26/05/2021, 13:10
Así que un pajarillo le había contado a Shanise que Yui había salido de misión. O, más bien, deducía ella, un aguilucho. Eran tal para cual, esos dos. Se apartó unos cabellos sueltos, dejando de nuevo su frente al desnudo, con el símbolo de Amegakure marcado a hierro y fuego en ella. Luego, emprendió la marcha junto al resto.
Silbó, en el pasillo, al ver los cuerpos sin vida de los soldados de Kurama. Parecía que la familia Aotsuki se había estado divirtiendo un poco antes de llegar hasta ellas. No le resultó tan gracioso, sin embargo, cuando Kōri explicó la situación.
Yukio entera había sido tomada por Kurama. Incluso sus ciudadanos estaban de su parte, desde quién sabe cuántos días sin lluvia. ¿Cómo nadie se había dado cuenta hasta ahora? Su decisión de convertirse en la Primera Tormenta no hizo sino verse reforzada en aquel instante. El país no necesitaba a un Señor que gobernase desde la distancia sin mover el culo de su pulcro trono, necesitaba a alguien que se moviese junto a las nubes de tormenta, que iluminase con sus rayos los escondrijos más oscuros y limpiase con su lluvia la mierda acumulada. Y, por lo que estaba comprobando, había tanta que empezaba a apestar.
—¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos ha… traicionado, Kōri? —preguntó, más fría y más calmada de lo habitual, escupiendo la palabra traición como si el mero hecho de pronunciarla envenenase su lengua.
Silbó, en el pasillo, al ver los cuerpos sin vida de los soldados de Kurama. Parecía que la familia Aotsuki se había estado divirtiendo un poco antes de llegar hasta ellas. No le resultó tan gracioso, sin embargo, cuando Kōri explicó la situación.
Yukio entera había sido tomada por Kurama. Incluso sus ciudadanos estaban de su parte, desde quién sabe cuántos días sin lluvia. ¿Cómo nadie se había dado cuenta hasta ahora? Su decisión de convertirse en la Primera Tormenta no hizo sino verse reforzada en aquel instante. El país no necesitaba a un Señor que gobernase desde la distancia sin mover el culo de su pulcro trono, necesitaba a alguien que se moviese junto a las nubes de tormenta, que iluminase con sus rayos los escondrijos más oscuros y limpiase con su lluvia la mierda acumulada. Y, por lo que estaba comprobando, había tanta que empezaba a apestar.
—¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos ha… traicionado, Kōri? —preguntó, más fría y más calmada de lo habitual, escupiendo la palabra traición como si el mero hecho de pronunciarla envenenase su lengua.