor. Un dolor que se vio incrementado cuando su cuerpo volvió a dar con las duras losas de piedra, reverberando desde su hombro ya magullado hasta el resto de su cuerpo. A Ayame le habría gustado decir que fue valiente, que aguantó con todo el estoicismo que fue capaz de reunir... pero ella no era así, y estaba muerta de miedo. Terminó temblando hecha un ovillo, todo lo encogida que las cuerdas le permitían, y lloró. Claro que lloró.
—¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre! ¿¡Quién tiene más derecho de sangre que los HIJOS de Rikudō!?
Kurama abrió la palma de la mano, apuntando directamente a la cabeza de Yui. Y Ayame supo lo que vendría a continuación. Se mordió el labio, llena de impotencia. Ni siquiera iba a poder defender a su líder, ¿qué tipo de kunoichi era?
—Desafortunadamente para ti, Ayame, ¡también trato a mis enemigos de la misma forma que vosotros a los vuestros! Oh, y para vosotras reservaré un trato especial, no os preocupéis. No será tan rápido como con ella.
«No... por favor...»
Un silbido supersónico resonó en sus oídos cuando pequeñas gotas de energía de color blanca y negra comenzaron a acumularse cerca de su mano. Ayame sintió que se le ponían los pelos de punta, y todo su ser reaccionó de forma instintiva. Tenía que detenerlo. Tenía que salvar a Yui.
No... Tenía que huir de allí...
—¡Y tú, Kokuō, eres una traidora! —agregó Kurama, señalando a Ayame con su mano libre. Aunque su dedo iba mucho más allá, hacia el mismo núcleo de su esencia—. ¡Todos sois unos putos traidores! ¡El gran mal que acecharía a Oonindo era este sistema de mierda de señores, aldeas y shinobi! ¡Ya casi se extinguen una vez, manipulándonos, haciéndonos luchar entre nosotros! ¡Y lo van a volver a hacer! ¡LO ESTÁN VOLVIENDO A HACER! ¡Padre dijo que tendríamos que colaborar con los humanos, pero no dijo que tendríamos que apoyarlos en todas sus demencias! ¡En la repetición de sus mayores errores! ¡¡Nosotros somos una especie superior, Kokuō!! ¡¡Nosotros seremos sus líderes, los faros que les guiarán hacia un nuevo mundo!! ¡¡Uno mejor!! Quería que lo hiciéramos juntos. Pero si no vais a ayudarme, tendré que hacerlo solo.
—Kurama. ¿No hace demasiado frí...? —comenzó a pronunciar Kuroyuki, pero fue incapaz de completar la frase.
Y lo que pasó a continuación ocurrió tan rápido que Ayame apenas tuvo tiempo de procesarlo. Se vio obligada a cerrar los ojos cuando toda la estancia se iluminó de forma cegadora en el momento en el que Kurama ejecutó la sentencia y lanzó la bijūdama. El silbido taladró sus oídos y eclipsó su última súplica en forma de grito. Pero entonces sintió un frío atroz que estremeció su cuerpo de arriba a abajo y un brutal impacto, como si un gigante estuviese aplastando los calabozos, hizo temblar el suelo bajo su cuerpo.
Y una voz familiar revivió su corazón, haciéndolo latir de forma alocada:
—¡¡Suelta a mi hija, monstruo!!
«No... No puede ser... No deberíais estar aquí...»
Alguien la levantó del suelo con delicadeza, pero a través de sus ojos aún cegados sólo vio una silueta blanca como la nieve que cortaba las cuerdas que aprisionaban sus piernas.
«Vosotros deberíais estar a salvo en Amegakure...» Las lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Ayame, estamos aquí. ¿Estás bien? —Le preguntó la voz monótona de Kōri, mientras partía las esposas supresoras de chakra después de congelarlas. Aún tan fría como siempre, jamás le había parecido tan cálida.
Ella asintió débilmente, sin palabras. Pero en realidad no lo estaba. Todo su ser gritaba de dolor y de miedo. La amenaza de Kurama aún reverberaba en su mente:
«Puedo acabar con todo lo que tienes en un solo segundo»
Y ahora Kurama sabía quién era su padre y su hermano.
Yui apareció entonces en su rango de visión. Parecía estar sana y salva, en perfectas condiciones, y discutía algo que no llegó a entender con su padre.
—¿Qué me he perdido? ¿Y el zorro? —preguntó entonces.
Y Ayame, de vuelta en el presente, registró la estancia con sus ojos. ¿Qué había pasado? Sólo alcanzaba a ver escombros, más escombros y un deslizamiento de nieve.
—N... no lo sé... —murmuró, con un hilo de voz—. Pero deberíamos salir de aquí cuanto antes...
Antes de que Kuroyuki volviera, porque sabía que volvería; o antes de que los encontraran el ejército de Kurama. U otro de sus Generales.
Porque en el momento en el que los encontraran, ya no habría hueco para negociaciones, chantajes o sobornos. Ya no habría más propuestas. Ayame había perdido la oportunidad con su rotunda respuesta.
La próxima vez que la encontraran, sólo cabría la muerte.