23/06/2021, 14:50
Un hombre y una mujer, él regordete y de cabellos rubios y ella flacucha y pelirroja, salieron al encuentro de los clones que actuaban como cebo. Él desenvainó su espada para atravesar el vientre de Yui y ella se descolgó el Dai Shuriken para rajar el pecho de Ayame de parte a parte. Pero ambos se encontraron solamente con un reflejo en el agua, y sus miradas aterradas enseguida constataron lo que sus cerebros no tardaron en asimilar: Habían caído en una trampa de sus propias presas.
La verdadera Yui no perdió un solo instante y se lanzó hacia delante, con la katana rozando el suelo tras su avance con un estruendoso chirrido. Un solo movimiento de muñeca le bastó para desarmar a su presa y con un último movimiento de brazo hundió el filo de la espada en su torso hasta el fondo.
La verdadera Ayame, sin embargo, no lo llevaba tan bien. Se había quedado congelada en el sitio, mirando a la mujer pelirroja con ojos llorosos y abiertos como platos. La apuntaba directamente con el dedo índice, pero su mano temblaba y no se atrevía a...
—¡AYAME! —bramó Zetsuo, que acababa de desenvainar su propia katana.
La bala de agua atravesó el aire e impactaría de lleno en el torso de la kunoichi, a escasos centímetros de cualquier punto vital. Había cambiado la trayectoria en el último segundo.
«Señorita...»
«A... ¡Ahora no, Kokuō!»
«¿¡Pero por qué no se teletransporta a su habitación?! ¡Tenía una marca de sangre allí!»
Aquellas palabras cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. Y, como si de un relámpago se tratara, por su mente pasó a toda velocidad la imagen de ella misma, en su habitación, mordiéndose el dedo índice y dibujando el símbolo de la luna debajo de su escritorio. Su rostro palideció en cuestión de segundos.
—¡¿Pero cómo no me lo has dicho antes?! —Ahí iba de nuevo su costumbra de hablar con Kokuō en voz alta.
«¡Lo he intentado, pero siempre me decía que no era el momento!»
—¡¡¡Aaaaaghhh!!! ¡Rápido, ponedme la mano en los hombros, todos!
La verdadera Yui no perdió un solo instante y se lanzó hacia delante, con la katana rozando el suelo tras su avance con un estruendoso chirrido. Un solo movimiento de muñeca le bastó para desarmar a su presa y con un último movimiento de brazo hundió el filo de la espada en su torso hasta el fondo.
La verdadera Ayame, sin embargo, no lo llevaba tan bien. Se había quedado congelada en el sitio, mirando a la mujer pelirroja con ojos llorosos y abiertos como platos. La apuntaba directamente con el dedo índice, pero su mano temblaba y no se atrevía a...
—¡AYAME! —bramó Zetsuo, que acababa de desenvainar su propia katana.
«¡BAM!»
La bala de agua atravesó el aire e impactaría de lleno en el torso de la kunoichi, a escasos centímetros de cualquier punto vital. Había cambiado la trayectoria en el último segundo.
«Señorita...»
«A... ¡Ahora no, Kokuō!»
«¿¡Pero por qué no se teletransporta a su habitación?! ¡Tenía una marca de sangre allí!»
Aquellas palabras cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. Y, como si de un relámpago se tratara, por su mente pasó a toda velocidad la imagen de ella misma, en su habitación, mordiéndose el dedo índice y dibujando el símbolo de la luna debajo de su escritorio. Su rostro palideció en cuestión de segundos.
—¡¿Pero cómo no me lo has dicho antes?! —Ahí iba de nuevo su costumbra de hablar con Kokuō en voz alta.
«¡Lo he intentado, pero siempre me decía que no era el momento!»
—¡¡¡Aaaaaghhh!!! ¡Rápido, ponedme la mano en los hombros, todos!