6/07/2021, 20:14
Ah, bendita tranquilidad, pensaba Yota. El aire fresco soplaba en el Valle con la suavidad de una madre haciendo arrumacos a su bebé recién nacido, trayendo con él la fragancia de la hierba, de las gigantescas setas que había a su espalda y de la humedad. El río discurría con tranquilidad hasta caer abruptamente en la cascada que las otras dos estatuas custodiaban, y pequeñas gotitas empezaron a caer del cielo, no lo suficientemente grandes como para considerarlo lluvia. Desde luego, si se lo preguntaban a un amejin diría que como mucho chispeaba.
Ah, bendita tranquilidad, debió seguir pensando Yota, cuando creyó ver a alguien junto al bosque marcharse por donde había venido en lugar de interrumpirle el momento. La piedra sobre la que reposaba estaba dura de cojones, eso tenía que admitirlo. Pero después de pasarse los días sentado intentando aprender el Modo Sabio, debía tener el culo más que curtido.
Ah, ¡bendita tranquilidad! Tanta que cuando vio a alguien cayendo del cielo, debió pensarse que era un ángel que venía a observar. ¿O quizá una ensoñación? ¿Se habría quedado dormido de tan relajado que estaba? Ahora que se fijaba, ese tío —porque era un tío—, había saltado de las mismísimas nubes. Debía estar atado con un hilo a algo, porque su descenso había sido jodidamente lento hasta los metros finales.
Cuando aterrizó, vio en su rostro una sonrisa, como si se estuviese cachondeando de haberle interrumpido el momento zen. Yota sabía quien era. Oh, sí, había visto su rostro en innumerables ocasiones. Sabía cada color de sus malditos ojos. Sabía su apellido. Sabía su jodido nombre.
Era…
Ah, bendita tranquilidad, debió seguir pensando Yota, cuando creyó ver a alguien junto al bosque marcharse por donde había venido en lugar de interrumpirle el momento. La piedra sobre la que reposaba estaba dura de cojones, eso tenía que admitirlo. Pero después de pasarse los días sentado intentando aprender el Modo Sabio, debía tener el culo más que curtido.
Ah, ¡bendita tranquilidad! Tanta que cuando vio a alguien cayendo del cielo, debió pensarse que era un ángel que venía a observar. ¿O quizá una ensoñación? ¿Se habría quedado dormido de tan relajado que estaba? Ahora que se fijaba, ese tío —porque era un tío—, había saltado de las mismísimas nubes. Debía estar atado con un hilo a algo, porque su descenso había sido jodidamente lento hasta los metros finales.
Cuando aterrizó, vio en su rostro una sonrisa, como si se estuviese cachondeando de haberle interrumpido el momento zen. Yota sabía quien era. Oh, sí, había visto su rostro en innumerables ocasiones. Sabía cada color de sus malditos ojos. Sabía su apellido. Sabía su jodido nombre.
Era…
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