29/06/2021, 23:26
Justo entonces, con Zetsuo y Kōri apartando los escombros y buscando a la casi-herida Yui, hubo un ruido. No fue un estruendo violento, como el de una bijūdama. Fue más bien como el sonido que haría...
...un cuchillo al rojo vivo atravesando una hogaza de pan como si no fuese nada más que aire.
El cuchillo al rojo vivo era en realidad una esbelta katana recubierta de la misma energía que la contenida en una bijūdama... pero controlada. La hogaza de pan, una pared de hormigón armado, cortada en cuatro, que se desprendió a trozos, medio convertida en roca fundida.
Ah... la Bijūgatana. Un arma preciosa. Un arma letal. El último beso de la Diosa de la Muerte particular de Kurama: Kuroyuki.
—Se acabó. Se acabó, aquí y ahora. —Kuroyuki mantenía un ojo oscuro como la misma noche, y el otro encendido, tan rojo como el filo de su espada, con la pupila hecha una rendija—. Lamentaréis el día en el que os enfrentasteis a un Dios.
«¡¡Vamos!! ¡¡Mátalos a todos!!»
«¿Y su hermana?»
«Alguna vez tuve hermana. Hermanos. Ya no.»
«¿Y su hermana?»
«Alguna vez tuve hermana. Hermanos. Ya no.»
En silencio, Kuroyuki asintió. Como si la espada pesase una tonelada, la sujetó con ambas manos y la echó a un lado. La energía de la hoja chisporroteó con fuerza. Y los ojos de la Muerte les observaron, durante unos largos segundos, con los párpados entrecerrados.