23/05/2021, 18:50
Durante un momento, una minúscula, imperceptible sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Aotsuki Zetsuo. Y entonces contestó, antes de darse la vuelta y echar a andar por el umbral por la puerta a buen ritmo:
—No se preocupe, Tormenta, soy el más leal de los hombres de Amegakure. Solo he seguido las órdenes de la Señora Shanise, que, quién sabe cómo, se enteró de que se había ido usted de misión sin avisarla. —Digno como él solo, se perdió por el pasillo.
Kōri miró a su padre. Luego a Yui. Luego Ayame. Asintió.
—Vámonos. Explicaré por el camino. —Kōri siguió los pasos de su padre. Estaban en un complejo subterráneo, lo bastante grande como para que pudieran perderse por pasillos que conectaban con puertas y con otros pasillos más largos. Por donde pasaban, se fueron encontrando cuerpos sin vida: soldados de Kurama, algunos con el rostro destrozado por un fuerte golpe, otros congelados y algunos más atravesados por carámbanos...
»El Kyūbi controla la ciudad. —Otra vez lo mismo, pero, ¿qué significaba?—. Sus hombres y mujeres patrullan las calles. En el tren, trataron de envenenarnos. Luego, nos atacaron. En la ciudad también intentaron pararnos. Los propios ciudadanos delataban nuestra posición en cuanto lográbamos encontrar un escondite.
»El Kyūbi controla la ciudad —repitió, con aquella voz tan anodina—. Y a su gente. Virtualmente, Yukio no está en el País de la Tormenta. Quién sabe cuánto tiempo lleva siendo así.
—No se preocupe, Tormenta, soy el más leal de los hombres de Amegakure. Solo he seguido las órdenes de la Señora Shanise, que, quién sabe cómo, se enteró de que se había ido usted de misión sin avisarla. —Digno como él solo, se perdió por el pasillo.
Kōri miró a su padre. Luego a Yui. Luego Ayame. Asintió.
—Vámonos. Explicaré por el camino. —Kōri siguió los pasos de su padre. Estaban en un complejo subterráneo, lo bastante grande como para que pudieran perderse por pasillos que conectaban con puertas y con otros pasillos más largos. Por donde pasaban, se fueron encontrando cuerpos sin vida: soldados de Kurama, algunos con el rostro destrozado por un fuerte golpe, otros congelados y algunos más atravesados por carámbanos...
»El Kyūbi controla la ciudad. —Otra vez lo mismo, pero, ¿qué significaba?—. Sus hombres y mujeres patrullan las calles. En el tren, trataron de envenenarnos. Luego, nos atacaron. En la ciudad también intentaron pararnos. Los propios ciudadanos delataban nuestra posición en cuanto lográbamos encontrar un escondite.
»El Kyūbi controla la ciudad —repitió, con aquella voz tan anodina—. Y a su gente. Virtualmente, Yukio no está en el País de la Tormenta. Quién sabe cuánto tiempo lleva siendo así.
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