26/05/2021, 15:19
(Última modificación: 26/05/2021, 16:25 por Aotsuki Ayame. Editado 1 vez en total.)
Ayame siguió la estela de Yui, Zetsuo y Kōri por los pasillos. Según avanzaban, los cuerpos sin vida de numerosos soldados de Kurama se apelotonaban a su paso. Yui silbó, impresionada ante el espectáculo, pero Ayame desvió la mirada incómoda. Aún así, sus ojos toparon más de una vez con alguno de ellos congelado, otro con el rostro desfigurado, otro atravesado por carámbanos de hielo...
—El Kyūbi controla la ciudad —explicó El Hielo, con aquella inexpresividad suya—. Sus hombres y mujeres patrullan las calles. En el tren, trataron de envenenarnos. Luego, nos atacaron. En la ciudad también intentaron pararnos. Los propios ciudadanos delataban nuestra posición en cuanto lográbamos encontrar un escondite.
Ayame se abrazó el costado cuando la voz de Kuroyuki volvió a resonar en su cabeza.
—El Kyūbi controla la ciudad —repitió Kōri, como si no hubiese quedado lo suficientemente claro—. Y a su gente. Virtualmente, Yukio no está en el País de la Tormenta. Quién sabe cuánto tiempo lleva siendo así.
Ayame se cruzó de brazos, reprimiendo un escalofrío.
—¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos ha… traicionado, Kōri? —preguntó Yui, con una gélida calma nada propia de ella. Pero todos los presentes la conocían lo suficiente como para saber que aquella no era más que la calma que precedía a la tormenta. Y a una grande.
Kōri tardó algunos segundos en responder, midiendo sus palabras con cuidado.
—Eso parece, mi señora —sentenció—. Pero si lo están haciendo por voluntad propia o se están viendo forzados a hacerlo, es algo que no sabemos.
—Un traidor es un puto traidor. Y siempre lo será —Escupió Zetsuo, inflexible como sólo él podía serlo.
Pero Ayame seguía caminando a sus espaldas en completo silencio, abrazándose a sí misma y con la mirada perdida en algún punto en el suelo. Su mente trabajaba a toda velocidad en un jeroglífico al que, por muchas vueltas que le quisiese dar, el mensaje siempre era el mismo. Pero se negaba a aceptarlo. Y volvía a deshacerlo y volvía a montarlo. Una y otra vez. Como un puzzle al que estuviese intentando cambiar las piezas que no le gustaban.
Toda Yukio se había sublevado contra Amegakure. Toda Yukio, soldados, shinobi, civiles; no sólo le había dado la espalda a Yui, sino que habían conspirado y colaborado para apresarla. Toda Yukio trabajaba unida bajo las directrices de Kurama.
Quizás...
Quizás...
«Señorita, ¡no estará pensando...!»
Quizás no tenían alternativa...
—El Kyūbi controla la ciudad —explicó El Hielo, con aquella inexpresividad suya—. Sus hombres y mujeres patrullan las calles. En el tren, trataron de envenenarnos. Luego, nos atacaron. En la ciudad también intentaron pararnos. Los propios ciudadanos delataban nuestra posición en cuanto lográbamos encontrar un escondite.
«Tenemos un ejército. Lo que quizás no alcancéis a entender es su magnitud.»
Ayame se abrazó el costado cuando la voz de Kuroyuki volvió a resonar en su cabeza.
—El Kyūbi controla la ciudad —repitió Kōri, como si no hubiese quedado lo suficientemente claro—. Y a su gente. Virtualmente, Yukio no está en el País de la Tormenta. Quién sabe cuánto tiempo lleva siendo así.
«El Imperio no es un proyecto de ayer, precisamente. Llevamos años... años, sí, planeando esto.»
Ayame se cruzó de brazos, reprimiendo un escalofrío.
—¿Me estás diciendo que nuestra propia gente nos ha… traicionado, Kōri? —preguntó Yui, con una gélida calma nada propia de ella. Pero todos los presentes la conocían lo suficiente como para saber que aquella no era más que la calma que precedía a la tormenta. Y a una grande.
Kōri tardó algunos segundos en responder, midiendo sus palabras con cuidado.
—Eso parece, mi señora —sentenció—. Pero si lo están haciendo por voluntad propia o se están viendo forzados a hacerlo, es algo que no sabemos.
—Un traidor es un puto traidor. Y siempre lo será —Escupió Zetsuo, inflexible como sólo él podía serlo.
Pero Ayame seguía caminando a sus espaldas en completo silencio, abrazándose a sí misma y con la mirada perdida en algún punto en el suelo. Su mente trabajaba a toda velocidad en un jeroglífico al que, por muchas vueltas que le quisiese dar, el mensaje siempre era el mismo. Pero se negaba a aceptarlo. Y volvía a deshacerlo y volvía a montarlo. Una y otra vez. Como un puzzle al que estuviese intentando cambiar las piezas que no le gustaban.
Toda Yukio se había sublevado contra Amegakure. Toda Yukio, soldados, shinobi, civiles; no sólo le había dado la espalda a Yui, sino que habían conspirado y colaborado para apresarla. Toda Yukio trabajaba unida bajo las directrices de Kurama.
«¡Trato a mis subordinados con el mismo cariño con el que vuestros Kages os tratan a vosotros, quizás más! ¡Y ellos me tratan a mí con el mismo respeto con el que vosotros trataríais a un viejo inútil con un sombrero de Señor que nació rico por derecho de sangre!»
Quizás...
«Si nos movemos ahora es porque podemos. Y podremos. Con vosotros.»
Quizás...
«Señorita, ¡no estará pensando...!»
Quizás no tenían alternativa...